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Número 11, Noviembre 15 de 2013
Impunidad: un arma de doble filo
Jacobo Yepes Echeverry
Hoy por hoy, hemos reducido los cultivos de coca en el país pasando de tener alrededor de 150.000 hectáreas en el 2001, a 50.000 en el 2012, según el monitoreo de coca de 2012 de la UNODC. ¿Es este un buen síntoma? ¿Podemos acabar con el narcotráfico? Quizás podamos, aunque después de años y grandes esfuerzos en México, Perú y Colombia, entre otros de los países que hemos padecido por esta guerra externa, peleada en nuestro suelo, la opinión general es que no vale la pena. Si esta disminución en los consumos es un buen síntoma en términos de la guerra contra la guerrilla, es dudoso. Pues, como hemos visto, esta ha estado acompañada por el aumento de la minería ilegal y la participación de las guerrillas en esa actividad.
Creo que es el momento de entender que mientras no haya forma de acoger con perdón, el “rebusque” de estos grupos se perpetuará dentro de la ilegalidad, su adaptación se flexibilizará por la necesidad y esta misma los presionará a actuar con más fuerza y desesperación.
El perdón puede no solucionar todos nuestros males y muchos guerrilleros y vándalos retomarían el control de todas las actividades ilícitas e, increíblemente, rentables. Pero creo que tendremos una oportunidad de, con una política fuerte e incluyente y con el perdón y el amor del padre por su hijo pródigo, recuperar nuestro estado y darle oportunidad a los colombianos de vivir en paz, reconstruir el paraíso en el que vivimos. El Estado es uno, el Estado somos todos y en años, cuando ni uribistas ni santistas ni liberales o del polo salgan a las calles, no serán los nombres, ni los políticos los que expliquen la paz; sino la decisión y la fuerza de un país unido en un solo objetivo: acabar con la violencia.
Así, los invito a apoyar el proceso de paz, más que por un nombre, un partido o una idea, por lo que con ello podamos construir como individuos. No seamos el hermano celoso por el regreso del hijo pródigo, aún estamos a tiempo de reivindicarnos como humanidad.
Creo que la justicia debe ser despiadada, pues solo ella será capaz de darle fe a aquellos que van por buen camino, y desesperanza a los que no. Solo la justicia tendrá la fuerza de decir la verdad por funesta que sea. No creo que sea esta la espada que divida, la fuerza que discierna; sino la voz que comunica. Es la justicia la encargada de comunicar dónde se trazó la línea, la verdad avasalladora. No es igualdad, sino la posibilidad de saber la verdad y poder actuar acorde con ella.
¿Impunidad? Y enaltecemos a Einstein, Gengis Khan, Alejandro Magno... ¿Sufrimiento? y queremos castigar a los vivos, a los muertos, a los obligados y a los olvidados… Creo que tenemos que recordar que tampoco debe quedar impune la decisión y el egoísmo de las víctimas dispuestas a perpetuar la guerra por una sed de venganza, dispuestas a (por lo que con convicción llamamos justicia) permitir que más gente viva sus infortunios. ¿Habrá alguna vez paz? No, sin perdón; no, si nos desentendemos de la realidad de la gran mayoría de los guerrilleros; no, si culpamos a las víctimas, así, desde otro prisma, sean victimarios, pues sus víctimas son las que perpetúan la guerra, victimarios, de igual manera, a otra luz. Pues si vamos a culpar a las victimas, aquí todos tenemos por qué pedir perdón; todos tenemos la responsabilidad de perdonar.
Creo que es justo que sepamos que la guerra no se acaba con unas negociaciones en otro país; pero es un buen punto de arranque.