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ENSAYO LITERARIO

 

El “caso” de las Hinojosa: Crónica roja, relato erótico y contexto urbano  dentro del marco social santafereño en El Carnero de Rodríguez Freyle*

Alvaro Antonio Bernal

University of Pittsburgh at Johnstown

La hermosura de doña Inés llamó a sí a don Pedro Bravo de Rivera (con razón llamaron a la hermosura “callado engaño”, porque muchos hablando engañan, y ella, aunque calle, ciega, ceba y engaña)

   Rodríguez Freyle, El Carnero

 

Llama poderosamente la atención toda la escenografía y la trama pasional del caso de las Hinojosa dentro del contexto colonial de la época, como simiente de lo que siglos después se denominó como la crónica roja de pasquín, la narración negra urbana o el relato erótico de fotonovela. Todos ellos estigmatizados tradicionalmente como literatura de segunda clase dentro del canon formal. Las anteriores aproximaciones nominales caben dentro de los Estudios Culturales y la Posmodernidad que permiten una apertura hacia una controversia que cuestiona cualquier tipo de relación del individuo con  la realidad que lo rodea. Es decir, las voces marginales y periféricas están ahora dentro de una nueva pluralidad de discursos más liberales.

Este trabajo entonces, desea unir ciertos puntos de contacto entre una narración del siglo XVI con características específicas como camino o semilla potencial de un estilo narrativo contemporáneo. En otras palabras, pretendemos alcanzar aquella relación existente entre una crónica local historiográfica como El Carnero, a partir del renombrado caso de las Hinojosa, como puente a lo que se conoce en la actualidad como literatura urbana. Aunque no nos interesa rastrear un género determinado si es oportuno al menos, redescubrir, asociar y hacer conexiones ínter temporales por medio de características  que pueden llegar a ser comunes en textos y estilos separados cronológicamente.  

EL CONTEXTO

Es importante realizar en principio un paneo histórico y cultural  para caracterizar, delimitar e identificar el marco social en el que se desarrolló la obra de Rodríguez Freyle. La sociedad establecida en las colonias americanas del Nuevo Mundo durante este periodo se revestía ya de una muy interesante gama de grupos sociales y étnicos que se organizaban e interrelacionaban en una heteroglosia cultural que siglos después ha invitado a profundos y diversos estudios etnológicos y sociológicos. En principio, estaban los peninsulares que seguían ejerciendo su poder desde la metrópoli e insistían en ver los terrenos conquistados y sus gentes como valores brutos con fines exclusivamente económicos. Las colonias entonces, eran administradas como fábricas de cuya producción se seguiría beneficiando el imperio para esta época en declive. El grupo que seguía en jerarquía a los anteriores eran los tradicionalmente llamados criollos o aquellos hijos de europeos nacidos en las Américas. Esta elite en su gran mayoría letrada empezaba a ejercer cierta pugna con los españoles con el firme objetivo de una emancipación o de una insubordinación ante la corona que les dejaría como amos y señores de un paisaje social, cultural y ante todo económico. El sustrato que permanecía (y aun permanece en diferentes circunstancias) flotando entre ese binarismo de peninsulares y criollos lo conformaban los mestizos, una mayoría segregada. Finalmente, completaban esta escala los grupos endémicamente discriminados y oprimidos como lo eran los indígenas, negros, mulatos, zambos y todas sus variables combinatorias.  La convivencia de estos sectores de la sociedad se marcaba por una serie de prejuicios y era como en el presente, tan belicosa y conflictiva como ampliamente politizada y anárquica:

La polaridad racial entre ocupantes de origen europeo por una parte, y los indígenas, los negros esclavos traídos del África y todas las variantes de mezclas raciales originadas de estos tres componentes básicos, por otro originó el concepto social de castas...el concepto, que englobaba despectivamente una variedad infinita de matices raciales no podría descomponerse con alguna precisión para explicar actitudes sociales características frente a cada una de las castas...evidentemente, muchos prejuicios provenían de la minoría blanca dominante y ella poseía de manera natural el monopolio de las valoraciones. El indio era perezoso en el siglo XVII y se había embrutecido en el siglo XVIII. Los mestizos, fuente inagotable de conflictos, y los pardos, pendencieros y borrachos. Los estereotipos sobre las castas tuvieron una larga vida en la época colonial y, al parecer, una aceptación universal. (Colmenares 294-297) 

En medio de esta diglosia cultural, el periodo colonial empieza a desarrollar una vida específica en las pequeñas ciudades fundadas tiempo atrás. En esos núcleos urbanos  se asentaban todas las  disímiles capas de la pirámide social en una convivencia clasista y feudal. El urbanismo incipiente como proyecto empírico y el problema de la repartición poco equitativa de la tierra a nivel rural iban germinando enfrentamientos sociales que tiempos después desembocarían en conflictos civiles entre múltiples grupos sociales como lo comenta Álvaro Tirado Mejía en su texto: “...para fines del siglo XVI ya unas pocas personas habían acaparado las tierras mejores, más cercanas a los poblados y con vías de comunicación, dando lugar a un agudo problema de tierra padecido no solamente por los indígenas, sino también por los nuevos inmigrantes europeos” (72).

La ciudad colonial entonces, comienza a tener una vida propia en la que los grandes terratenientes, los representantes de la iglesia, los enviados de la corona, los comerciantes, los mestizos que navegaban entre diferentes clases, los sirvientes indígenas, los esclavos negros y demás, todos de diferentes orígenes e intereses, comenzaban a tener una convivencia más cercana dentro de un mismo espacio geográfico; creando un intercambio y una negociación que permitía abrir espacios de información, de nuevas generaciones multiculturales, de inéditas formas de ver el mundo, de una vida que caminaba con el tiempo y que con el día a día iba creciendo a la par de la ciudad adolescente que demarcaba sus inciertos límites: “Incluso la calle, la plaza, la iglesia y las numerosas festividades creaban un marco y un ambiente saturado de sonidos, colores, olores, formas que, sin dejar de tener un sello hispánico, eran también distintas de las que prevalecían en las ciudades peninsulares” (Alberro 58).    

La ciudad latinoamericana creada a imagen y semejanza de la española pero con una historia corta que la hacia aparentemente mejor diseñada y con un panorama multiétnico muy diferente, basaba su centro simbólico de interacción pública en la plaza central como eje social de diversos e intensos acontecimientos. El corazón de las novísimas urbes era la plaza que sin duda era el lugar de encuentro de todos sus habitantes como bien lo describe Germán Arciniegas cuando se refiere al significado de la misma en la Colonia:

A la sombra de los árboles de la plaza se tejieron todas menudas intrigas, se hizo política, se urdió la justicia y la injusticia, y se soñó. Se vendieron los frutos de la tierra y se abrieron las toldas de los carniceros. Se hicieron las corridas de toros, se prendieron las hogueras de San Juan, y se quemó pólvora en la noche de Año Nuevo. Se hicieron en la plaza las procesiones de Semana Santa y de Corpus Christi, y desde el balcón del Ayuntamiento se leyeron los bandos en que se anunciaban los impuestos y las multas, la guerra con los ingleses, la muerte del rey, el nacimiento del príncipe. Era un radio que llevaba a los oídos del pueblo la crónica de ultramar, las malas noticias, y hasta las buenas...España, en vez de escuelas para el pueblo, hizo plazas. Y en la plaza, el pueblo adquirió la educación que tiene y encontró el teatro para su cultura. La plaza fue el escenario de lujo de la colonia en las capitales, y ofreció un abigarrado aspecto medieval cuando los grandes personajes de la época – virreyes, oidores, marqueses, arzobispos, monjas y frailes, capitanes, soldados, escribanos – se cruzaban luciendo trajes de colores. (81)

Es un hecho que la vida en esta etapa histórica de la Américas cobró otro tipo de dinámica especial y incubó relaciones particulares en las que los individuos se relacionaban por diferentes motivos e intereses. De la casa quinta criolla empedrada y con una fuente central, se podía caminar a la iglesia para la misa, al cabildo, imagen del poder monárquico del imperio,  al mercado y untarse de oralidad, de ambiente rural y conocer la visión marginal del indígena o del mestizo X. En la plaza, se podía escuchar furtivamente, el diálogo entre el virrey  con el oidor, los soldados con el rítmico galope de los caballos, el desfile de toda la parafernalia española en las callejuelas, el pregonero y su grito profundo o los mercaderes a la espera de sus clientes. Un escenario que ofrece una ambientación perfecta para caer al acecho de la cultura del chisme, la intriga, la calumnia o simplemente la continuación de la histórica crónica a la usanza peninsular pero de personajes heterogéneos reubicados dentro de un plano urbano.

Este mundo es recreado por Rodríguez Freyle que escudriña cada esquina de la Santa Fe y de la Tunja coloniales en particular,  y a través de sus historias rompe el molde y contradice la imagen apacible y armoniosa de dos ciudades jóvenes, frías y conservadoras. Pues bien, los relatos del autor nos alertan acerca de una sociedad tan problematizada como cualquier otra y tan conflictiva como el origen diverso de sus pobladores.  En primer lugar, la lectura de El Carnero deja en el lector la realidad aterradora de la eterna ansiedad política y social que surge a partir de la rapiña por el poder. La clase dominante y sus subgrupos se encontraban

trenzados desde ya por el control y la supremacía de lo que cada cual consideraba propio. Varias son las anécdotas narradas y humorísticamente detalladas en las que vemos antagonismos entre las jerarquías civiles y eclesiásticas ejemplificadas en querellas protagonizadas por frailes, obispos, encomenderos, oidores y demás. Las autoridades locales peleadas entre ellas y a su vez se disputaban el derecho a gobernar con su contraparte española, que a su vez enviaba ordenanzas y legislaciones anacrónicas desde el otro lado del Atlántico.

En segunda instancia, la sección que más nos interesa para nuestro proyecto se refiere a la increíble serie de actos de deshonestidad, avaricia, supersticiones y adulterios que desenmascaran una sociedad civil anónima, pacata e hipócrita. La  continua ironía bien elaborada de Rodríguez Freyle y el amplio anecdotario relacionado a este tipo de hechos, hacen parecer que buena parte de la ciudadanía llevaba una doble vida y era incapaz de controlar sus impulsos e instintos. Es así como estalla y retumba en las calles el escándalo de las Hinojosa que desenmascara una sociedad colonial mentirosa y prescribe como eje temático de la obra los diversos hechos de pasión, violencia y lujuria incontrolada. Nace entonces, la vivencia clandestina, marginal que se da a conocer por el recurso del chisme y que se escenifica bajo la  complicidad de la noche. La crónica roja y el relato erótico son enmarcados y susurrados por el narrador dentro de un contexto, un lugar, un espacio, un territorio muy peculiar y estrictamente señalizado y que jamás en las Américas se había elaborado por su ausencia: La ciudad.

EL CASO ESPECÍFICO

Los elementos de sangre y truculencia que poseen las narraciones que contemplan triángulos pasionales en donde los protagonistas naufragan en medio de sus deseos y se dejan llevar de forma abrumadora por su naturaleza primaria, van de la mano con lo prohibido, el tabú y obviamente en contravía de  lo que se conoce como las “buenas costumbres”. En el “caso”  de las Hinojosa, la narración demarca el comportamiento lascivo de una mestiza de acomodada posición  social  que logra romper el esquema patriarcal asignado históricamente para la mujer. En ese proceso desenfrenado, ordena y planea muertes, conspira, toma venganza, seduce y juega un rol sexual altamente liberado para el siglo en el que vive. La vida licenciosa de doña Inés comienza con el desencanto que le produce su primer marido Pedro de Ávila, hombre adinerado pero que peca por mujeriego y tahúr: “Mujer hermosa por extremo y rica, y el marido bien hacendado; pero tenía este hombre dos faltas muy conocidas: la una, que no se contentaba con sola su mujer, de la cual ella vivía muy descontenta; la otra, era jugador; que con lo uno y con lo otro traía maltratada su hacienda, y a la mujer, con los celos y juego peor tratada” (Rodríguez Freyle 94). De esta forma, la protagonista justifica su engaño viviendo amoríos con su profesor de danza, don Jorge Voto y después en complicidad con él, ordena ajusticiar a su primer marido en una calle solitaria:

Fue (Jorge Voto) en busca de él (Pedro de Ávila) y hallóle jugando: aguardóle a la vuelta de una esquina, a donde le dio de estocadas y le mató; lo cual hecho, tomó la cabalgadura de donde la dejó, y siguió su viaje hasta la ciudad de Pamplona, a donde hizo alto esperando el aviso de la doña Inés; la cual, sabida la muerte del marido, hizo grandes extremos  y dio grandes querellas, con que se prendieron muchos sin culpa, de que tuvieron buena salida, porque no se pudo averiguar quién fuese el matador, y el tiempo puso silencio; en el cual los amantes, con cartas de pésame, se comunicaron. (Rodríguez Freyle 95) 

Pero, esta circunstancia es apenas el comienzo de una interesante cadena de hechos impregnados de sangre y erotismo que desenvuelve quizás un género acaso desconocido para la temporalidad y el contexto histórico de la obra. Aquí la “oralidad urbana” o la crónica de pueblo se mezcla en una murmuración constante en la que la presumible realidad se entrelaza con una ficción aumentada con el chisme, la información del testigo falso, la posibilidad de “me contaron” o “dice la gente” que el autor no usa ni menciona directamente, pero que el lector presupone. Tal es así que el imaginario y la mitificación de doña Inés y de su sobrina Juanita como mujeres libidinosas y libertinas atravesó la muralla de los siglos y permitió nuevas versiones contemporáneas en las que el elemento erótico se aprovecha de forma exagerada y mercantilista (1). Vale la pena resaltar que la truculencia del relato de Rodríguez Freyle se expresa siempre de forma estigmatizada contra la mujer como ser provocador de todo este espiral de acontecimientos fatales. Ella según el autor, actúa como instrumento que desata las furias pasionales de sus coterráneos y los deseos sexuales ávidos de todos sus compañeros. No parece entonces existir algún otro personaje responsable sino la mujer como catalizador de las fuerzas del mal y la lujuria sedienta:  

En esto acabó esta mujer de echar el sello a su perversidad; y Dios nos libre, señores, cuando una mujer se determina y pierde la vergüenza y el temor a Dios, porque no habrá maldad que no cometa, ni crueldad que no ejecute; porque, a trueque de gozar sus gustos, perderá el cielo y gustará de penar en el infierno para siempre... Oh hermosura desdichada, mal empleada, pues tantos daños causaste por no corregirte con la razón! (Rodríguez Freyle 96-102)

La visión sexista, característica del contexto histórico y el juicio mordaz de un pueblo artificioso y simulador creyente en una falsa moral termina por satanizar a la protagonista y condenarla al peor castigo como lo hacían los españoles con todos aquellos que contravenían sus ordenes. La horca como escarnio público representa el último escaño de una vida pecaminosa para un final que no podría ser diferente. Doña Inés durante su vida es bautizada desde el principio del texto como fuente de vicio y maldad: “...y a la doña Inés la ahorcaron de un árbol que tenía junto a su puerta, el cual vive hasta hoy, aunque seco, con hacer más de setenta años que sucedió este caso” (Rodríguez Freyle 102).

De por sí, toda esta mezcla de vértices que se unen crea una trama semejante a una crónica roja de nuestro tiempo que explota la morbosidad de un público ansioso por los detalles mínimos y por la explicación minuciosa de cada suceso. Aunque, Rodríguez Freyle jamás se muestra lascivo en sus descripciones y por el contrario condena radicalmente este tipo de incidentes, si conjuga y ensambla las partes de un todo que hace alusiones concretas de un mundo subterráneo en el que suceden atrocidades de todo tipo. Si el comportamiento de muchos de los habitantes de la Tunja virreinal era falso y doble, igualmente se puede designar la marginalidad y la clandestinidad de una ciudad que anochecía con la tranquilidad del crepúsculo y que amanecía con el escándalo de los muertos anónimos en las callejuelas o plazuelas. Además, la agitación social cobijaba a un sin número de historietas de faldas y traiciones amorosas que muchos conocían pero que preferían religiosamente callar.   

El juego de una moral reprimida parece ser fundamental en el escrito de Rodríguez Freyle y permite una aproximación que otea un panorama social altamente pudoroso ante los ojos públicos pero increíblemente liberado en la intimidad o en la privacidad del espacio cerrado. Doña Inés nunca parece sentirse satisfecha con sus amantes, y de Pedro de Ávila, pasa a enredarse en amoríos desenfrenados con su profesor Jorge Voto para  asociarse después sentimentalmente con don Pedro Bravo de Rivera, el encomendero de Chivata. La creatividad y el elemento ficcional para usarlo como sinónimo de irreal, se percibe en hechos tan desconcertantes como la construcción de un túnel que comunicaba su habitación al cuarto de su último amante. A la mejor manera de los cuentos del Decamerón de Bocaccio (2), los enamorados no escatiman esfuerzos para expresar su pasión:

No se contentaron estos amantes con esta largura, antes bien procuraron más; y fue que el don Pedro tomó casa que lindase con la de doña Inés, y procuró que su recámara lindase con la suya de ella. Arrimaron las camas a la pared, la cual rompieron, yendo por dentro las colgaduras, pasadizo en que se juntaban a todas horas. (Rodríguez Freyle 96)  

Sin duda, una farsa colmada de engaños, tretas, encuentros amorosos, muertes y relaciones peligrosas; en una ciudad apacible en la que nadie sospecharía de tales eventos, sino que proyectaría talvez la idea de tranquilidad, de una población que apenas comienza a convivir en un nicho social establecido como urbano. La muy noble ciudad de Tunja jamás dudaría de las debilidades de sus pobladores y peregrinos que trastocan e invierten las mínimas virtudes de respeto y buen vivir.

En El Carnero, es de saber común que el mapa de la ciudad que se describe y la de sus habitantes entroniza diferentes roles individuales y todos ellos son colocados en un retablo como piezas  que se interrelacionan. Ese retablo es la legitimación de una ciudad entre medieval y renacentista, entre española y americana (3). Un marco que ya anticipa un juego entre lo letrado y lo marginal, lo hidalgo y lo ordinario. Y, allí en ese contraste, surgen la negociación entre lo blanco, lo indígena y la gama de diferentes matices étnicos y culturales. Aparecen también, temas muy precisos para nuestro estudio; la apasionada, y efervescente vida de una mestiza atrevida para su mundo. En otras palabras, la sexualidad y la sensualidad encumbrada como chisme de corrillo o de plaza pública que alimenta las mentes y las voces de aquellos que desean hablar a escondidas. Además, el tema policíaco como ingrediente reiterativo en esta crónica historiográfica. Por tan sólo ejemplificar este tema, recordamos la muerte del primer marido de doña Inés que finalmente queda impune y sepultada en el ostracismo, pero también en oposición a esta liviandad,  leemos que la larga lista de vejámenes cometidos por la protagonista y sus secuaces se logran descubrir por el poder judicial y se castigan en el mismo espacio público ante la mirada incrédula de los residentes de la ciudad. Bien explica esta escena Giraldo cuando relaciona la pugna del miedo religioso muy de la España medieval, y el asomo de un pensamiento racional, es decir dos corrientes filosóficas que chocan: “En la muerte que se da tanto a Inés como a sus cómplices se puede plantear una interpretación de la forma en que condenarían la carencia de vergüenza y temor a Dios, y cómo en tales castigos se pretende corregir una conducta carente de ‘razón’” (85).

CONCLUSIONES

Hemos querido centrar este breve artículo concentrándonos en uno de los “casos” (4) de la obra El Carnero de Rodríguez Freyle y redescubriendo tres aspectos sobresalientes del texto para hacer conexiones y asociaciones con temas recurrentes y de inmenso debate en la actualidad literaria.  Por un lado el “caso” escogido, brilla por su celebre popularidad en las letras colombianas y ha dado la posibilidad de nuevas reescrituras contemporáneas que recrean la trama y la estructura general del texto original, adicionando diferentes elementos y enfatizando otros (5). Por otro, se desempolva la visión y la idiosincrasia de una sociedad apenas en gestación y que socava la imagen de la mujer como ser generador de discordias, dramas pasionales y deseos lujuriosos (6).

El primer aspecto que se trata es el contexto en el que se suceden los actos narrados por el autor. La ciudad como espacio que agrupa diferentes sectores de la sociedad diferenciados entre sí por el color y la cultura de todos sus habitantes. Un contexto urbano que desde luego ya es desconocido para los pobladores.

Las ciudades latinoamericanas surgen a mediados del siglo XVI y la cotidianidad urbana para esta época del libro apenas está despegado. El protocolo colonial y su funcionamiento dentro de un marco cerrado como la ciudad es un tema que en El Carnero se desarrolla en abundancia.  Tanto Carora, Pamplona, Tunja o Santafé de Bogotá son conglomerados jóvenes que se abren ante el advenimiento de la ciudad hidalga y al impulso del imperio por mantener centros de control comercial y cultural en sus colonias. Las nuevas relaciones de poder se ejecutan por medio de nuevos individuos en la “farándula” local. El arribismo social, fenómeno común siglos después, se puede analizar en el ascenso de una mestiza convertida en criolla que logra desestabilizar la capa superior del esquema social por medio de sus acciones.  Las anécdotas y las vidas privadas de algunos se convierten en relatos legendarios para muchos y se pasan de boca en boca, deformándose con las nuevas adiciones que cada habitante desea agregar. La ciudad es entonces el nuevo centro de reunión (la plaza), de socialización y de información local y extranjera. En ella se leen todas las buenas y malas nuevas que se viven con cada día o semana que pasa. La muy novísima urbe colonial con el trabajo de Rodríguez Freyle es entonces introducida como un ente que bosqueja tanto la cultura popular como la cultura exclusiva de algunas elites que están en un continuo movimiento entre Europa y las Américas.

En segunda instancia, sugerimos como elemento constitutivo de la obra, la inclusión de un relato erótico que es de consumo masivo en nuestros tiempos y que en el texto, en general,  durante la colonia es apenas incipiente. El famoso mini drama de las Hinojosa deja entrever un deseo intrincado por formalizar ya una retórica sensual o erótica. Una mujer de belleza profunda y de habilidades amatorias especiales. Tres amantes, varios muertos y todos los compañeros de Inés, capaces de cumplir fielmente lo que la protagonista ordena con el único fin de poseerla. Este elemento, viene a ser muy explotado en las nuevas versiones de este episodio que se convirtieron en temas exclusivos de una novela contemporánea y de  un libreto televisivo. Esta evolución de la obra original a sus nuevas transformaciones ha desentrañado inquietudes acerca de la verdadera vida lujuriosa de dona Inés y su sobrina Juanita. En suma, un capítulo picante al estilo de Bocaccio (José Juan Arróm) que una vez más saca a la luz pública la vida tormentosa de algunos miembros de una elite colonial hipócrita y solapada que rezan y pecan al mismo tiempo. Inés de Hinojosa se presenta como eje del discurso narrativo (Giraldo) en la sección X de El Carnero y es aun más relevante su vida y ejecuciones en la obra de Morales Pradilla.

Finalmente, después del anterior panorama congestionado de personajes aparentemente polarizados por el bien y el mal, de mujeres bellas, sensuales y peligrosas, se incrusta el tema policíaco que es un recurso convertido en tema central, de notable redescubrimiento en nuestros tiempos. En él, al igual que con el elemento erótico,  la investigación, el testigo, las intrigas, la oscuridad, las muertes, los juicios y la duda hacen del relato una serie de cuestionamientos de orden moral y  filosófico. La razón versus la pasión por ejemplo, la injusticia que parece superar la impunidad, o la tranquilidad de una ciudad contra la violencia amparada por la oscuridad. Todo un temario que en el texto de Rodríguez Freyle es real e invita a un acercamiento propio de la novela negra de nuestros días. En el “caso” de las Hinojosa, se puede seguir todo un itinerario detectivesco en búsqueda de la huella de los criminales que desde luego son abiertamente delatados por el narrador omnisciente.

Notas:

  • El “caso” de las Hinojosa despertó el interés de nuevos narradores y libretistas de televisión a finales de los ochentas. Es así, como existe una novela dedicada al tema del escritor colombiano Próspero Morales Pradilla, Los pecados de Doña Inés de Hinojosa (1987), que a su vez fue adaptada exitosamente a la televisión colombiana en 1988, como teleserie protagonizada por Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco en los papeles principales. En estas versiones se explota ampliamente la sexualidad liberada de las protagonistas de la obra como tema polémico y de análisis.
  • José Juan Arróm en su libro Esquema generacional de las letras hispanoamericanas. Ensayo de un método, alude a las semejanzas del libro de Rodríguez Freyle con el de Bocaccio debido al carácter picante de las historias narradas.
  • En la novela de Morales Pradilla se observa mucho más evidente este tipo de contraste, el cual se puede leer a partir de múltiples descripciones arquitectónicas de la ciudad de Tunja.
  • Es muy importante hacer claridad acerca del término caso, como lo explica María Teresa Cristina en su artículo: “Son estos relatos los que el autor denomina casos (o flores en algunos lugares), palabra que parece tomar sentido latino (casus) de suceso dañoso, infortunio, calamidad, caída ejemplar.”
  • La crítica Luz Mery Giraldo hace un excelente recorrido entre la crónica de Freyle y la novela de Morales Pradilla en su libro Ciudades escritas.
  • Para profundizar en el tema de la representación de la mujer en la colonia se recomienda el texto compilador de Mabel Moraña: Mujer y cultura en la Colonia hispanoamericana.

Obras Citadas:

Alberro, Solange. “La emergencia de la conciencia criolla: el caso novohispano”

     Agencias Criollas: La ambigüedad colonial en las letras hispanoamericanas.

     Pittsburgh: IILI, Edición de Mazzotti, José Antonio, 2000.

Arciniegas, Germán. Latinoamérica: El continente de los siete colores. Iowa State

     University, Edited by Cecil D McVicker and Osvaldo N. Soto, 1967.

Colmenares, Germán. “La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800”. Manual de

     historia de Colombia. Tomo I. Bogotá: Instituto colombiano de Cultura, 1978, pp 225

     -298.

Cristina, María Teresa. “La literatura  de la Conquista y la Colonia”. Manual de historia

     de Colombia. Tomo I. Bogotá: Instituto colombiano de Cultura, 1978, pp. 493-592.

Giraldo, Luz Mery. Ciudades escritas. Convenio Andrés Bello, Bogotá, D.C.: Edición

     2000.

Rodríguez Freyle, Juan. El Carnero. Bogotá, D.C., Panamericana Editorial, 2001.

Tirado Mejía, Álvaro. Introducción a la historia económica de Colombia. Bogotá:

     El Ancora Editores, 1985.

      

Obras de Referencia:

Arango Ferrer, Javier. “Raíz y desarrollo de la literatura colombiana”, en Historia

     extensa de Colombia. Vol XIX, Bogotá, 1965.

Corradine Angulo, Alberto. “La arquitectura colonial”, en Manual de historia de

     Colombia. Bogotá: Colcultura 2ª edición, 1982.

Friede, Juan. “La conquista del territorio y el poblamiento”, en Manual de historia de

     Colombia. Bogotá: Colcultura, 2ª edición, 1982.

Marco Dorta, Enrique. “Arquitectura del Renacimiento” en Tunja. Bogotá: Hojas de

     Cultura Popular, núm. 81, 1957.

Morales Pradilla, Próspero. Los pecados de Inés de Hinojosa. 3ra edición, Bogotá: Plaza

     y Janes, 1987.

Moraña, Mabel (ed.) Mujer y cultura en la colonia hispanoamericana. Pittsburgh: IILI

     1996.

Rama, Angel. La ciudad letrada. Hanover USA: Ediciones del Norte, 1984.

Rodríguez Vergara, Isabel. (ed.) Inés de Hinojosa: Historia de una transgresora.

     Medellín: Universidad de Antioquia, 1999. 

Vergara y Vergara, José María.  Historia de la literatura en la Nueva Granada.

     Vol, 1 Bogotá: Banco Popular, 1974.

* Artículo leído en el Congreso de la Asociación de Colombianistas en la Universidad del Norte, Barranquilla, agosto del 2003, y originalmente publicado en Cuadernos de Filosofía Latinoamericana. Universidad Santo Tomás de Bogotá. Número 88-89. 2003-04. Páginas 209-220.