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Número 18, Mayo 15 de 2014
Análisis
La eterna pregunta de ¿Por qué votar?
por el Señor Quezada
Entiéndame, no soy uno de esos defensores puristas de la democracia ni un adalid de la ciudadanía. Me da la misma pereza y desilusión que todo el mundo el tema de salir a votar. De hecho, tengo versiones retorcidas acerca de conspiración entre políticos, las aristocracias y los poderes ocultos, o sobre el manejo de la maquinaria electoral y el manoseo del derecho a votar.
Pero hay hechos objetivos con los que no puedo menos que ponerme un poquito rojo de vergüenza, porque yo, al igual que millones de personas en este país, le hago el juego a alguien o a algo que detenta el poder. ¿A quién? No se, pero a alguien, pónganle el nombre que quieran a su fantasma, no importa, el hecho es que en Colombia están inscritos más o menos treinta millones de personas para votar y en las últimas elecciones presidenciales, el actual presidente ganó, en segunda vuelta, con un poco más de 9 millones de votos.
Solo 3 de cada 10 colombianos y colombianas que podían votar, fueron las que eligieron al presidente, y de esos tres, más de la mitad eran de las grandes ciudades. De hecho, para ser precisos, en realidad solo el 18 % de la población total de Colombia eligió al presidente, es decir que menos de dos personas de cada diez eligieron al líder más importante de este Estado democrático, para velar por los intereses de cada una y uno de nosotros. Entonces ¿quién elige al poder en este país?
Yo sé, el argumento que defiende el voto como un derecho fundamental y un pilar de la democracia ha sido tan manoseado por la propaganda proselitista que se vació de contenido. Pero ¿no es precisamente allí en donde está la gran trampa de este sistema electoral?
Digo, tanto la saturación al extremo de información sin contenido como las campañas electorales que no plantean ni un programa de gobierno, han servido por mucho tiempo para acumular frustración y desconfianza hacia cualquier cosa que se llame política.
Es cierto, yo también soy de los que cree que muchas veces, los líderes electos parecieran más preocupados de preservar sus prebendas e intereses con el mercado y sus principales operadores, que de servir al país; y en cierta medida eso ha servido para más abusos y arbitrariedades contra la gente modesta e indefensa.
Pero es precisamente por este tipo de motivos, por los que es necesario reflexionar acerca de la importancia del voto.
Seamos claros, ¿cuánta responsabilidad tenemos cada uno de nosotros y nosotras para que: no existan candidatos/as idóneos/as; que no nos sintamos interpretados por las ideas; o que no confiemos en las personas que están en la carrera electoral? La respuesta a esta pregunta es siempre odiosa, porque es imposible transferir responsabilidades y sabemos que en gran medida lo que tenemos como sistema es responsabilidad nuestra, al permitir precisamente este sistema.
El sistema está creado (en teoría) para mejorar la vida de la sociedad, y la “sociedad” en realidad somos personas de carne y hueso que toman decisiones cotidianas. Digámoslo claramente, hemos caído en la trampa de no organizarnos, de no votar y fundamentalmente de dejar las decisiones importantes a “quienes saben”, dejándonos llevar por las maquinarias electorales. Si la mitad de la gente que no votó en este país hubiese inscrito una o un candidato independiente, Colombia tendría otro presidente.
Por eso creo que votar sí importa, mientras mayor sea el número de personas que ejerzan ese derecho, es mayor el reto y las dificultades que tienen las maquinarias electorales, mayor la cantidad de dinero y más el trabajo que deben hacer por convencer a la población. Mientras mayor sea la cantidad de gente que exprese sus ideas con el voto, más difícil es hacer campañas absurdas llenas de humo, mugre y retórica, obligando a quienes quieren esos cargos a poner en la agenda pública los temas que realmente nos interesan.
Platón decía que “los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen realidad.” Sin querer ser apocalíptico, votar siempre es una decisión personal, pero el efecto es masivo, no se puede dejar eternamente para mañana que la “sociedad” despierte.
"Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo... del miedo al cambio.” Decía Octavio Paz, y yo creo que la inmovilidad es uno de los signos más importantes del miedo al cambio y una muestra de que hemos dejado que nos duerman en la retórica y en la falacia.
Para no aburrirlos, quiero en este texto hacer un llamado al sentido común, para que no terminemos nuevamente avalando e hipotecando nuestro porvenir, ni le demos permiso a la impunidad que estimula al delincuente.
Creo que hay que votar como un acto de reafirmación de lo social, porque al fin y al cabo esto se trata de convicciones y valores propios, se trata de reconocer las diferencias sin violencia, intentando convencernos e intentando promover acuerdos. Finalmente esto se trata de respetar la decisión a la mayoría (pero a la mayoría de verdad).
Hay que votar, porque a pesar de todo, no hay alternativa más allá de la política. Porque es necesario, de una vez por todas, tener la esperanza de que podamos contar con mejores dirigentes y representantes, que comprendan la importancia de transformar la vida de las personas que padecen de una situación injusta.
Hay que votar porque es posible una buena política, es posible crear opciones que desafíen el statu quo, que promueve el progreso individual y colectivo, en un marco donde se hace compatible la libertad con la justicia social.
Hay que votar porque es la única forma de hacer cambios, porque no basta con sólo levantar la voz o presionar en la calle. Es necesario transitar de la protesta a la propuesta.
No caigamos en la trampa generalizada de que la política y la democracia son un tema de los poderosos y las elites. No siempre ganan los mismos, por eso quizá me suena tanto en la cabeza el coro de una canción de un grupo de rock mexicano que dice. “si le das más poder al poder, más duro te van a venir a…”
Más allá de las bromas, es importante que vayamos a votar, por la opción que queramos y si no nos gusta ninguno, se vale votar en blanco o anular la preferencia electoral, pero no dejemos en manos de pocos las decisiones que nos conciernen a todos.