Mario Lamo Jiménez
Tal vez muchos colombianos hayan puesto su grano de arena para que entendamos nuestra historia. Sin embargo, Enrique Santos Molano no sólo ha puesto un grano de arena, sino toda una playa desde dónde contemplar nuestro vaivén histórico, y más que contemplarlo, analizarlo y comprenderlo. En su libro más reciente, “Rufino José Cuervo, un hombre al pie de las letras” (Instituto Caro y Cuervo, 2006, 398 páginas), el autor nos demuestra con creces que si Rufino José Cuervo era “un hombre al pie de las letras” Enrique Santos Molano es “un hombre al pie de la historia”. Se trata no solamente de la biografía más completa y detallada del notable filólogo bogotano publicada hasta la fecha sino que además analiza la época histórica en que viviera Cuervo, con todas sus contradicciones y matices, no sólo vistos desde el punto de vista político y económico sino también desde la perspectiva misma del personaje histórico.
En “Un hombre al pie de las letras” Santos Molano empieza por destacar, desde la introducción misma, la importancia de Cuervo:
“Si se tratara de señalar a los diez colombianos más importantes de todos los tiempos, yo incluiría en la lista a Rufino José Cuervo; si la lista se restringiera a los cinco más importantes, también incluiría a Rufino José Cuervo. Quiero decir que Rufino José Cuervo es una figura cimera de la nacionalidad colombiana, cuya importancia científica y literaria se mide con regla universal”.
En un país como Colombia, donde la historia de cajón que se aprende, por la manera repetitiva y mecánica en que se enseña, paradójicamente deja al estudiante más ignorante que antes de empezar a estudiarla, tal vez pocos colombianos hayan oído de la obra de Rufino José Cuervo y menos la habrán leído. Santos Molano ha logrado con ésta y con sus obras históricas anteriores romper esta barrera intelectual, por cuya causa los textos históricos tan sólo eran fechas carentes de alma, y demostrar cómo es que la historia es un hecho producido por seres humanos, con sus defectos y virtudes, y grandes logros, como en el caso de Rufino José Cuervo.
Santos Molano nos explica claramente en qué consistió la magnitud de la obra de Rufino José Cuervo:
“Rufino José Cuervo le dio al castellano una estructura científica; en otras palabras, trazó la gran autopista del idioma. Y si hoy es común aprender a expresarse correctamente en la lengua de Cervantes, ello se le debe al trabajo de titán que efectuó Rufino José Cuervo en sus libros sobre el castellano, en su voluminosa correspondencia y en sus dos obras axiales: Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1867) y Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, letras A, B, C, D y E, que abarcan los tres primeros volúmenes de esa obra portentosa”.
El genio del siglo XIX, que en pleno siglo XXI no tiene par, logró por su cuenta lo que ni los mismos españoles habían logrado hacer con su propio idioma: darle sentido y hacer del estudio del castellano una ciencia. A cualquiera le podría parecer que la biografía de un hombre dedicado a decodificar un idioma podría ser un tema estéril y difícil de tratar, y sobre ello nos dice Santos Molano:
“La aventura de un hombre empeñado en la lucha sin cuartel para domesticar el idioma y ponerlo al servicio de todos rescatándolo del uso restringido de unos cuantos sabios, puede ser, y lo es tan fascinante como la de un guerrero que consagra su vida a obtener la libertad de quienes han vivido bajo algún tipo de opresión”.
Y precisamente, sobre este tema es que gira la biografía escrita por Santos Molano, nos relata la vida de un guerrero del idioma que esgrimió el arma más poderosa de todas, la pluma, y con ella descubrió gracias a su poderoso intelecto los átomos de las palabras y las constelaciones de la gramática.
La familia
Una biografía se puede analizar de mil maneras distintas y la historia de una vida se puede narrar desde cientos de ángulos diferentes, y al final puede que sólo nos queden algunas fechas en la cabeza o una idea vaga de quién era el personaje. Sin embargo, la lectura de esta biografía nos da la gran satisfacción de que gracias a ella podemos apreciar no solamente la vida del personaje y la magnitud de su obra, sino que nos hace ver la historia de otra manera, más humana y cercana, donde los seres humanos son algo más que fechas y datos. Y esto no es de extrañar, ya que para esta biografía de Rufino José Cuervo, Santos Molano ha hecho una investigación exhaustiva y utilizado un excelente método narrativo donde él mismo va hilando la voz del personaje, a través de su extensa correspondencia con su acontecer cotidiano, para darnos más que una biografía, un paseo histórico en el que acompañamos al personaje y vivimos con él los diferentes momentos de su vida. Y no se trata de un paseo histórico cualquiera, es una travesía por la que recorremos décadas y continentes y que Santos Molano empieza aun antes del nacimiento de Cuervo, con la historia de su padre, lo cual nos ayuda a comprender aún más al personaje.
Hijo de Rufino Cuervo Barreto y de doña Francisca Urisarri, Rufino José, nos cuenta Santos Molano, había heredado de padre y madre sus grandes dotes intelectuales.
“Cuervo Barreto nació en Tibirita, Boyacá, el 28 de julio de 1801, se graduó de bachiller en el Colegio de San Bartolomé, de Bogotá, en 1817, y entró a estudiar derecho en el Colegio del Rosario (…) Después de ocupar algunos altos cargos en el Gobierno, el doctor Cuervo dio rienda suelta a una de sus grandes vocaciones, el periodismo y fundó en 1825 La Miscelánea, semanario en el que publicó muy bien escritos y mejor meditados artículos idiomáticos, literarios, económicos, científicos y políticos que lo convirtieron en una de las figuras relevantes de la nueva dirigencia colombiana (…) Doña Francisca también era hermana del agudo y temible polemista Eladio Urisarri, autor de las Cartas de los cincuenta (1837), tremenda requisitoria contra el general Santander”.
Santos Molano pone en contexto la época en que vivieron los padres de Rufino José Cuervo durante los años posteriores a la presidencia de Simón Bolívar, cuando es reemplazado por un gobernante civil, el doctor Joaquín Mosquera. A partir de allí, el país se divide en dos: entre progresistas, partidarios del libre comercio y las libertades individuales, y retrógrados, quienes creían prematura la libertad de los esclavos y rechazaban el librecambio. El padre de Rufino José Cuervo se contaba en el bando de los retrógrados. En 1831 tras la disolución de Colombia y la conformación de la República de la Nueva Granada (1832), son elegidos presidente y vicepresidente de la nueva nación el general Santander y el doctor José Ignacio Márquez, de tendencias opuestas, progresista el uno y retrógrado el otro, y es allí donde según Santos Molano “quedará sembrada la semilla de las guerras civiles que incendiaron la república del siglo XIX”.
Sin embargo, es la historia familiar cotidiana la que nos da una aproximación al alma del personaje. ¿En qué ambiente fue criado Rufino José Cuervo? ¿Cómo transcurrió la niñez del que llegaría a ser el más grande filólogo de América?
Santos Molano nos cuenta cómo el padre de Cuervo compró una casa en el barrio La Catedral, ya que dicha casa había pertenecido a los abuelos de su esposa, y ella deseaba que sus hijos nacieran allí. En 1830 compra la hacienda “Boyero” en la sabana de Bogotá, en lo que hoy es Madrid, un municipio de Cundinamarca, para que sus hijos tengan “un lugar de esparcimiento sano y un contacto eficaz con la naturaleza”. Sin embargo, además de la finca había comprado varios esclavos, lo que explica su ideología en contra de la emancipación de los mismos. Rufino José Cuervo habría de nacer el 19 de septiembre de 1844, siendo el séptimo y último hijo de la familia “y el quinto de los sobrevivientes”.
El mundo que le esperaba era el de una familia adinerada y culta, el padre, a pesar de apoyar la ideología esclavista era un intelectual de principios firmes, quien veía en el librecambio una amenaza que arruinaría la industria nacional. Siendo vicepresidente (1847-1851), se disputaría la presidencia de Colombia en 1849, cuando, según narra Santos Molano: “los artesanos se disponían a pasar a cuchillo a los dos candidatos rivales del general López, los doctores Cuervo y Joaquín José Gori, y a todos los senadores que votaran en contra del general López”. Para suerte del padre de Cuervo, el general López fue elegido presidente, y así salvó su pellejo para poder disfrutar de la hacienda “Boyero”, como lo tenía pensado, en compañía de sus hijos. Sin embargo, habría de ejercer la presidencia en dos ocasiones, por ausencia del titular “general Tomás Cipriano de Mosquera, una por cuatro meses y otra por dos”.
Santos Molano nos da un buen recorrido por la vida política de la época y por la vida familiar de los Cuervo y en el capítulo III de la biografía, llamado El fruto de “una educación amorosa” nos cuentas detalles íntimos de la vida que vivió Rufino José Cuervo, antes de que emigrara a Europa con su hermano, Ángel, donde recibiría los más altos reconocimientos de parte de los personajes de la época. Es así que nos enteramos
hasta de cómo era la casa de los Cuervo Urisarri (“con un brevo o higuera que daba muy buenos higos”) y cómo era la atmósfera que el padre de Rufino imponía en el hogar, según contaban sus hijos: La que impuso en su casa el doctor Cuervo era de “estudio y aplicación”, elevada a grado tal, que “los criados en sus horas de descanso aprendían a leer, o a escribir y contar, siendo nosotros —los hijos del doctor Cuervo—los maestros”. Las vacaciones las pasaban en la hacienda “Boyero” donde “Rufino José y sus hermanos, aparte de las diversiones infantiles, emprendían trabajos de campo rudos con entusiasmo parejo al que ponían para armar los pesebres o devorar las colaciones que preparaba doña Francisca”.
La vida en la hacienda es citada de los propios recuerdos de Rufino José, y allí se dedican también en las vacaciones a la lectura de la biblioteca que contiene la hacienda y al final del día comparten y comentan lo leído y el padre mismo lidera las discusiones. Leen también libros de agricultura y después ponen en práctica lo que han aprendido en las huertas, podando o injertando árboles.
Podemos apreciar, entonces, que la educación de los Cuervo, gracias al ambiente creado por la familia, es un tipo de educación innovadora para la época, que tan sólo podríamos equiparar con los métodos educativos que desarrollara el filósofo austriaco Rudolf Steiner a finales del siglo XIX y ahora muy en boga en pleno siglo XXI a nivel mundial en las escuelas Waldorf.
Sin embargo, la muerte del padre dejaría también su huella en Rufino: “Recuerda Rufino José que la muerte de su padre interrumpió la educación amorosa que de él recibían. En estas dos palabras se sintetiza el carácter del celebre humanista y filólogo. Rufino José Cuervo, como niño, como adulto y como hombre, fue el fruto de una educación amorosa”.
La obra
A la muerte de su padre, seguirían las batallas ideológicas y hasta armadas entre liberales y conservadores, de las que el padre de Rufino José Cuervo jamás quiso ser parte. La época histórica sigue siendo el batallar entre los librecambistas y los proteccionistas, pasando por la expulsión de los jesuitas y las manifestaciones de los artesanos por la defensa de sus derechos. Además del marco histórico, Santos Molano se adentra en el análisis de los inicios de una amistad que habría de marcar para siempre la vida de Rufino José Cuervo: “Vecina a la casa de los Cuervo Urisarri, en la citada calle de La Esperanza, quedaba la de los Caro Tobar. Ambas familias tenían mucho en común. Sus respectivos jefes, el doctor Rufino Cuervo y don José Eusebio Caro, eran fundadores y dirigentes del partido conservador” . Y es así que se conocen con Miguel Antonio Caro, dada también la casualidad de que sus padres fallecen en el mismo año (1853) y sus respectivas familias acuerdan que estudien en el mismo colegio: El Liceo de la Familia, el cual había sido creado en 1854, nos sigue relatando Santos Molano, por Antonio Basilio Cuervo (hermano de Rufino José) y Antonio José de Sucre, sobrino del Gran Mariscal de Ayacucho, y quien más tarde tomaría los hábitos.
Este colegio sería de capital importancia para la formación intelectual de Rufino José Cuervo y para cimentar su amistad con Caro. El mismo Cuervo relata, citado por Santos Molano, cómo don Antonio José de Sucre lo introduciría en el mundo de la gramática a través de las obras de Juan Vicente González y la de Andrés Bello. Por fuera del colegio, su amistad con Ezequiel Uricoechea, un verdadero genio que a los 18 años ya era doctor en filosofía y maestro en artes a los veinte, estimula aún más su intelecto y sus ansias de aprendizaje. Los jesuitas regresan al país en 1858 y a su colegio, San Bartolomé, ingresan Caro y Cuervo para terminar el bachillerato.
Para aquel entonces, sus hermanos mayores no están ganando lo suficiente pata sostener a la familia y es así como los otros dos hermanos Ángel y Rufino “deciden buscar empleos o actividades que les permitieran completar los recursos que demandaba el sostenimiento de la familia”. Y de todas las amistades que tendría Rufino José Cuervo, la más íntima y duradera sería la que sostendría con su propio hermano, Ángel, aunque ambos parecían ser polos opuestos, sin en verdad serlo. Según Monseñor Romero, cita Santos Molano, “don Ángel y don Rufino son dos temperamentos completamente distintos: don Ángel es extrovertido, simpático, alegre, decidor, dueño de un fino humor y amigo de hacer amigos; don Rufino es introvertido, fino en sus maneras, ameno en la conversación, y de una susceptibilidad exagerada”.
Ángel es también el negociante y se dedica a aprender los tejemanejes del comercio al lado de su hermano, Luis María, y se alista a montar un hato ganadero en los Llanos, cuando se le atraviesa una guerra de por medio, el negocio se cancela, Ángel se va a la guerra y no se sabe cuándo volverá, o si volverá, y Rufino entra como docente al “colegio de Santiago Pérez que hubo de suspender sus tareas al poco tiempo por causa del conflicto”. Es entonces, nos cuenta Santos Molano, que Rufino con todo el tiempo libre, prácticamente se traslada a la Biblioteca Nacional, donde descubre toda una mina de conocimiento, a la vez que aprende alemán con Ezequiel Uricochea, “lengua que dominó a la perfección”. Es por esa época que la amistad de Caro y Cuervo se cimenta, enseñándole aquél a Cuervo el arte de encuadernar, aprendido de su abuelo. Entre tanto, los conservadores pierden la batalla y Ángel vuelve a casa “vencido pero ileso, muchas familias lloraron a sus muertos, otras más la pérdida de sus bienes materiales y la situación económica de los Cuervo Urisarri se complicó”. Rufino regresa a la docencia y Ángel se va a las minas de Sesquilé “a buscar fortuna (…) en compañía de varios socios”.
En 1862, Rufino José Cuervo empieza a trabajar en su grandiosa obra Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, la cual sería publicada diez años más tarde, a pesar de que era “el primer ejemplar de un libro que había empezado a imprimir en 1867”, ya que el autor lo que hacía de día “de noche los deshacía; pero ahí estaba, impreso y encuadernado y ya no había peligro de que don Rufino José Cuervo llegara con correcciones de última hora”.
Ya desde 1863 se encontraba trabajando en tres obras: “Investiga y recopila los materiales para las Apuntaciones, inicia con un condiscípulo de su hermano Ángel, Venancio G. Manrique, una serie de trabajos filológicos destinados a la preparación de una Muestra de un diccionario de la lengua castellana y emprende con su amigo Miguel Antonio Caro la redacción de una Gramática latina”.
A la Gramática latina le dedican Caro y Cuervo tres años, cuya publicación es autorizada por el Presidente de los Estados Unidos de Colombia en 1867 y gracias a la cual “se elevaron como las figuras más prominentes de la joven inteligencia colombiana y fueron mirados con respeto aun por personas mayores y, como es natural, envidiados por los incapaces. Caro tenía veinticuatro años y Cuervo veintitrés, y había hecho una revolución didáctica y de metodología científica al poner el latín al alcance de todos”.
Dicha obra se convierte en el texto obligatorio para la enseñanza del latín por las décadas siguientes. Ángel y Rufino, finalmente, encuentran una fórmula salvadora para hacer dinero que los habría de mantener a ellos y a su familia por el resto de sus días: una fábrica de cerveza, cuya marca llega a convertirse en la mejor de Colombia. Con la publicación de sus Apuntaciones, Rufino adquiere fama mundial, y es reconocido como un verdadero genio por la intelectualidad europea. Ángel y Rufino recorren toda Europa, por tren, en coche, a pie y finalmente se instalan en París, donde Rufino continúa con su magna obra filológica. Rufino habría de permanecer soltero por el resto de su vida, casado tan sólo con su trabajo y moriría en 1911, a la edad de 67 años, habiendo vivido más que cualquiera de sus familiares.
Conclusiones
Esta reseña es tan sólo un abrebocas de esta maravillosa biografía y me abstengo de seguir contando más detalles de la misma —los cuales son bastante extensos— para dar al lector la oportunidad de descubrir por su cuenta a uno de los personajes históricos más eruditos, dignos y honorables que haya dado Colombia, así como una gran parte de nuestra historia, cosas ambas que Enrique Santos Molano enlaza admirablemente en esta biografía.
La obra de Rufino José Cuervo fue la obra de un genio que se adelantó a su época, especialmente teniendo en cuenta que gracias a él, el español de hoy en día es lo que es, no solamente una colección de reglas y palabras, sino un idioma universal, enriquecido por el uso de sus hablantes, e indudablemente por las Apuntaciones a las que un colombiano del siglo XIX le dedicara por completo su vida.
La biografía escrita por Santos Molano, debe ser vista como el texto definitivo que resume la vida y obra de Rufino José Cuervo por su carácter literario, histórico y pedagógico, y además debería de ser texto de lectura obligatoria en todos los colegios y universidades de Colombia, para que los futuros intelectuales colombianos tengan un ejemplo o modelo, de cómo a través de la dedicación, perseverancia y honestidad intelectual, es que se hacen patria y cultura; y para que los futuros escritores, biógrafos e historiadores, tengan un modelo de cómo se escribe, se investiga y se crea una obra que en verdad inspire la cultura y el conocimiento. Con ello no solamente tendríamos gente más culta sino un país mejor, libre de sectarismos e ignorancia, uno de los principales males de la sociedad colombiana.
Un prólogo que es un epílogo
Por más de veinticinco años mantuve en mi mesa de noche un grueso tomo de pasta dura que parecía envejecer conmigo, prometiéndome siempre leerlo algún día. Por alguna razón u otra ese día siempre se aplazaba. Era, creía yo, un texto de gramática del siglo XIX, que guardaba ahí, como una curiosidad histórica. Después de leer la biografía de Rufino José Cuervo por Enrique Santos Molano, caí en cuenta de que aquel viejo texto era nada más ni nada menos que las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. El día de su lectura finalmente había llegado, ya conocía ahora toda la historia que había detrás de aquella maravillosa obra y desde el mismo prólogo, escrito casi ciento cincuenta años antes, pude notar la vigencia de las palabras de aquel genio, que parece que fueran escritas ayer. Trascribo para los lectores un aparte del mismo, ya que éste, además de su biografía, les dará una idea de los motivos que lo inspiraron en su trabajo, así como una ventana al alma de este otro libertador, cuyas armas fueron la inteligencia y el conocimiento, herramientas más liberadoras que los fusiles y las balas.
“Nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente a la patria como la lengua: en ella se encarna cuanto hay de más dulce y caro para el individuo y la familia, desde la oración aprendida del labio materno y los cuentos referidos al amor de la lumbre hasta la desolación que traen la muerte de los padres y el apagamiento del hogar; un cantarcillo popular evoca las imágenes de las alegres fiestas, y un himno guerrero, la de gloriosas victorias; en una tierra extraña, aunque halláramos campos iguales a aquellos en que jugábamos de niños, y viéramos allí casas iguales a donde se columpio nuestra cuna, nos dice el corazón que, si no oyéramos los acentos de la lengua nativa, deshecha toda ilusión, siempre nos reputaríamos extranjeros y suspiraríamos por las auras de la patria. De suerte que mirar por la lengua vale para nosotros tanto como cuidar los recuerdos de nuestros mayores, las tradiciones de nuestro pueblo y las glorias de nuestros héroes; y cuando varios pueblos gozan del beneficio de un idioma común, propender a su uniformidad es avigorar sus simpatías y relaciones, hacerlos uno solo”.
Nota: Todas las citas, a menos que se indique lo contrario, provienen de la obra de Enrique Santos Molano.
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