Helver González Zaraza*
Estando de cumpleaños el señor X, sus compañeros, los señores Y y Z, deciden agasajarlo invitándolo a tomar unos tragos. Cabe agregar que el señor Y también asistía a la reunión con el objetivo de acceder a un programa de lingüística de un conocido instituto. Desafortunadamente aquella noche, o tal vez deba decir aquella madrugada, hubo de todo menos programas de lingüística o afines. A decir verdad el intelecto quedaba subordinado a placeres menos nobles. La jornada comenzaba en un remoto lugar que hacía recordar las confrontaciones bélicas entre romanos y bárbaros. En aquel lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme, aquellas hembras habían hecho de las suyas protagonizando un escándalo sin precedentes. Testigos del acontecimiento, tres jóvenes reían al contemplar tamaña pelea. Sobra decir que en aquella época se encontraban presentes los señores X, Z y T. Así pues, en aquel sitio, después de beber los consabidos tragos, los señores deciden salir e internarse en la oscuridad. Son invitados amablemente por un personaje a departir con unas niñas en un acogedor recinto. Un ambiente sórdido pero pleno de belleza. Desfilan las muchachas mientras una máscara de alegría oculta el rostro de las llagas y de las miserias. Permanecen en el sitio, y el señor Z está tan tomado que decide invitar de su bolsillo una gran botella de licor. Obviamente los precios son muy elevados, pero contemplar el panorama lo exige. There was music, there was dancing, there was food to eat and wine to drink. Baudelaire deambulaba por el ambiente. Se le sentía. Mientras el señor X conversaba con una de las muchachas, el señor Y confirmaba su apelativo: “El pulpo”. Entre tanto el señor Z, mucho más pasado de tragos, danzaba como loco sobre la tarima mientras cientos de ninfas se contorsionaban. Los tres jóvenes hicieron sus consabidas propuestas (indecentes no por sus intenciones sino por los paupérrimos ofrecimientos). Algunas niñas rieron. Otras hicieron cara de pocos amigos. Al fin eran las doce, se había roto el hechizo, en aquel lugar sólo permanecían los tres jóvenes. Una jauría de hienas se confundía con las sombras. Fueron literalmente expulsados. Decidieron continuar con su aventura. Siguieron internándose en el norte descubriendo puertos oscuros y secretos ajenos a la luz del día. Estuvieron en varios sitios, no recuerdo el número exacto. Basta mencionar las experiencias en dos o tres. En Porkys compartieron con las Hookers, mientras el señor Y se abalanzaba sobre una mesa destruyendo una botella de licor (acabada de comprar). Ciertamente no se les reconoció nada y tuvieron que beberse sus recuerdos, porque el costoso líquido yacía yerto en el suelo y en los finos pantalones del señor Z. Ante los inalcanzables precios exigidos por las ninfas, el señor X y el señor Y decidieron entregarse en los brazos de Morfeo, pues les resultó más cómodo.
El señor Z conversaba ávidamente con un par de niñas que le contaban sus aventuras en la vida y sus planes de viajar al país del Yen (moneda dura). Eran las tres y media de la mañana. La policía aguardaba afuera. En medio de las sombras las ninfas salían dejando a su paso el aroma del olvido. Los jóvenes aguardaban el momento propicio para salir. Al fin afuera y otra vez lo mismo. Otro de los amables personajes. Otro sitio. Una mujer monumental que por un elevado precio sólo admitía compartir su amor con dos de los señores pues tres se le hacía grotesco. Mientras el señor X negociaba con aquella mole de carne, el señor Y, muy respetuoso, disponía sus tentáculos de manera muy digna sobre la fría humanidad de una niña ligeramente añeja. En fin, nada. Afuera otra vez. El mundo y la soledad. El frío y la noche. Un tercer personaje los condujo a otro sitio cuidadosamente oculto. Baste con mencionar los besos del señor Y con una no muy atractiva ninfa, las negociaciones del señor X con una de aquellas reinas, tratando de averiguar el valor de sus interiores. Y el señor Z que dividía su vista entre el espectáculo de un cuerpo desnudo en un fondo azul y la tragedia de una ninfa, que al parecer había sufrido un ataque. La contorsión de aquella o de ésta. La muerte danzando aquí y allá. Un solo destino. Ya eran las cinco y media de la mañana. El sol comenzaba a desvanecer las sombras. Otro día, o acaso ¿era el mismo? En últimas terminaba la fiesta, el señor X volvería a su hogar, a su madre, a su novia; el señor Y volvería a su esposa, a su hija; y el señor Z volvería a su casa y a su familia.
El lector encontrará sencillo determinar el rostro y las características personales de los señores protagonistas de esta aventura. Si no es así puede recurrir a la siguiente tabla:
Señor X: el señor
Señor T: el señor
Señor Y: el señor
Señor Z: el señor
Helver González Zaraza
(Bogotá 1972- Madrid 1999)
* Helver González Zaraza (1972-1999)
Joven poeta, narrador y profesor universitario
colombiano que falleció en Madrid, España en
circunstancias aun no establecidas, cuando se
encontraba próximo a iniciar un programa académico de
verano auspiciado por University of Northern Iowa.
González Zaraza era licenciado en Lenguas de la
Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá y contaba
con una Maestría en Literatura hispanoamericana del
Instituto Caro y Cuervo. Su disertación laureada trata
sobre la obra “Santa Evita” del escritor argentino
Tomás Eloy Martínez. En 1998, González Zaraza había
viajado a los Estados Unidos para iniciar estudios de
Maestría en Literatura y TESOL. |