Gustavo Enrique Ortiz Clavijo
Siempre nos enfrentamos como personas a información, información y más información. Esa es la regla que erige la sociedad mediática en que vivimos, a partir de ella, los individuos deben comunicarse y establecer sus discursos con las diferentes jerarquías y estructuras sociales, además hacer evidente y activo un rol actancial en las mismas establecidas. Sólo somos maneras de hablar, de asumir los lenguajes existentes y desde allí transgredir, empoderar un discurso propio, esto quizá sea un parafraseo cercano de la verdad inmersa dentro de la industria cultural globalizada. Pero en realidad, ¿existe comunicación, se revela acaso - en la incomunicación- uno de los factores de disgregación y lucha de poderes? …
La UNESCO, en su página oficial comenta sobre la industria cultural que “Por su dimensión internacional, resultan ser un elemento determinante para el futuro en lo que se refiere a libertad de expresión, diversidad cultural y desarrollo económico. ” Y el hecho de comunicar como es indisoluble de un ejercicio de poder, también establece políticas o lineamientos a cumplir por parte de los estamentos correspondientes. Pero vale preguntarse si al Estado, le interesa que sus ciudadanos fortalezcan su discurso crítico, creativo e ideológico ante los demás. Vale discutir sobre quién se beneficia de estos bienes culturales y medios masivos.
En la sociedad posmoderna, caracterizado por nuevos patrones de producción, consumo y comercio, los bienes y servicios culturales no son una excepción. Son una necesidad donde se dan ejercicios de poder.
Desde un punto de vista sociológico divisamos un abismo verosímil en esa posibilidad de hacer propios estos recursos por parte de la persona común y en países latinoamericanos se revela en tasas de analfabetismo, monopolios de los medios masivos, entramados simbólicos que venden la idea y el hecho de una realidad reality, una profunda crisis del pensamiento y el discurso de una sociedad. El consumo de lo efímero y lo trivial, construye el discurso cotidiano y de paso, el futuro crítico y social de una persona, de una comunidad y de una nación. Un ejemplo contundente son los ejercicios publicitarios de nacionalismo, de enaltecer una raíz espiritual con una identidad de Estado, pero sin profundizar las coyunturas de crisis social expuestas en la misma nación; una forma sutil de permitirse cualquier acto en pro de una estabilidad nacional, algo no alejado de la clásica frase “ el fin justifica los medios” y eso ya lo vivieron con la cultura fascista, nazi y en últimos días, la j udía. Lo que pasa es que la memoria es frágil en una sociedad de consumo y he aquí la que debiera ser la principal labor de la industria cultural, “EL NO OLVIDAR”, sembrar valores, identidades y un entramado simbólico y crítico suficiente a los embates de la publicidad y el tiempo y el ejercicio político.
La tecnología de hoy ha aumentado el consumo artístico y por ende cultural, pero vale preguntarnos por los niveles de producción. Y los niveles de interpretación lectora. ¿Quiénes producen los hechos simbólicos de una sociedad? Unos pocos. Los ejes de reflexión pasan a una necesaria formación academia, a una necesaria trayectoria, a un necesario riesgo, bajo estos vectores se construye el gestor cultural, el artista y lo que podríamos llamar “medios masivos culturales”.
La UNESCO referencia que “el binomio “cultura y comercio” ha adquirido un carácter de orden estratégico, porque si bien es cierto que los bienes y servicios culturales construyen y transmiten valores, producen y reproducen identidades culturales, además de contribuir a la cohesión social, también son un factor libre de producción en la nueva economía.” Mientras en el patio trasero, en la calle, en el cara a cara, se piensa que la construcción de identidades, valores y obras- entiéndase este último como arte-, es algo gratuito, eterno y que al no generar dividendos, no necesita inversión. Una visión angélica del artista, es la regla en la sociedad media, en el hombre común alejado de los espacios académicos, industriales y mediáticos.
Gracias a un compartir de proyectos y experiencias en los medios, haremos unas reflexiones con tres directores de éstos; Mario Lamo, coeditor de La Hojarasca; Daniel Navas, editor de SIC en el Medio y Gabriel Impaglione, editor de Isla Negra, todos portales culturales en la Internet, o también, el término que hemos acotado, medios masivos culturales.
El hacer cultura, hace la historia, no la oficial, sino uno de los filos del crisol de la existencia humana, válida como todas y complementaria de éstas, como un libro, escrito a muchas manos, unas siempre visibles, como son los personajes públicos y otra, por el anonimato del poder y la mayoría de intelectuales. Digo esto a partir de la concepción - que comparto- que hace Seymour Martin Lipset sobre el intelectual; aquel que difiere y hace ejercicio crítico sobre la historia oficial y la realidad que vende el Estado, aquel que pone a reflexionar a los demás y alimenta los entramados simbólicos con sus discursos a través de la historia.
Gabriel Impaglione, periodista argentino, residenciado en Italia dice que “ La historia en general es un gran libro oculto. Cada versión que de ella se hace responde a un interés particular. Ella no tiene la culpa. Como el uranio del que se puede hacer uso para masacrar o curar. Y los mismos medios, que se usan preferencialmente para propagar estilos de consumo que para profundizar la masa crítica de la sociedad. Se trata de interpretar la realidad.”. Pone en nuestras manos, la principal labor de un medio masivo cultural, ofrecer herramientas de interpretación sobre la realidad. Pero todo es blanco o es negro dependiendo cómo se mire, y allí viene algo quizá más valioso, “la ética” que debe existir en esta profesión. Mario Lamo al respecto comenta que” Generalmente lo esencial lo vuelven superficial y lo superficial lo vuelven esencial. De esa manera los verdaderos conflictos quedan ocultos. Uno de los mecanismos para hacer esto es lo que yo llamo “información impresionista”, te dan una cantidad de puntos borrosos que forman una visión distorsionada de la realidad y de esos puntos borrosos sólo te muestran una fracción del cuadro. El resultado es que el “consumidor” de información nunca puede conectar los
puntos y formarse una imagen correcta de lo que está pasando en el mundo.”.
La confusión, el ofrecer todo y nada a la vez, absolutamente como el adjetivo catalogado por el escritor colombiano, es el impresionar, dejar satisfechos a unos consumidores, pero quizá nunca darle las herramientas, ¿Y qué es esto de darle las herramientas?... para mi concepto personal, es mostrar las herramientas y estrategias del engaño publicitario noticioso, enseñar a leer por encima de esta mediatizada realidad. Daniel Navas, editor colombiano de SIC en el Medio revela el estrecho límite para dar una verosímil información y una comunicación seria con el lector consumidor, “ El escándalo es un espectáculo y el espectáculo es un escándalo a la vez, son solo herramientas para lograr comunicar verdades o mentiras.”.
¿La historia siempre tendrá su parte oculta que aprovechan los
medios masivos como escándalo, cómo puede analizarse dentro de un medio masivo
cultural al referenciar géneros como el testimonio y la crónica?. A esta pregunta, Gabriel Impaglione sigue resaltando la importancia que el ejercicio de la libertad comunicativa se da en una ética,” En el gran territorio de la subjetividad hay un espacio al que podemos llamar ética. Y es este espacio en donde nos movemos con honestidad intelectual. Y libertad. ¿Cuál es la verdadera capacidad de generar una revisión de la historia que produzca un sentido crítico y estimule la búsqueda de la verdad en nuestros medios culturales? Aunque la moda predominante, los avisadores del stablishment, la autocensura, los grupos de choque, nuestra propia ignorancia, obstaculicen esta búsqueda, tenemos el permanente desafío de ocupar aquel espacio de la ética para ser libres.”.
Pudiera decirse que todo medio es cultural porque transmite ideas y pensamientos, desde una Vanity Fair hasta una reciente investigación sociocultural podrían estar mezcladas en las estanterías y los espacios de lo light, más nunca revueltos. La cultura alta y la cultura baja son acepciones que sólo son verosímiles dentro de cada persona y es el inevitable mostrarse del canon, personaje invisible que regula las expresiones de un ser social. Las periodizaciones y las encuestas sólo hacen parte de un mercado, más nunca de un fortalecerse cultural de una sociedad.
Daniel Navas, en una forma sutil también afirma esa necesidad de una ética al decir que “En un medio masivo cultural no vas a utilizar las mismas estrategias de
comunicación que utilizas en un medio masivo tradicional, además los
medios están hechos para el tipo de personas que los consumen.”.
Para el editor de la Hojarasca, vale más en revelar el engaño mediante completar la información y la realidad faltante a su lector, en esta labor radica su ética al ser consciente que el medio invierte la realidad, ”El medio de comunicación se ha vuelto parte de un engranaje de control y dominación que usa mecanismos de propaganda para crear una opinión favorable a un sistema que está destruyendo el planeta, en verdad son cómplices activos de un ecocidio y genocidio llevado a cabo por corporaciones multinacionales, que son las mismas propietarias de los medios. Si tomamos por ejemplo el caso de la
agresión judía a Líbano y a Palestina, veremos que los medios dicen que “Israel” se está defendiendo", cuando en verdad son los agresores.”.
Aunque suena evidente el no establecer una ética, impone de forma inmediata, una deshonestidad y una herramienta que colabora con la decadencia de nuestras sociedades, verdad abrumadora, ya que a todas las épocas de la historia les caracterizábamos detalles buenos y detalles malos, pero en la era posmoderna, la proclama es “sálvese quien pueda”, lo que deja de una vez huérfana a la necesidad cultural y sus bienes quedan en el pretexto de la imagen de los manejadores del poder. Impaglione, de forma vehemente lo denuncia, ”El espectáculo, género del que forman parte los trabajadores del teatro, del cine, la música y el divertimento, es una cosa. No es TODA la cultura, claro. Y tampoco es el escándalo. La industria de la prensa amarilla/ del corazón/ o prensa rosa, o como se desee llamar, tiene absolutamente que ver con el negocio. Se trata de una línea editorial orientada hacia el consumo. Y tampoco tiene que ver con la cultura. Ni con el espectáculo, claro... Basta prestar atención al grotesco de los opinólogos de todo, de los formadores de opinión que trabajan para los grupos de poder, desde los medios. Y en este clima de deshonestidad intelectual vale todo, incluso la imposición de estereotipos, la vanalización de lo que se entiende por cultura, la promiscuidad intelectual en oferta, y el coro de culos, tetas, cirugías plásticas y mohines histéricos que colaboran decididamente con la decandencia de nuestras sociedades.”.
Otro de los factores no extraños de la comidilla de los diálogos en los inmersos en el medio cultural, son las mentiras verdades que venden los columnistas oficiales de ciertos medios de prensa, para salvar a un gobierno, aun personaje, a una ineficaz política social o cultural y la gente lo cree por catalogar que si estos personajes trabajan para ciertos medios, deben tener algún grado de verdad lo que dicen. Verdad si, pero la verosimilitud de su discurso es dudosa, tanto como poner de ejemplo, el enfoque dado a la guerra del Líbano acentuando el carácter prodigioso de una labor diplomática como la de la secretaria de Estado de USA, cuyos augurios de paz y cese de 48 horas, por un lado lo desmienten los vídeos de los bombardeos seguidos y los discursos exacerbados en el parlamento israelí.
Todo árabe es un terrorista, más la oficial CNN, muestra a un libanés protestando por la muerte de casi 30 niños y anunciando cómo responderían a tal agresión del bando contrario, fue a buscar un ramo de flores que tiró sobre la fila de cadáveres, respondiendo que “ellos no irían a matar a los niños de ellos”.
Esos íconos terroristas, de paz o de muerte, sus límites son casi invisibles, dependiendo del lector; los medios masivos culturales deben alimentar las expresiones de una sociedad, no vender íconos. Daniel Navas es quizá consciente de esa ferocidad de verdades que se venden, al reconocer sobre los medios masivos, ”Sí, son encantadores de serpientes y lo hacen muy bien por que mueven masas a su lado.”
Los medios masivos son unos encantadores de serpientes pero vale decir que ni las serpientes los escuchan ni ellos sabrán cuando serán atacados, una comunicación de sordos. La responsabilidad cae sobre estos medios que algunos llamaron alternativos, el tratar de complementar esos abismos sociales e ideológicos que ha establecido la historia, siempre múltiple, a través del tiempo. Gabriel Impaglione revela esa máxima meta como bien de la humanidad, ”Donde el Estado no garantiza el acceso a la educación, el trabajo, la justicia, la salud, la vivienda, el futuro, reclamar por las políticas de promoción cultural tiene escaso sentido. La identidad cultural debe ser valorizada como un bien de la humanidad.”.
Un compromiso con nuestro tiempo, con una sociedad, con todas las historias, hacer una crónica de las realidades posibles del ser humano como el mejor ejercicio de poder. Ahora dirán que la paz se ha firmado, la validan los gobiernos y los medios, pero la guerra intimidatoria sigue en tantos pueblos como en Colombia o en el Medio Oriente.
*Entrevistas exclusivas dadas para este artículo.
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