M.G. Magil
A pesar de los muchos esfuerzos que hacen las grandes editoriales por mostrar un supuesto boom de la Literatura iberoamericana, el promedio de ventas no aumenta y por el contrario la crisis editorial se acentúa de tal manera que se ven en la necesidad de buscar el apoyo de publicitados premios de novela, para los cuales cuentan con la promoción gratuita por parte de los grandes medios de comunicación, pero ni aún así consiguen que los libros se vendan, incluidas las novelas premiadas. Últimamente incluso acuden hasta a premios Nobel para que promuevan a determinado autor, y algunos de ellos se prestan al apadrinamiento público de determinado autor, que igualmente, por lo general ha correspondido con gratificantes adulaciones al distinguido escritor.
Lo lamentable de tal situación es que ni a los Nobel les resulta ético prestarse al juego del mercadeo publicitario de las transnacionales del libro, ni al autor distinguido con tales elogios le favorece el montaje publicitario ni el apadrinamiento engañoso, más cuando las obras referidas no ofrecen la calidad literaria que supuestamente están promocionando como el gran acontecimiento literario. Frente a la triste realidad que ofrece el mercadeo de las grandes editoriales (porque desafortunadamente se ha perdido la mística que el escritor vive frente a la obra), sólo queda la posibilidad de un nuevo tipo de gestión editorial en el que por sobre todo se tenga en cuenta la Literatura, más que las conveniencias comerciales que ofrece el “supermercado” editorial.
En el caso colombiano la situación es más aberrante que en otros países de habla hispana, comenzando por la insolidaridad y las envidias que existen entre algunos escritores. Están los que se prestan a todo tipo de “manoseos”, bien sea con las instituciones oficiales y del establecimiento, que para tenerlos silenciados los llevan a cuantos eventos nacionales e internacionales existen; e igualmente aprovechan cualquier actividad donde puedan figurar y utilizar la imagen de la organización que los invita, así ideológicamente no estén del todo de acuerdo con el evento en el que están participando, lo que importa es figurar… De otra parte están los aceptados por los grandes medios de comunicación, donde les aceptan sus columnas periodísticas, y como es de esperar los publican las grandes editoriales, lo cual revierte y beneficia la venta de sus libros, y para conseguir figurar manejan un discurso ambiguo y sin contenido, aunque es de reconocer que también hay excepciones.
Por último, están aquellos que asumen la Literatura como un compromiso no sólo frente a los lectores, sino que se niegan a entrar en el juego del mercadeo y el peregrinaje humillante ante esas grandes editoriales, para correr el riesgo de no obtener ninguna respuesta o que sus libros sean rechazados por no pertenecer a la Sociedad de los Elogios Mutuos (Sem), cuando no, que sencillamente le cae mal a uno de los lectores del comité de selección o a uno de los directivos de la editorial. Total, que definitivamente están incluidos en las listas negras de los editores, por considerarlo un escritor conflictivo, tal vez por reclamar derechos de autor, cuando no es un asunto personal, que es lo que normalmente sucede.
Frente a esta política arbitraria de selección, tal vez la más perjudicada sea la Literatura y los lectores que se siguen creyendo el cuento de que los libros promocionados por los grandes medios, son el acontecimiento literario del año e ilusionados compran los libros a unos precios bastante costosos y se arrepienten de haber hecho la inversión en las primeras páginas, ante la baja calidad literaria que encuentran en su adquisición.
Personalmente considero que sería necesario por el bien mismo de la Literatura, que los ninguneados escritores por el establecimiento buscaran medios alternativos de publicación, ante la falta de calidad literaria que están ofreciendo las grandes editoriales, y vuelvo e insisto, con muy contadas excepciones. Desafortunadamente en Colombia el ninguneo literario está de moda, y en este juego han entrado las pocas publicaciones literarias que existen, aunque es de reconocer la calidad de algunas de ellas como Prometeo, u otras que se mantienen en su Puesto de Combate, resaltando los valores literarios de aquellos escritores que por su convicción literaria no entran en el club de los lagartos cómodamente aposentados en la Sem, aunque algunos suben de rango y son aceptados en el Pen Club; entonces ya su “obra” los vuelve inmarcesibles y sólo falta que con su nombre bauticen una calle, les levanten una estatua, y por qué no, sean distinguidos como los grandes genios de las letras, les abran un espacio en la Academia de las Letras que llaman Caro y Cuervo.
Sin embargo, queda la duda entre los lectores (que en verdad son los mejores críticos), de si el laureado autor es tan bueno como lo pregona esa Sem, y los grandes medios que llegan a la exégesis de asegurar que ya tienen otro Nobel en cierne, y es posible, porque quienes ofrecen tan alta distinción también se equivocan, más cuando el distinguido escritor maneja un buen marketing, aunque adolezca de una obra originalmente buena. Lo cierto es que la mayoría de los grandes escritores nunca se han preocupado por obtener tan alta distinción, mucho menos porque se les premie o que sus libros se vendan, y cuando así sucede les preocupa, tal como le ocurría al escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, a quien le dijeron en una ocasión que una de sus últimas novelas se estaba vendiendo bien, y él con preocupación comentó “debe ser mala porque la buena Literatura poco se vende”.
Lo preocupante es que con la reciente reforma tributaria, todo parece indicar que al producto llamado libro le van a aplicar el 10% de Iva, por tanto los editores tendrán que incrementar este porcentaje al precio de venta al público, lo cual pondrá el mercado del libro en una mayor crisis de la puramente literaria, porque ya comprar un libro se convertirá en un objeto suntuario, y sin la posibilidad de fotocopiar aunque sea lo esencial porque esos burrócratas que se engordan en la oficina de Derechos de Autor incluso hasta están cobrando un porcentaje por las fotocopias, pero los autores no ven nada de esos dineros que no se sabe dónde van a parar, tal vez a las cuentas de aquellos que nunca han escrito una línea, pero como saben vivir del cuento, y de los cuales mejor que ‘Dios nos libro’ como se llama una campaña que está promoviendo la revista virtual Cronopios, para que los hacedores de la palabra nos pellizquemos, aunque sea para que podamos leer en un futuro algo más interesante que esos folletines telenovelados y que muestran como las grandes obras literarias del momento.
Bogotá, enero 2006 |