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Número 9, Septiembre 13 de 2013


RELATOS

 

Drácula a medio día

 

 

 

 


Jorge Guaneme Pinilla

 

Desperezándose lánguido y aburrido, el Conde Drácula levantó la tapa y apartó a manotazos la tierra del ataúd que le servía de lecho. Que la pereza lo abatiera de tal manera le dio a entender que no había dormido bien. Pero por las tinieblas que reinaban en su cámara dormitorio comprendió que la noche ya le llevaba mucha ventaja. Si había de cumplir la cita que él mismo había acordado para esa noche, tenía que sobreponerse a la somnolencia, despabilarse y salir de inmediato.

 

Para acicalarse ya no había tiempo. Tomó la capa negra del perchero, se caló el sombrero de copa, se encrespó las abundantes cejas y sonrió con macabra sonrisa ante el espejo pero éste lo ignoró completamente y se negó a devolverle la imagen.
Ya en camino bajo un cielo tachonado de estrellas, se afiló las uñas en la reja señorial que defendía la entrada a la mansión de uno de sus vecinos y apresuró el paso. Ya debía de ser cerca de la media noche, pensó, y no acertaba a explicarse por qué se sentía tan falto de sueño y disminuido de fuerzas. Pero el encuentro era tan prometedor que al pensar en el irresistible y alabastrino cuello de cisne donde iba a clavar sus ansias, la boca se le hizo sangre.

 

Miró el firmamento y se extrañó de ver que la constelación de Orión no aparecía por ninguna parte. Y a esa hora, si es que ya era media noche, debía aparecer en el cenit.

 

Algo andaba mal esa noche.

 

Al llegar a su destino se extrañó aún más de que su amada Calíope ni siquiera se daba por entendida; porque halaba y halaba de la campanilla y nadie abría.

 

—¡Pero estás loco! ¡Cómo se te ocurre salir a esta hora!— Lo recibió Calíope alarmada y lo urgió a entrar cuanto antes.

 

—¡Insensato! No hay tiempo qué perder.— Le increpó furiosa mientras a empujones lo hacía entrar a la alcoba, lo metía de narices en el closet y lo obligaba a quedarse quieto.

 

Y el conde gritaba desde adentro pues quería saber por qué.

 

—¡Idiota! Eres el único vampiro que, incapaz de refrenar sus sanguinarios instintos, no tiene inconveniente en salir durante un eclipse. ¿Acaso no sabes que es pleno medio día y en quince minutos el sol volverá a brillar inmisericorde? ¿Quieres diluirte al rayo del sol como una babosa? ¡A callar! Porque ahí tendrás que quedarte hasta la noche.