Octavio Quintero
Nadie pensaría en matar una culebra cortándole la cola, o partiéndola por la mitad. Si no le pega a la cabeza, corra ‘mijo’, porque el enemigo está detrás.
Nadie con sentido común y democrático se opondría con razón a las reformas constitucionales que propone el Partido Liberal como punto de equilibrio entre el Ejecutivo y el Legislativo, o mejor, como punto de contención a la escalada imperialista de Uribe en la vida nacional. Inclusive, a esa cosecha de inhabilidades familiares y amistosas que se proponen con respecto a los parlamentarios, yo le agregaría una que es de la cosecha del Álvaro Montenegro: prohibir el nombramiento inmediato del ministro de Hacienda, del director de Planeación y de los directores del Banco de la República en altos cargos directivos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial o del BID, que no es más que el pago a su abyección a las políticas del libre mercado que inducen, impulsan e imponen estos organismos hijos del capitalismo salvaje.
No partamos siquiera del hecho incierto de lograr en el momento actual (en el momento de Uribe si se quiere leer) la viabilidad legislativa para imponer las reformas constitucionales. Un Presidente que fue capaz de corromper un Congreso (y después a la misma Corte Constitucional), para violar la Constitución, eliminando el “articulito” de la no reelección, no tiene contención institucional a la hora de hacer lo que le venga en gana. Mejor dicho, en las dictaduras, lo primero que se echa por la borda son la Constitución y las leyes. Pero además, si se tuviera el poder político de alcanzar unas mayorías para las reformas que propone el liberalismo, lo práctico sería volver a prohibir la reelección presidencial, y asunto arreglado, dentro de esa ciencia popular que dice que las cosas se deshacen como se hacen.
Mucho me temo que el liberalismo, con esta propuesta de reforma constitucional, esté cogiendo el rábano por las hojas. Me temo, y últimamente parezco adivino, que la intención es la de distraer la opinión pública y popular en el debate de unas reformas constitucionales que son importantes pero no urgentes.
El liberalismo, y en general toda la oposición política y social que se respira en la vida cotidiana debe pensar, antes que nada, en tumbar a Uribe. Mientras Uribe esté en el poder, no va dejar que una simple “hoja de papel” se interponga entre sus ansias personales y sus compromisos corporativos y el interés general y el bienestar social.
Antes que en reformas constitucionales, el liberalismo debe estar pensando en las elecciones de alcaldes y gobernadores el año entrante; debe estar pensando en cómo reconstruir su credibilidad entre los electores, y esto no es una cuestión de visión de futuro (reforma constitucional), sino de acción inmediata. A no ser que el liberalismo le esté jugando a la reelección del ex presidente Gaviria en el 2010 quien, de entrada, ha comenzado por reencarnarse en socialdemócrata, él que le abrió la puerta al neoliberalismo y que ahora cree que con un simple ‘mea culpa’ va a alcanzar el perdón y olvido, al estilo del que Uribe extiende a los paramilitares en la ley de justicia y paz, sin una rendición de cuentas. Y qué cuentas, Dios mío, las que tendría que rendir Gaviria: la destrucción de todo el tejido social que a sangre y fuego; sudor y lágrimas, habían logrado conquistar los campesinos, los trabajadores urbanos, la clase media y la clase empresarial honesta a lo largo de la hoy tristemente recordada Revolución en Marcha del ex presidente Alfonso López Pumarejo (1936).
Si se pierde el tiempo en seguir ideando una Constitución para arcángeles, el diablillo de Uribe (en esto también se asemeja a Bush), seguirá trabajando, por la vía de la corrupción y de las armas (a través del paramilitarismo, con su consentimiento activo o pasivo), la consolidación de su poder en las gobernaciones y alcaldías, si no es que ya lo tiene, a juzgar por las últimas inclinaciones seudo neoliberales de los alcaldes de Bogotá y Medellín, para no hablar de ‘alcalditos’, como el de Tocancipá, que ha montado una dictadura, con censura incluida y todo, aquí no más, en las goteras de la capital.
No se construye un futuro cierto permitiendo la continuidad de un presente incierto. Ninguna Constitución es garantía de democracia cuando los pueblos no son capaces de defender su letra y su espíritu democrático, inclusive, por la vía de las armas, si fuera el caso. Y nosotros no fuimos capaces de impedir su flagrante violación a manos de un dictador corruptivo y un Congreso corruptible que modificaron un ‘articulito’ que cambiaba, nada más ni nada menos, que la esencia misma de la Constitución del 91.
Mientras yo no vea a la dirigencia liberal armando su ejército para las elecciones de gobernadores y alcaldes del próximo año, todo lo demás será hacerle el juego a las cortinas de humo que encriptan el verdadero problema nacional: Uribe – Uribe – Uribe.
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