mario lamo jiménez
 
 
   

 
Recuento de un encuentro

Cuando lancé mi botella cargada de palabras al mar de la imaginación, no sabía a qué playa de fantasía llegaría. Mi botella navegó entre peces arco iris, islas flotantes y buques fantasmas, con sus letras dormitando a la espera de un puerto dónde descargar sus palabras, recomponer sus frases y rehacer sus historias.  Pasaron los días, las semanas y los meses y mi botella ya casi perdía la esperanza de encontrar tierra firme para anclar allí sus poemas, hasta que una tarde, un pescador portugués de palabras perdidas la observó en la distancia. Al principio sólo vio una botella común y corriente, peinada de algas marinas y con un par de rayos de sol navegando en su lomo. Una vez que la tuvo cerca, su infinita curiosidad le obligó abrirla para revisar su contenido. No sabía lo que habría adentro, tal vez se trataba de un poema de amor o de una cuenta que estaba por pagar; tal vez era el grito de auxilio de un náufrago o un mensaje de un niño de escuela. Para su sorpresa, la botella empezó a contarle historias de tierras lejanas sobre un viaje fantástico a un país de nubes. El pescador de palabras llevó la botella a su casa y se mantuvo despierto toda la noche hasta que la última palabra cobró vida y vio por su sala desfilar ciudades de hielo, cocodrilos enamorados de la luna, ríos que navegaban en reversa y nubes de algodón donde vivían maravillosos personajes. Entonces, el pescador de palabras, quien además era un mago en el mundo del teatro, decidió hacer esa historia suya y dramatizarla, para poder contar en su tierra acerca del extraño mensaje que le había llegado en esa botella. Fue así como escribió rimas encantadas y encantos en rima, poemas musicales y música poética, elaboró marionetas marinas y mares de marionetas, y de repente, un gran espectáculo cobró vida y la vida se volvió un espectáculo en un  país muy lejano, al que desde ese día todo el mundo podía visitar con sólo abrir y cerrar la botella de la fantasía. Poco después, el pescador de palabras me mandó una botella mágica con un mensaje en el que me contaba cómo mi botella había llegado a su playa. Allí me decía también que nada era coincidencia en esta vida, que esa botella aún antes de partir, estaba destinada para él. Y yo sabía que lo que él decía era exactamente cierto, la única coincidencia era que yo también pensara lo mismo.  Al acabar de leer el mensaje, un poema allí escrito cobró vida y me cantó con bellas palabras:

 

“Tinga, tinga, pinga, pinga

Tuca, tuca que é tucano

Chove leite e café

Chove um dia, chove um ano”.