Eduardo Gómez
La diferencia más importante entre un cronista y un historiador está en que el historiador interpreta los hechos al mismo tiempo que los narra y descubre asi las tendencias predominantes de una época. Alvaro Paredes Ferrer es un historiador en el pleno sentido de la palabra como lo muestra su libro , “Alonso de Ojeda –el descubridor de Colombia-“, recientemente editado por “Planeta”.
Antes de entrar en la vida de ese descubridor y conquistador (ignorado cuando no subestimado por la historia oficial) Paredes hace una introducción que describe diversas circunstancias que caracterizan la época de una España en formación, y, a más de los reyes católicos, alude a la contribución de algunas personalidades decisivas en ese proceso como Cristobal Colon, Torquemada y el papa Alejandro sexto, entre otros. El historiador comienza por sentar la tesis de que , por entonces, España no existía ni como estado consolidado, ni propiamente como nación, pues es Castilla (gobernada por Isabel La Católica) la que asume, en forma casi exclusiva, la dirección y financiación del descubrimiento y la conquista. Incluso el esposo de Isabel, el rey Fernando de Aragón queda relegado a un segundo lugar en lo que se refiere al manejo del descubrimiento y conquista de América, los cuales se desarrollan bajo los parámetros que, desde el comienzo, le imprimen las tendencias ultracatólicas de la reina, organizadora sistemática en España de la terrible Inquisición. Ni siquiera la unión matrimonial de Isabel y Fernando, logra la fusión orgánica y operante de sus respectivos reinos, de modo que el descubrimiento y la conquista de América se desarrollan bajo el signo un tanto caótico de esa tensión (que caracterizará a España –incluso, parcialmente, a la actual – como un país cuya unidad nacional no termina de consolidarse) y que , en lo que se refiere al fanatismo religioso, marca desde el principio a los pobladores de las vastas regiones descubiertas con el estigma de un régimen seudoteocrático y violento.
En términos generales, España va en contravía de los países más avanzados de Europa: por ejemplo, mientras en la Alemania en formación, maduran las condiciones para la gran revolución que encabezará Martín Lutero, en España se se impone el fanatismo católico, recrudecido por siglos en la lucha contra los moros. Mientras en Inglaterra se fortalece la burguesía con el desarrollo de la industria textil y está a punto de nacer Oliverio Cromwell, en España se afianza una especie de teocracia que impide el crecimiento de una clase burguesa, con todo lo que su fortalecimiento supone cultural y políticamente. Sin embargo, será esa España atrasada y apenas bosquejada, la que propiciará el hecho , tal vez más importante de la historia: el descubrimiento de América. Es la supersticiosa reina de Castilla la que favorece a un extranjero, el genovés Cristobal Colon, el cual, además, es un representante del Renacimiento, en su calidad de “experto en geografía, cosmografía, dibujo, astronomía, latín, gramática, cartografía y sobre todo navegación”, pues “cuando Colon llega a Portugal ya ha recorrido todos los mares accesibles a un europeo”. No obstante, Paredes Ferrer muestra sin contemplaciones, cómo las actuaciones de Colon como colonizador y gobernante de las tierras que le correspondieron, contradice flagrantemente su actuación inspirada y audaz como navegante y descubridor, al iniciar el tráfico de esclavos en el nuevo mundo, y al mostrar una avidez de honores y poderes feudales que después (manipulados por su hijo) constituirán permanentes trabas para posteriores expediciones y darán lugar después a los engorrosos “pleitos colombinos”.
En el momento en que se emprendía el descubrimiento, continúa la expulsión de los judíos y su persecución y se consolida la victoria sobre los moros. En ambos casos hay un afán por perseguir y arrasar con saña, las respectivas culturas y los aportes que ambos conglomerados habían hecho a esa España en formación. Al respecto dice Paredes que la agricultura y el desarrollo de las finanzas son los más perjudicados, incidiendo de ese modo en el retraso del proceso histórico general. Por una parte hay un afianzamiento del poder tradicional vernáculo pero por otro se pierden avances culturales y económicos invaluables. Pero a todos esos hechos negativos , el descubrimiento de América ofrece un contrapeso inmenso, hasta el punto de que, como primera consecuencia , logrará “integrar en la península una nacionalidad y alrededor del Nuevo Mundo un imperio, que adquirirá jerarquía pletórica cuando lleguen al poder los Hasburgos con Carlos V como su gran mandatario”, dice Paredes Ferrer, sentando así una original y paradójica tesis.
Es en ese abigarrado contexto de contradicciones y contrastes que aparece Alonso de Ojeda como subalterno de Colon en su segundo viaje. Alvaro Paredes retarda intencionalmente su aparición en medio de tantos y trascendentales acontecimientos y actuaciones de hombres importantes , y el resultado es una relativización inteligente y radical de las posibilidades de una individualidad que, como la de Alonso de Ojeda, está muy sobrepasada no sólo por los acontecimientos y la abrumadora carga del poder feudal y religioso, sino por un temperamento indómito y azaroso.
El segundo viaje de Colon se realiza el 25 de septiembre de 1493 y está integrado por 17 barcos, 1500 hombres, 20 caballos y algunos perros de presa. Pero, curiosamente, los preparativos de una expedición tan importante “están fiscalizados por el arcediano de la catedral de Sevilla”, es decir, por el clero dogmático e ignorante en estas cuestiones y no suficientemente por hombres de negocios, expertos en economía y cartografía, etc., o, al menos, por el poder feudal en forma directa.
Alonso de Ojeda proviene de una familia de cierta categoría social media y que cuenta entre sus miembros a un fraile dominico (“alta figura del tribunal inquisitorial”) que también se llama, Alonso de Ojeda. Desde muy temprano, Ojeda, el militar, se muestra como muy devoto de la virgen de la Merced pero es al mismo tiempo un atleta de carácter violento, “cuyo esfuerzo y ligereza se creía entonces exceder a muchos hombres por muy esforzados y ligeros que fuesen”. Es de un valor salvaje y temerario que se mostrará en toda su crudeza cuando realice expediciones por su cuenta pero que ya desde el viaje con Colon lo destaca como experto en cortar orejas y coordinar expediciones punitivas. Más tarde será acusado de castigar con torturas a algunos de sus subalternos. En cambio, se mostrará bastante incapaz como fundador, administrador y creador de riqueza, todo lo cual no parece interesarle. Descubre la región costera ,después llamada Lago de Maracaibo, y la Guajira pero es, ante todo, un aventurero que se regodea en la guerra. Tramposo y rebelde sin causa, se alzará contra Colon y pasará buena parte de su vida eludiendo la justicia o preso y defendiéndose ante los tribunales.Tanto esfuerzo desvirtuado y tantointento desorientado, llevan al exconquistador ya envejecido a incursionar en el misticismo. Nunca, ni siquiera al final, piensa en formar una familia, y el único amor que se le conoce es la india Isabel, con la cual mantiene una relación lujuriosa e inconstante. De esa unión no parece haber hijos, aunque después de la muerte del conquistador surgirá un corsario mestizo, en la zona de Venezuela, y que se llama, Alonso de Ojeda.
La concepción de la historia que se perfila en este denso libro de Alvaro Paredes, es la de dar una prelación muy marcada a los hechos que determinan la conducta individual. Ni siquiera Ojeda, el biografiado, aparece como centro protagónico en esta obra. Paredes se aproxima a esa vida, dando rodeos y describiendo o insinuando, lentamente, las sinuosidades de diversos
procesos que indirectamente van ayudando a comprender los comportamientos y logros del conquistador y de sus superiores. Al historiador Paredes no le interesa lograr una continuidad (por lo demás imposible de conformar cabalmente) sino despertar inquietudes, sugerir relaciones entre variados hechos, vidas y obras, las que van mostrando sus mutuas influencias e interdeterminaciones , más por acumulación y proximidad que por una lógica simplista de causa a efecto. Esa visión de la historia aparece como muy moderna en su escepticismo sobre los poderes individualistas y en su determinismo imbuido por los criterios que caracterizan la investigación de las ciencias. |