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Número 15, Febrero 11 de 2014
Carta desde el futuro
Jorge Guaneme
Después de ensayos y fracasos sin cuento, logramos poner a funcionar la máquina. Por ser de los más obsesionados, me eligieron para el primer viaje. Y heme aquí, a la deriva en el futuro. Al verme aparecer, los seres con quienes me encontré, (una extraña mezcla de traslúcidos cuerpos astrales en estado de sutil evanescencia) se sorprendieron mucho al saber que venía de tan remoto pasado. No se explicaban que yo estuviera ahí pues me dijeron que el mundo de mi origen había desaparecido hacía tiempo. Y en pocas palabras me contaron el lamentable final del planeta de mi procedencia. Extraviados por una avería, algunos de ellos, viajeros del espacio, se habían visto forzados a aterrizar allí, muchos miles de años atrás. Habían encontrado los materiales para reparar la nave y proseguir el viaje. Pero mientras lo hacían, a un par de ellos les dio por distraer su ocio sometiendo a algunos animales, tan curiosos como amigables, que merodeaban en el bosque a caprichosos experimentos genéticos.
Al emprender de nuevo el viaje, los cosmonautas vieron fascinados cómo aquellos animales, antes tan mansos, perdían el espeso pelaje, se erguían sobre sus patas traseras intentando torpes pasos y se atacaban entre sí con mucha agresividad. El lamentable y travieso experimento, concluyeron, había llevado a la proliferación de una especie que había devastado el planeta y, a la postre, se había extinguido por hambre. Por respetar el destino que los mismos terrícolas le habían fijado, la Conciencia Galáctica había decidido destinar ese planeta malogrado a basurero de aquella lejana espiral de la galaxia.
Pensando en la familia que había dejado atrás, solicité que me dejaran enviar un mensaje de alerta a ver si podían hacer algo para evitar esa catástrofe. Pero se rieron de mi insensata ocurrencia. Ya era demasiado tarde.
Preocupado por asegurarme un futuro aceptable y en aras de un egoísmo imperdonable, decidí quedarme allí y me negué a volver al pasado. Al oírme, se rieron aún más. Me explicaron que mi anhelo era inalcanzable porque la instancia donde nos hallábamos era sólo para encuentros fugaces y no para quedarse. Allí no se daban las condiciones mínimas para mantenerme con vida.
El tiempo allí, me advirtieron, se me agotaba. Y sin más, reemprendieron viaje por alguno de los recovecos del espacio-tiempo. Alelado y sobrecogido de terror, comprendí que me hallaba en un extraño estado que tan sólo acerté a denominar limbo sideral.