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      La otra historia de los EE. UU.

Obra escrita por Howard Zinn, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Boston

Resumen de Jesús Mario Murillo

La manera oficial como nos enseñan  la Historia de Colombia es igual aquí en los Estados Unidos. Desde el descubrimiento, en el que nos muestran a Cristóbal Colón como un héroe osado y magnánimo que en compañía de unos cuantos valientes españoles nos trajo la lengua castellana, la raza blanca  y la religión.  Y luego los fundadores, próceres y padres de la Patria.

Pero lo que en realidad más preocupaba a Colón era ¿dónde está el oro? Había convencido a los reyes de España a que financiaran su expedición a estas tierras. En las Indias orientales habría riquezas: el oro y las especias.

Cuando los barcos se acercaron a tierra, los indios arawaks les dieron la bienvenida nadando hacia los buques para recibirles. No conocían el hierro pero llevaban  diminutos ornamentos de oro en las orejas.

Este hecho tuvo terribles consecuencias: Colón apresó a varios de ellos para que le guiaran a dónde estaba el oro. Allí comenzó la gran persecución por el oro y poco a poco llevó al exterminio de la gran población indígena por parte de los conquistadores sedientos de riqueza. La cruel política iniciada por Colón y continuada por sus sucesores desembocó en un genocidio completo. Tanto en la tierras del sur como en las del norte. Lo que hizo Colón con los arawaks de las Islas Antillas, Cortés lo hizo con los aztecas de México, Pizarro con los incas del Perú y los colonos ingleses de Virginia y Massachussets con los indios powhatanos y pequotes.

“Quiero hacer resaltar aquí, dice el autor, no es el hecho de que debamos acusar, juzgar y condenar a Colón in absentia, al contar la historia. Ya pasó el tiempo de hacerlo: sería un inútil ejercicio académico de moralista. Quiero hacer hincapié en que todavía nos acompaña la costumbre de aceptar las atrocidades como el precio deplorable pero necesario que hay pagar por el progreso (Hiroshima y Vietnam, por ejemplo, para salvar la civilización)”.

Jamestown, la primera colonia permanente de los ingleses en las Américas, se estableció dentro del territorio de una confederación india liderada por el jefe Powhatan. Este observó la colonización inglesa de sus tierras, pero no atacó manteniendo una posición de calma. Cuando los ingleses sufrieron la hambruna de 1610 se acercaron a los indios para poder comer.  Surgieron conflictos así que los ingleses creyéndose humillados enviaron soldados para “vengarse”. Atacaron un poblado indio y mataron a quince indios, quemaron sus casas, cortaron el trigo y se llevaron en barcos a la reina de la tribu y a sus hijos, y acabaron por tirar los hijos por la borda,”haciéndoles saltar la tapa de los sesos en el agua”. A la reina se la llevaron para asesinarla a navajazos. Doce años después, los indios alarmados por el crecimiento de los poblados ingleses intentaron eliminarlos de una vez por todas. Hicieron una incursión en la que mataron 347 personas. Desde entonces se declaró una guerra sin cuartel.

Al no poder esclavizar a los indios, y no pudiendo convivir con ellos, los ingleses decidieron exterminarlos. Según el historiador Edmund Morgan, “en el plazo de dos o tres años desde la masacre, los ingleses habían vengado varias veces todas las muertes de ese día”.

Powhatan había dirigido una petición a John Smith pidiéndole por favor, que los dejaran en paz, ¿por qué toman Uds. por la fuerza lo que podrían obtener por vía pacífica? ¿por qué quieren destruir lo que los abastece de alimento? ¿por qué nos tienen envidia? Estamos desarmados y dispuestos a dar lo que nos pidan si vienen en son de amistad.

Detrás de la invasión inglesa de Norteamérica, detrás de las masacre de indios, detrás de sus engaños y su brutalidad, yacía ese poderoso y especial impulso moralmente ambiguo, la necesidad de espacio, de tierras, el deseo de propiedad y de dominio.

Los “sacrificados” fueron los indios. No les dieron derecho a tomar la decisión. Más allá de todo ello, ¿cómo podemos estar seguros de que lo que se destruyó fuese inferior?

Colón y sus sucesores no aterrizaban en un desierto baldío; poblado por más de 75 millones de personas de las cuales 25 millones estaban en América del Norte. Donde eran más igualitarias  las relaciones humanas que en Europa y donde las relaciones entre hombres,  mujeres, niños y naturaleza quizás estaban más noblemente concebidas que en ningún otro punto del globo.   John Collier, un estudioso americano que convivió con los indios comentó de su espíritu: “Si pudiéramos adoptarlo nosotros, habría una tierra eternamente inagotable y una paz que duraría por los siglos de los siglos”.

“No hay en la historia mundial en el que el racismo haya tenido un papel tan importante y durante tanto tiempo como en los Estados Unidos”. Son 350 años de menosprecio, odio, piedad o paternalismo hacia los negros. Y por extensión hacia otras razas que no sea la blanca.  Ahí entraba el indio como raza inferior. Al no poderlo esclavizar, los ingleses acudieron a la importación de esclavos africanos.

Todo lo malo: los robos, los homicidios, las violaciones, eran culpa de los indios. Los indios eran los malos de la película. Hay que mirar el viejo cine. Y los negros la gente mas vulgar e ignorante que no merecían otra cosa que ser esclavos.

Los padres de la patria que redactaron la Constitución, supuestamente modelo para los demás países del mundo, hablaron de la igualdad de todos los hombres, pero no incluyeron a los indios, ni a las mujeres ni a los negros. Tampoco a los blancos pobres. Solo tenían derecho al voto los blancos con propiedad territorial. El Congreso Continental estaba dominado por los ricos. Morgan resume la tipología clasista de la revolución en estas palabras:”El hecho de que las clases bajas estuvieran involucradas en el conflicto era por lo general  una lucha por los puestos de mando y el poder entre los miembros de la clase privilegiada: los nuevos contra los ya establecidos”.

Jackson en su mensaje al Congreso en 1830, señaló el hecho de que los choctaws y los chicasawas ya había mostrado su conformidad con el éxodo hacia el Oeste. “Nadie puede atribuirse una disposición más amistosa hacia los indios que yo…y ahora nos proponemos adquirir los territorios ocupados por los pieles rojas del Sur y del Oeste con intercambios justos…” decía.

Los indios comenzaron a morirse de hambre en el camino. Habían salido de un estado general de relativa abundancia a uno de desdicha general y necesidad. Decía un coronel del ejército: “Están cabizbajos, aterrorizados, sumisos y deprimidos, con la sensación de que no tienen protección en los Estados Unidos ni capacidad para autoprotegerse”.

¿Y qué pasó con los negros? El apoyo de los Estados Unidos a la esclavitud estaba basada en un hecho incontrastable: en 1790 el sur producía mil toneladas anuales de algodón. En 1860 la cifra había subido a un millón y en el mismo período se tiempo se pasó de 500 mil esclavos a 4 millones.

Sus condiciones de vida  iban de mal en peor. John Brown se  levantó en rebelión en 1857. Fue ahorcado por el estado de Virginia con la aprobación del gobierno nacional. Era ese mismo gobierno quien tímidamente aplicaba la ley que tenía que acabar con el comercio de los esclavos.  

 Lincoln  le decía a un amigo: “Confieso que odio ver cazadas a las pobres criaturas…pero me muerdo la lengua y guardo silencio”.  Se oponía a la esclavitud pero no podía ver a los negros como a sus iguales.  En Charleston, sur de Illinois, dijo en 1858: “No estoy ni nunca he estado  a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra (aplausos); que no estoy , ni nunca he estado, a favor  de dejar votar ni formar parte de los jurados a los negros, ni dejarles ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos”.  Hizo la guerra de secesión no tanto para liberar a los negros como para  combinar los intereses de los muy ricos  y los de los negros en un momento en que esos intereses se encontraron. Y pudo vincular estos dos intereses con los de un sector creciente de americanos: los nuevos ricos blancos, de clase media con sus ambiciones económicas e inquietudes políticas. 

Estados Unidos se preocuparon de salvar las democracias en el mundo: por eso invadieron a México, (“No tomamos nada por conquista, gracias a Dios”,le dijo el General Taylor al Presidente Polk), a las Filipinas, a Cuba, a Nicaragua, a Vietnam, a Panamá, a Grenada, y ahora a Iraq.

Entraron a la primera Guerra Mundial para afianzar su poder y luego a la segunda Guerra para consagrarse como los defensores de la libertad y lograr la hegemonía como el país más poderoso y “magnánimo del mundo.

La idea de “los salvadores” ha sido incorporada a toda la cultura, más allá del fenómeno político. Algunos americanos rechazan esa idea y se rebelan. Hasta ahora estas rebeliones han sido reprimidas. Las rebeliones de los negros nunca tuvieron éxito. Fue necesaria la intervención bélica a nivel federal para lograr la abolición de los esclavos. El sistema americano es el sistema de control más ingenioso de la historia  mundial. 

En un país tan rico en recursos naturales, talento y mano de obra, el sistema puede distribuir la riqueza justa a la cantidad de personas justa para contener el descontento de una minoría molesta. Es un país tan poderoso, tan grande y que tanto agrada a tantos de sus ciudadanos, que puede permitirse el lujo de conceder la libertad de disidencia a una pequeña minoría que no está satisfecha. Ahí está Hollywood crítico, las uniones , las grandes manifestaciones contra la guerra y las marchas por la reforma migratoria. Nada cambia. El gobierno sigue impertérrito: “Yo soy el que hago las decisiones” dijo Bush ahora con su “nuevo” plan para Iraq.

Sigue un 1% de la nación poseyendo la tercera parte de la riqueza. Sigue el presupuesto de la defensa el más alto de todos los países de la tierra. Con ese dinero se podrían resolver los más graves problemas de la humanidad. Pero enriquece más a los que tienen. Las leyes son hechas por ese 1% y a su favor. Todo lo que va contra sus intereses es “ilegal”.

La esperanza es la América Latina.