MARTHA HAUZE
Me encanta viajar, pero desde Septiembre 11, 2001 se ha vuelto un problema cada vez peor para el pasajero regular como yo.
Me gusta conocer nueva gente, sus costumbres, sus comidas, su modo de ver la vida y las cosas. Así que cada que puedo me doy una escapadita a algún lugar donde las cosas sean un tanto diferentes y escojo hospedarme en lugares auténticos o con personas del lugar. Me empeño en ir a restaurantes locales y comer lo más típico que encuentre. Trato de hablar con la gente del lugar y de ver sus parques y sus lugares de oración o recogimiento, además de los teatros y museos. Claro, todo esto en la medida de mis limitadas capacidades pues la pobreza es una prerrogativa de la clase trabajadora.
Por eso, el domingo 3 de Septiembre partí de New York para Ottawa, la bella capital de la provincia de Ontario en Canadá, separada solo por el río Ottawa de Gatineau, provincia de Québec, bella también y muy francesa. Llegue temprano al aeropuerto, pues aunque viajaba hora y media al oeste para luego viajar otra hora y media hacia el este –El viaje directo es por el este hacia el norte y dura dos horas- y solo llevaba una maletita pequeña de las que normalmente no hay que aforar, me quería asegurar y cumplir con la reglamentación.
Me acerque al mostrador de la aerolínea y me enviaron al computador, quien revisó mi pasaporte y me dio el pasa bordo. Pero cuando estaba pasando por seguridad me quitaron el aguardiente, el ron viejo de Caldas y el arequipe que llevaba para mis amigos allá, además de la crema humectante, la pasta de dientes, la pestañina y la vaselina liquida para los labios. Estaban tan ocupados “desvalijándome” que dejaron pasar las gotas para los ojos y el perfume, ambos en mi cartera. Todo esto fue tirado a la basura y una agente me trató como criminal, enojada ella porque yo le pedía que no me quitara estas cosas y me permitiera aforarlas. Le pedí que se las entregara a mi hijo, quien aún estaba en la sala de espera, pero mi impaciencia, que ella consideró rudeza, se lo impidió.
Aun no puedo explicarme, por mas que trato, que clase de arma puedo construir con mi pestañina y mi pasta de dientes y la vaselina, y la crema humectante. Claro, yo no soy química! Debe ser eso. Y a lo mejor debo dejar de usar todas estas cosas, pues parece que sus contenidos son suficientemente tóxicos y peligrosos para desbaratar un avión. Podría convertir el aguardiente y el ron en cócteles molotov, supongo, pero prefiero beberlos, como creo que hicieron los empleados del aeropuerto. Antes de entrar al avión me obligaron a aforar el maletín pues no cabría en el avión pequeño que me llevaría de Detroit a Ottawa. ¡Tanto perdido y para nada!
Pero bueno, si eso significara seguridad yo lo pasaría, pero resulta que todos estos estúpidos y exhaustivos escrutinios personales no son aplicados a la carga. Es decir, TODO lo que entra como carga al avión NO es revisado! A lo mejor la impaciencia de la agente de seguridad se debe mas a su conocimiento de estos exabruptos. O será simplemente que se les sube el “poder” a la cabeza? En fin, ese tampoco es el asunto. El asunto es la seguridad y me parece que si la carga no es revisada, pues mi pestañina se pierde innecesariamente. ¡Me quede con el ojo pelado por nada!
De regreso, los empleados de Ottawa se portaron mucho mejor, con mucha cortesía y amabilidad y dándome alternativas sobre como me iban a esculcar, lo que me hizo sentir mejor, pero el hombre que revisó mi pasaporte –inmigración es hecha antes de abordar, no después de aterrizar en el destino, por eso del trasbordo- me miró como si yo fuera un peligro para los Estados Unidos, quizá porque mi pasaporte estadounidense dice que nací en Colombia.
Llevo tiempo sospechando que toda esa seguridad es teatral y está diseñada para distraer y controlar. Podría parecer que yo me dejo llevar por mi paranoia, pero anoche me entere a través de Charles Gibson, periodista de televisión de ABC, que ellos lograron comprar una tonelada de abono, usado por terroristas como el estadounidense Timothy McVeigh, para volar edificios y lo trasportaron a través de varios estados de la Unión, depositándolo a solo unas millas de la Casa Blanca, sin que nadie hiciera preguntas, pidiera documentación o pusiera trabas. Supuestamente, el reglamentar la venta de este producto causaría molestias a los agricultores.
Otros que no quieren ser molestados son los grandes importadores corporativos como Kmart. Sus barcos, llenos de contenedores con mercancía que vienen de varios países del “tercer mundo” no son inspeccionados porque les costaría demoras y las “demoras son dinero”, según el entrevistado de la mencionada compañía.
En suma, después de billones de dólares gastados en agencias de seguridad y todos los inconvenientes a los pasajeros regulares, el público no esta más seguro que antes, y quizá tampoco mas inseguro. Es de suponer que si verdaderamente estuviéramos en tanto peligro, los primeros en someterse a los inconvenientes serían aquellos que con sus cabildeos millonarios bloquean toda la legislación para ser revisados: los agricultores y las corporaciones como Kmart.
Dice la Administración que se han detenido cinco actos terroristas gracias a las nuevas medidas de seguridad, el último en Londres donde 20 individuos fueron detenidos el mes pasado con cargos de estar planeando crear bombas en los aviones usando químicos contenidos en cosas como mi pestañina. Fue precisamente de allí de donde salio el asunto de decomisar todo liquido, incluso la leche de mama.
Sin embargo, de los 20 uno fue casi inmediatamente dejado en libertad, y muchos de ellos ni siquiera tenían pasaporte. Ninguno de ellos tenía boletos de avión y según parece, todo lo que hay en su contra es lo que dijeron en correos electrónicos. Cierto que algunos estaban ya bajo vigilancia por bastante tiempo, pero no habían hecho nada nuevo. Algunos analistas concluyen que el arresto fue políticamente motivado, no un verdadero asunto de seguridad.
Me pregunto si no estaremos en manos de gentes muy inescrupulosas, y si no estamos mas vulnerables cada día gracias a nuestras “intervenciones libertarias” en otros países. Parece que nuestro ánimo de exportar e implementar nuestro modelo de democracia va a costarnos mucha pestañina.
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