Se equivocan quienes creen que el reciente liderazgo venezolano obedece
tan sólo a sus petrodólares. Hay una razón histórica que lo explica. En
los tiempos de las campañas libertadoras de Bolívar, toda Venezuela se
removió hasta la médula y ninguna familia, por apartada que estuviera en
los llanos o en la sierra, ignoró las luchas que libraban sus hombres. Se
derramó por el continente, explica Mariano Picón Salas en Suma de
Venezuela. Medio pueblo venezolano marchó sobre el continente, marchó
porque el desplazamiento era su forma de vida. Llegó hasta las alturas
andinas del lago Titicaca y, sobre las ruinas de los incas, fundó
Bolivia, anagrama del Libertador. Sucre, otro venezolano, fue su
presidente durante los primeros años. A Ecuador comenzó gobernándolo Juan José Flores, venezolano, nacido en Puerto Cabello. ¿No posee Venezuela derecho histórico para influir en los asuntos internos de estos países, para pedir su unión? Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia son hechuras venezolanas. Aún el nombre de Colombia, tierra de Colón, lo
inventó Miranda, el venezolano que peleó al lado de Washington y desfiló
por los Campos Elíseos con Napoleón Bonaparte. Los textos escolares de
historia colombiana nos han engañado al pintarnos a Bolívar como un héroe nuestro, al decirnos que la independencia sólo fue producto nuestro. No. Fue también la emanación del liderazgo venezolano. Otra cosa es que haya sido el pueblo colombiano el que compuso buena parte de esos ejércitos.
Indalecio Liévano Aguirre ofrece en su biografía de Bolívar dos criterios
para entender la expansión del gobierno venezolano y el estancamiento del colombiano. Sostiene que la historia suele dividir los pueblos en sedentarios y nómadas. Los sedentarios, con sistemas centralistas, se estancan en sus capitales y son poco dados al dinamismo y a los grandes cambios. Los nómadas, en las llanuras y en las costas, son los que comandan las revoluciones por su sistema federalista de integrar energías regionales y provincianas. Esas energías provincianas, en el caso de Colombia, siguen dispersas por efecto del centralismo que no irriga suficiente poder, economía ni cultura y ahoga, asfixia y engendra guerrillas y paramilitares. En el caso de Venezuela, en cambio, hace mucho que se implantó el federalismo: su ejército domina todo el territorio y en sus llanos nos sentimos en el centro del mundo. Aquí hablamos de los gobiernos. Porque otra cosa es el pueblo colombiano: éste sí que se ha expandido por toda Latinoamérica. Hay casi tres millones residiendo en Venezuela – mientras venezolanos en Colombia no llegan a los diez mil. Costa Rica y Ecuador ya parecen tocadas por la colonización antioqueña. Nueva York es nuestra cuarta ciudad más grande: Brooklin alberga alrededor de dos millones de colombianos. ¡Ni hablar de Madrid y de México! Pero, repetimos: es el pueblo espontáneo, disperso, que se va porque muchas veces no se siente identificado con un gobierno que nunca ha estado a su altura.
"Me voy para Venezuela", dijo con rebeldía Fernando González, el Brujo de Otraparte, para enfurecer a la clase alta colombiana. De su viaje venezolano publicó Mi Simón Bolívar (1932), Mi compadre (1935) y Los negroides (1936), donde profetizó a Chávez: "Venezuela será la cuna del Gran Mulato". Y afirmó: " Venezuela es la que tiene más personalidad en Suramérica. No quiero decir que sea más rica, que esté mejor gobernada,
más organizada, etc. Hablo desde el punto de vista biológico. Ella produce
hombres originales, gobiernos originales, modos propios. En otras
palabras, en Venezuela es donde tienen menos vergüenza". Hoy asistimos a una segunda expansión venezolana. Su alianza con Cuba,
imperialista como toda isla (piénsese en Japón e Inglaterra), ha integrado
el Caribe y ahora lanza sus anzuelos por todo el continente, especialmente
hacia Argentina, predispuesta siempre a la idolatría (piénsese en Perón,
el Che, Maradona). Reciben sin problema Bolivia y Ecuador, por naturaleza histórica, gran influencia de Cuba y Venezuela. Chile, siempre independiente, sólo aceptará una mera alianza. Lo difíciles serán los gobiernos de Perú, México y Colombia por su pesada herencia de virreinatos y su predispuesta sumisión a la metrópoli, sea ésta española, francesa, inglesa o norteamericana – al fin y al cabo quien es esclavo por dentro concibe la libertad como cambio de amo. Los anzuelos de Cuba hacia Colombia sólo han alimentado guerrillas inútiles. México, de ninguna manera, permitiría participación exterior en sus problemas. Ellos hacen sus propios Juárez y Panchos Villas.
Si la historia a menudo se repite, pronto Chávez necesitará contar al
menos con Colombia. Más de 40 millones de personas en la frontera
occidental – el segundo país más poblado de habla española después de
México – no podrá ignorarse tan fácilmente. No lo pudo ignorar Bolívar al
concebir la capital de la Gran Colombia en Bogotá. ¿Por qué en Bogotá, si
fue allí donde menos halló acogido su perfil mesiánico? La oligarquía
colombiana nunca ha gustado ni ha podido soportar la desfachatez caribeña
y llanera. Su simpatía ha ido hacia los amables términos medios del
general Santander. Escéptica, desdeñosa nunca ha aceptado la afirmación
populista de recio carácter y, como a Bolívar también terminó por apartar
a Nariño, a Mosquera, a Núñez, al general Reyes, a López Pumarejo.
Apartará a Uribe en el momento en que éste ejecute políticas socialistas. Las oligarquías colombianas dominadoras de los medios de comunicación, al mirar por encima del hombro a Ecuador y Venezuela, serán las culpables de aislar a Colombia de la unión latinoamericana. Culpables también, Dios no lo quiera, de provocar acciones violentas de necesaria expansión por parte de los ejércitos venezolanos y ecuatorianos, mucho mejor equipados que el colombiano.
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