UNA CIUDAD ESCRITA Y RECORDADA: LA BOGOTÁ DE LOS SESENTA Y SU EVOLUCIÓN
ALVARO ANTONIO BERNAL*
Radicada en Madrid, España y vinculada al Instituto Cervantes como hispanista en el Centro Virtual, Consuelo Triviño, narradora y crítica literaria colombiana, habla de su novela Prohibido salir a la calle (1998), escenificada en la Bogotá de los sesenta, y del proceso de transformación de la ciudad en las últimas décadas.
El tema inicial de esta conversación tuvo como eje principal la diáspora que actualmente vive Colombia no solamente con sus habitantes comunes sino también con el gran flujo de profesionales jóvenes que emigran principalmente a Europa y Estados Unidos debido a la violencia política y a la escasa demanda laboral. Bajo esa perspectiva iniciamos esta conversación acercándonos a la vivencia de una intelectual colombiana residente en el exterior, su vida y su eterna nostalgia con su país para más adelante introducirnos al tema de la ciudad, la Bogotá de Consuelo Triviño, sus experiencias de niña que forjaron años después la construcción imaginaria y la escritura vivencial de su valiosa novela a partir de su vida en Colombia, más específicamente en Bogotá.
AB. En primera instancia cuéntenos el porqué de su residencia en España. ¿Cómo ha influido este país en su vida académica y profesional? ¿Ha pensado en regresar a Colombia?
CT. Yo vine a España muy a principios de los ochenta recién acabados mis estudios de Filología en la Universidad Nacional, una universidad de clase media, quizás el mejor proyecto que nos legó la República Liberal. Como muchos de mi generación, sentíamos que lo lógico era continuar nuestra formación profesional en Europa o en los Estados Unidos, incluso más en Europa, tan presente en nuestro imaginario, el lugar de donde nos han venido las ideas y los modelos de vida (antes de que el modo de vida americano nos invadiera desde la televisión). Con mi formación literaria, tenía ejemplos célebres de intelectuales latinoamericanos en París, como Cortázar. Eso nos impulsaba a realizar el viaje. Llegué a Madrid porque me desvié por el camino, pues lo normal hubiera sido ir a París. En Madrid inicié mis estudios de doctorado en la Universidad Complutense y ya se sabe que los proyectos de tesis se prolongan más de lo que uno desea y por suerte los pude prolongar con una beca del gobierno español. Así pasaron más de cinco años en los que me habitué al funcionamiento de este país. Volví a Colombia, sin billete de regreso, con el firme propósito de quedarme allí definitivamente. Pero a los dos años me di cuenta de que eso no podía ser, que en mi país no se podía ni escribir, ni vivir de la escritura, mientras que en España algo había hecho en ese sentido. Al final de la década de los ochenta en Colombia se impuso la necesidad del pluriempleo, de los contratos por meses. En esa incertidumbre no se podía escribir, ni siquiera vivir. Las roscas e intrigas que conspiran en contra de una justa y adecuada ubicación laboral, es un asunto demasiado doméstico como para ponerlo en una biografía, pero algo de eso había, faltaría a la verdad si no lo considerara como una variable.
AB. ¿Cómo percibe a Colombia a través de la distancia? ¿En general cómo ve la situación de los colombiano/as en España?
CT. Últimamente hemos asistido en España a un éxodo de colombianos de origen campesino que vienen, huyendo del empobrecimiento y la violencia y aquí encuentran otro tipo de pobreza, a la que se unen el desarraigo y la incomprensión. Percibo con gran preocupación la situación colombiana, influye no sólo la pésima imagen que la prensa internacional transmite de nuestro país y los mismos colombianos que superados por las adversidades, no ven el lado bueno de las cosas. Me preocupan la violencia y la intolerancia, la falta de responsabilidad de nuestros políticos que no tienen perspectiva histórica ni visión de futuro. Pero creo que a pesar de todo podemos solucionar nuestros problemas seculares con un poco de confianza en la gente sencilla, lo que unos pocos privilegiados llaman con desprecio, pueblo. Yo he estado en países del norte de África que fueron colonia francesa y da una tristeza enorme comprobar que allá no existe una sociedad civil. Nosotros tenemos universidades, bibliotecas, cines, universidades, vida cultural intensa e incesante, alegría, sentido del humor, resistencia. Allí no hay nada, sólo desolación, falta de esperanza, deterioro del espacio urbano y silencio. Se entiende entonces que prospere el fanatismo como un cáncer. Bogotá es para mí una de las ciudades más fascinantes que conozco y creo que fuera de Madrid, sólo podría vivir allí.
AB. Hablemos un poco de cómo nace o se construye la novela Prohibido salir a la calle, su niñez, sus influencias literarias, etc.
CT. Prohibido salir a la calle es el origen mismo de mi deseo o mi necesidad de escribir. Cuando tenía catorce años, la edad de Clara (la que escribe no la que se recuerda) decidí que quería ser escritora y que iba a escribir una novela que empezaba con mis primeros recuerdos, incluso llegue a escribir el principio. Por eso el título inicial de esta novela iba a ser “Cuaderno de recuerdos”.
Luego empecé a tomarme más en serio la escritura.... cuando estudiaba en la Universidad Nacional. Allí tuve el apoyo y el estímulo de mi profesora de literatura a quien le debo haber elegido este camino. Ella se llama Mery Mora, hija del escritor Luís María Mora y fue mi primera y más ferviente lectora. Empecé escribiendo cuentos muy existencialistas, influida por Hesse, Sartre, Camus y Sábato. Pero la idea de la novela me seguía como una sombra. Al llegar a Madrid intenté escribirla con muchas dificultades. Hubo un tercer intento al regresar a Colombia, pero como le decía, no era posible escribir, mientras luchabas día a día por mantener una vida mínimamente decorosa. Fue sólo al regresar a Madrid, ya con la idea de quedarme aquí, y tal vez más tranquila al decidir el lugar posible de mi escritura, que retomé el impulso inicial, volví hasta el origen de mi vocación y a mis orígenes. En Prohibido salir a la calle surgieron personajes del entorno de mi infancia que fueron ganando su importancia, pero hacia la mitad de la novela me di cuenta de que el más importante era la abuela. Me pareció raro porque tuve muy poco contacto con mi abuela materna, que nunca nos demostró su afecto. Entonces me di cuenta de que eso me había entristecido mucho, que tenía necesidad de estar cerca de mi abuela, pero ella había muerto en ese breve periodo en que regresé a Colombia, sin que yo la hubiera abrazado. De modo que me inventé una familia en la que la abuela era el centro, tal vez porque quería escudriñar los sentimientos más recónditos de esos seres ocultos bajo sus duras corazas y tan frágiles a la vez, que constituyen el mundo de mi infancia.
AB. ¿Cuál fue la reacción de la crítica tanto nacional como internacional ante la novela?
CT. La novela tuvo mucha acogida a pesar de que no tuvo ninguna difusión. Colombia es un país precario en estos temas y la editorial me pidió que me pagara el billete para ir a promocionar la novela en la Feria del libro. Me desanimé mucho y dejé pasar aquello. Se editaron muy pocos ejemplares, además, no tengo agentes y no sé moverme por esos terrenos que tienen unas claves y unos protocolos caprichosos. Es tan extraño ese mundo que no entiendo cómo Planeta aceptó publicar la novela sin ninguna recomendación. Luego vino lo de los premios de Colcultura, ya que la novela quedó de finalista y parecía que por ese lado iba a tener alguna promoción, pero no fue así, o al menos yo no me enteré. Así que la novela es una experiencia grata de la que a veces me llegan ecos, como este interés suyo por mi obra. Sí ha habido trabajos críticos de Luz Mery Giraldo y Ángela Robledo. Alonso Aristizábal le hizo una reseña muy cálida en El Tiempo y en Madrid fue comentada en una revista literaria. También sé que se utiliza como libro de referencia en algunas universidades donde se ha incluido en cursos, no sólo en Colombia, sino en Estados Unidos.
AB. ¿Qué tanto comparte Clara la protagonista, con usted? ¿En qué se parece Consuelo Triviño a Clara o quizás su familia al núcleo familiar que rodea a Clara en la novela?
CT. Clara es una parte de mí ser, un personaje que vive dentro de mí y que aún me conmueve. A veces me gustaría consolarla cuando la siento triste, pero sé que el dolor es inevitable, que la vida es demasiado dura y que se necesitan toneladas de amor para curarse de las heridas. Los mayores hacen daño a los niños porque ellos fueron educados con sangre, eso de “la letra con sangre entra”, era la filosofía de mis pobres tías y abuelas y yo no puedo hacer nada para consolarlas, sólo tratar de comprenderlas en la escritura, de ponerme en su situación. Clara tiene de mí los sentimientos de la infancia, pero todos los personajes son parte de mí también, ellos fueron amasados con la misma sustancia con la que me amasaron y se alimentaron de las mismas palabras. Alonso Aristizábal dice que uno lleva dentro las palabras y sólo tiene que afinar el oído para escuchar esa voz interior. Y eso fue lo que me sucedió mientras escribía la novela, que empezaron a llegarme palabras que ya no usaba, frases y sentencias que llevaba dentro y que me removían lo más profundo, fue una inmersión en el río del recuerdo, triste y jubilosa a la vez, porque recordar esas voces que me hablaban de seres que nunca conocí y que estaban vivos dentro de mí, fue una experiencia intensa.
AB. Al igual que su personaje principal en la novela la ciudad también está en un gran proceso de crecimiento, ¿Qué sentimientos, imágenes o nostalgias le deja esa Bogotá de los sesenta? ¿Qué tenía de especial la Bogotá de esa época?
CT. Bogotá para mí fue siempre un refugio. Mi mamá trabajó durante muchos años como enfermera en los centros de salud de ciudades de provincia de Cundinamarca, cercanas a Bogotá, pueblos como Tena, Susa, Capellanía, El Triunfo, Ubaté, llenan los recuerdos de mi infancia, presencias como la del médico que iba dos veces por semana, los pacientes, los heridos y las embarazadas de los más apartados lugares que veían a mi madre como la salvación. Ella era una persona querida y respetada y nosotros éramos los niños de la enfermera, ejemplo de salud y lozanía que surgían en los colores de las mejillas. Fuimos muy felices en algunos pueblos de esos, sobre todo en Susa. Pero cuando crecí, lo que más deseaba era que me dejaran en Bogotá con mis primas. Bogotá era el cine, la televisión, la moda, los hippies y la minifalda. Vivíamos en provincia pero teníamos en la mente el modelo de vida de la ciudad. Bogotá es el paso de mi niñez a mi adolescencia. Estudié interna en un colegio situado al lado de la iglesia de la Capuchina, La Merced, que fue también un proyecto republicano de educación laica, muy famoso por su nivel de exigencia. En ese colegio se definieron muchas cosas, mi vocación de escritora y el salto lógico a la Universidad Nacional, a la que le debo todo lo que soy.... Esa parte de Bogotá es la que siento más mía, como el barrio de la Candelaria donde viví cuando decidí volver a Colombia, una vez terminado mis estudios de doctorado. Yo crecí con la ciudad y me formé allí, en los cine-clubes, en los grupos de estudio de la Universidad Nacional, en las cafeterías de las facultades de Bellas Artes y Ciencias Humanas.... Después en Colcultura, lo que hoy es el Ministerio de Cultura y donde estuve trabajando antes de venir a España. Allí fui muy feliz. Tuve unos compañeros magníficos. Las calles, la 17, la 18 y la 19 están íntimamente unidas a mi formación intelectual, son las de las librerías, la de la Alianza Francesa. Ahora el centro está muy deteriorado, todo mundo huye al Norte, pero en mi corazón siempre vive el centro y si no voy al centro es como si no visitara la ciudad. En cambio el norte para mí es ajeno....
AB. Por medio de la trama de la novela, se empiezan a fecundar espacios y personajes que antes no se veían o no existían tan claramente dentro de Bogotá. Estoy hablando de los hippies, los raponeros, los gamines, el parque de la sesenta, los vecinos asimilados de la ciudad al campo, el barrio del sur y su transformación arquitectónica, etc. De todo esto Clara es una observadora activa. ¿Al escribir la novela era conciente de ese proceso de mutación urbana?
CT. Sí, claro, lo hice deliberadamente, y además consulté revistas de la época como Telerama, Cromos, y artículos de El Tiempo de esos años que mi hermana me buscó en la Biblioteca Nacional, pero sólo para confirmar mis recuerdos, porque esas revistas y ese periódico se leían en mi casa todos los domingos, a veces en voz alta. Mamá disfrutaba con las Lecturas Dominicales y mis hermanos y yo nos peleábamos por las aventuras. Por eso están presentes en la novela el fantasma con su novia Diana Palmer, que son tan familiares como Benitín y Eneas, o Pancho y Ramona. Cuando yo tenía cinco años me diagnosticaron una afección cardiaca y tuve que quedarme en Bogotá con mi tía porque tenían que llevarme a médicos y hacerme exámenes. Todavía no sabía leer, pero llevaba el vicio de las aventuras y dice mi tía que cuando me iba a la cama empezaba a leer en voz alta las aventuras y lloraba si me apagaban la luz. De esa época recuerdo las visitas de mi papá con quien iba de la mano y algunas veces nos llevaba a mi mamá y a mí al cine a ver películas de vaqueros en el cine San Carlos o en el Mogador. Con lo populosa que era Bogotá, yo no me azoraba al pasar sus calles, pese a los gamines que empezaban a lanzarse sobre los relojes y las cadenas de las señoras. Para mí era una fiesta ir a comer pollo asado a la 22, el más famoso de la ciudad, que tenían una fórmula secreta para la salsa, o las pastas de “El Cisne” que mi padre adoraba. Claro que me sentía muy a gusto en la ciudad cuando era niña.
AB. También en la novela está marcada la idea del sur, centro, norte de la ciudad. ¿En su niñez como entendía esta relación?
CT. La verdad es que de niña no tenía presente el mapa de Bogotá. Yo me crié como le dije, en pueblos, a veces con mi mamá y mis hermanos y a veces con mis tías. Con mi tía era la sobrina de la profesora, con mi mamá, era la niña de la enfermera y desde mi mente infantil percibía cierto respeto en torno a esas dos categorías. No tenía la más mínima conciencia de que pertenecía a una familia muy humilde. Cuando llegué a Bogotá empecé a notar esas diferencias en mi familia. Usted sabe que en Colombia en una familia se pueden encontrar distintas clases sociales y en la mía es tanto que de una hermana a otra se notaba mucho. Así que el norte era para mí el lugar donde vivían los parientes “ricos” y el sur el lugar de los parientes “pobres”, que los teníamos y más que nosotros, que eso ya era demasiado....
AB. Uno de los capítulos quizá más interesantes de la novela es aquel en la que la protagonista hace su primera comunión y hay una gran fiesta en su casa con música de moda, amigos y familiares en una celebración popular que recuerda las emotivas fiestas de vecinos en algunos barrios de clase media-baja y baja de Bogotá. Coméntenos un poco de su vida de barrio, de su convivencia ciudadana dentro de un espacio público tan cambiante como el barrio bogotano.
CT. Como ya le dije, Bogotá fue para mí un lugar de vacaciones e hice poca vida de barrio ya que mi familia era muy cerrada y bloqueaba todo contacto con los vecinos, o los miraban con desconfianza. Por su origen campesino mi madre y mis tías se sentían muy inseguras en la ciudad, fuera del contexto de la finca y del pueblo donde se tenían tan en cuenta los apellidos y donde los campesinos mostraban un gran respeto por la memoria de mi abuelo y por mi abuela. Inconscientemente nos transmitieron la idea de que pese a nuestra humilde condición, los otros eran, hasta cierto punto, muy diferentes de nosotros bien fuera porque hablaban mal o porque denotaban cierta “incultura”. Aún así, los pequeños ansiábamos relacionarnos con otros niños y conocer otras casas. La movilidad de una ciudad como Bogotá es asombrosa y eso se puede ver en algunos miembros de mi familia. No recuerdo sólo un barrio, sino varios y en concreto: casas, las casas donde vivieron mis tías: en el barrio llamado Santa Lucía, en Ciudad Jardín, en el Quiroga, en el Norte, en la calle 76. En Ciudad Jardín hice primero de Bachillerato y parte de segundo, ya que a partir de ese año entré en un internado porque yo misma se lo pedí a mi madre. De ese barrio recuerdo en especial las veces que iba a jugar con unas amigas al baloncesto en un parque frente a la iglesia; también las misas de los domingos a las que la gente asistía muy bien vestida, el almuerzo dominical y las largas jornadas ante el televisor, interrumpidas por la sorpresiva visita de un familiar que llegaba con toda su prole y para quienes había que improvisar un chocolate que se acompañaba de queso y pan. Claro que estos familiares algo llevaban para aligerar el peso de unos preparativos que ponían nerviosos a todo el mundo. Recuerdo unas cuantas fiestas donde una de mis tías y otras a las que asistí por primeras comuniones o fiestas de quince años que son tan importantes en Colombia. Del barrio también recuerdo la tienda de víveres a donde íbamos corriendo cada vez que nos daban dinero, el mercado con sus puestos de frutas y las tiendas de zapatos que recorríamos hasta la fatiga, pues cuando yo era pequeña comprarse unos zapatos era algo muy importante.
AB. La crítica que se ha escrito sobre la novela parece acercarse más a la perspectiva feminista de la obra o a la idea de su texto como ejemplo de novela de formación (Bildungsroman) (1). Desde la ciudad como tal, conoce algún estudio interdisciplinario que vincule su novela con la migrancia campo-ciudad, el surgimiento de nuevos espacios en la ciudad o la convivencia neófita que sin duda se comunica en la novela a través de los nuevos y diferentes ciudadanos en escena.
CT. Sí, eso he notado y la verdad es que yo no veo de dónde sacar materia para profundizar en cuestiones de género, salvo en la relación entre la madre y la hija que es algo problemática, pero en donde no había mucha materia para profundizar, aunque siempre habrá algo más debajo de las palabras. El esfuerzo más grande en esta novela está en su sintaxis, en la forma como una emoción se hace palabra y en ese tejido de emociones que penetran en la piel y a veces te hieren al salir. Una gramática es una forma de sentir y creo que cada frase, cada palabra están al servicio de una situación. Recordar palabras fue para mí un proceso doloroso. Ahora, en cuanto a cómo se trabaja el espacio en la novela, no, en eso no pensé, aunque en la aparición de personajes, sí. El primo Gerardo es un homenaje al estudiante pobre de la Universidad Nacional, un lugar que como le dije, llevo en el corazón.
AB. ¿Cómo siente o percibe a la Bogotá actual cuando la visita?
CT. Creo que algo le he comentado ya. Bogotá se ha modernizado mucho y es muy grato compararla con otras ciudades de América Latina. Se vive con más tranquilidad en otras ciudades, pero en cambio vemos un atraso de unos cincuenta o más años, con respecto a Bogotá. Ese atraso se ve en la asfixia de la provincia, en la falta de oferta cultural en la desolación de las calles donde no ves sociedad civil que se desplace a sus centros de trabajo. Bogotá tiene una vida cultural tan intensa como Madrid, claro que sin El Prado, sin esas maravillosas pinacotecas, sin la eficacia en los servicios públicos y sin otras ventajas. Sin embargo, lo mejor es la gente, tan sagaz para lo bueno y lo malo, tan viva, con esa agudeza y sentido del humor que no tienen los europeos.... Claro que se ven los progresos a nivel del flujo de la ciudad que es también el flujo en las relaciones personales, si se circula bien, entra oxígeno en la sangre y se liberan tensiones, y así ocurre con las personas, pero queda mucho camino por recorrer, sobre todo en el proceso de convertir el resentimiento histórico en un aprendizaje. Siempre he creído en la voluntad y el esfuerzo personales. La fe mueve montañas, pero la fe en uno mismo.
AB. ¿Escribiría alguna novela relacionada con su vida en Madrid, al menos con el telón de fondo de esta ciudad?
CT. No lo sé aún, creo que es posible, pero siento que todavía no ha llegado el momento. Ese momento llegará porque Madrid es una ciudad que me ha dado muchas cosas, por lo que forma parte del mundo de mis emociones y debería por todo eso hacerla vivir en la ficción, aunque tengo un par de cuentos claramente situados en esta ciudad, aunque no se nombren los lugares, pero su atmósfera se siente, según me han dicho algunos lectores.
AB. ¿Qué opinión le merece los recientes trabajos de los autores que narran sus historias escenificándolas en la Bogotá contemporánea? le hablo de la Bogotá de Sánchez Baute, Mario Mendoza o Santiago Gamboa, entre otros.
CT. Los he leído y comentado incluso en el Diario ABC de este país donde colaboro con crítica de libros. Sánchez Baute me parece audaz, gracioso y hasta osado y Gamboa tiene sus aciertos. A Mario Mendoza lo he oído hablar y me parece un escritor comprometido con los temas sociales y eso está bien. Este grupo de escritores ha roto con ese vicio de nuestra literatura que le servía a determinado autor narcisista, para exhibir un bagaje cultural o para ascender socialmente. Estos escritores, al margen de sus ambiciones personales y su arribismo, si lo tienen, han entendido que se trata de escuchar a los otros y no de escucharse a sí mismos, de reconocer en nosotros el otro y no autocomplacernos con la imagen que queremos proyectar. Por suerte puedo citar ejemplos en nuestra tradición de escritores digamos que “puros” y antirretóricos, desde Eduardo Zalamea Borda, con Cuatro años a bordo de mí mismo, pasando por Elisa Mujica, con Catalina, por Arnoldo Palacios, con Las estrellas son negras, hasta llegar a Luis Fayad con sus Parientes de Ester, una de mis novelas favoritas, sin lugar a dudas.
AB. ¿Identifica a Bogotá con alguna novela en particular?
CT. Obviamente con Los parientes de Ester, de Luis Fayad, y con muchas de las novelas de Osorio Lizarazo, como El día del odio. Esa es la Bogotá que siento más cercana, la de la clase media que lucha contra la adversidad; y es que hay poesía en la desesperanza.... lo demás es como un delirio, como un espejismo, es la ilusión de las clases acomodadas que imitan la forma de vida americana o europea, pero tienen que protegerse de esos desarrapados con circuitos cerrados y guardaespaldas. Pero no reconocen que sin el trabajo y el sacrificio de estos pobre asalariados no existirían ellos. Debido al sacrificio de esas clases humildes, ellos, los llamados “ricos”, se pueden permitir tanto despilfarro. Un hecho escalofriante es que con las pensiones de los pobres empleados, con sus prestaciones cada vez más exiguas, se saca ahora el dinero para pagar la deuda externa y eso es una salvajada, resultado del neoliberalismo y, por supuesto de la corrupción, de los que pusieron en práctica ese modelo económico al que se le debe el empobrecimiento de América Latina.
AB. ¿Tiene Bogotá ya una literatura establecida, que la evoca, escenifica o recuerda? como la puede tener Londres o París por citar tan sólo algunas ciudades emblemáticas en la literatura universal.
CT. Bogotá si ocupa un lugar en la ficción dentro de nuestra tradición literaria desde El carnero, pasando por Pax, esa curiosa novela escrita a dos manos entre Marroquín y Rivas Groot, hasta De sobremesa de Silva y en fechas más recientes Sin remedio de Antonio Caballero, una novela bien interesante, pese al desdén que respira desde sus primeras páginas. La novela es corrosiva e hiriente, producto de un rencor muy profundo y es paradójico que desde la perspectiva de ese ente tan difuso que es la oligarquía se pueda transmitir tanto resentimiento. En algunas páginas se siente una materia espesa, como la sangre derramada, como las aguas negras que envenenan la atmósfera de la ciudad. Esta novela fue sin duda la mejor aportación en la década de los ochenta, junto a Los parientes de Ester y Fiesta en Teusaquillo de Helena Araújo, me refiero a la novela sobre la ciudad, es obvio que no voy a ignorar a García Márquez, Mejía Vallejo, Germán Espinosa y muchos otros más que publicaron en esa década.
AB. Ud. acaba de regresar de Bogotá después de asistir a un evento cultural tan importante como la Feria Internacional del libro de Bogotá, ¿Qué impresiones le dejó este encuentro con otros intelectuales colombianos residentes en el exterior?
CT. La relación con los escritores colombianos de mi generación y de generaciones posteriores es una asignatura pendiente. Los he leído por mi actividad como crítica que me mantiene al día respecto a la literatura latinoamericana que se publica en España, pero hay una distancia geográfica, y sobre todo de posturas estéticas. Sin embargo, tengo una relación muy estrecha con muchos escritores que viven dentro y fuera de Colombia, a quienes admiro profundamente, como al maestro Fernando Charry Lara, a Ignacio Ramírez, a quien tanto debemos, ya que siempre ha puesto en práctica su visión democrática de la cultura y nos ha dado a todos los intelectuales un lugar y un espacio para expresarnos, además de su fervor por la inteligencia, el pensamiento y la imaginación de nuestro pueblo; a Luis Fayad al que ya me referí. No mencioné a Lina María Pérez, Juan Manuel Roca, Roberto Burgos Cantor, William Ospina, Piedad Bonnett ni a tantos otros que han jugado un papel importante en mi vida y cuya escritura me parece una gran apuesta por la vida, tampoco a Evelio Rosero que escribe una literatura de lo fantástico, con un sentido muy poético de la existencia, ni a Milciades Arévalo paciente y constante presencia. La asistencia a la Feria valió la pena por el reencuentro con estos amigos. Lo maravilloso es que después de 22 años fuera de Colombia aún conserve las amistades que dejé. Hablo de amigos, la única relación verdadera que se puede tener, no me refiero a “contactos”, que pertenecen a otro orden y tienen que ver con el mundo de los negocios. Claro que no hacer esos contactos es, por desgracia, la ruina para un escritor, pero yo volví a España feliz de encontrarme con los amigos más cercanos, de recorrer las calles de Bogotá, de conversar con mis antiguas profesoras de la Universidad Nacional de Colombia entre las que se encuentran personas de una gran calidad intelectual y humana, y además, abracé a mis sobrinos, a mis padres y hermanos y volví más colombiana que nunca. Es curioso porque me siento muy arraigada en esta patria de adopción, pero vuelvo a Colombia y es como si no me hubiera marchado jamás. En cierta forma, me siento traidora con mis compatriotas españoles a quienes les debo una nueva ciudadanía y un lugar estable que me permite ser en la escritura.
En pocas palabras:
Bogotá, Madrid y....
Mis dos ciudades, las únicas en las que puedo vivir....
Un lugar fascinante de alguna de esas ciudades....
De Bogotá, ya le dije: el centro: la calle 18 en el pasado, la 19 donde se encontraban las antiguas dependencias de Colcultura, institución en la que trabajé dos años, recién acabada la universidad y el barrio de La Candelaria donde tengo mi casa y donde viví momentos de gran felicidad....
De Madrid, también adoro el centro, la zona cercana al palacio Real, con las vistillas donde se ven los atardeceres más bellos del verano y que está a dos pasos de mi casa.... Algunos bares que me han inspirado algún cuento de agonía y desolación.....
Una escena urbana....
El encuentro en un café, la cita con alguna persona enviada por un colega, el libro o el periódico, el café y el cigarrillo con el que matas el tiempo, mientras aguardas al que viene con todo lo que puede pasar....
Sus escritores de cabecera....
James Joyce, Carson McCullers, Margaret Lawrence, Margaret Atwood, Kafka, Felisberto Hernández, Roberto Arlt, Juan Rulfo, Eça de Queiroz, Borges....
Sus poetas preferidos....
William Blake, Ch. Baudelaire, Verlaine, Lorca, Cernuda, Vallejo, Neruda, algunos poemas de Octavio Paz, de Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez....
¿Qué está leyendo ahora?
Acabo de leer a la americana Toni Morrison.
Un día feliz....
Muchos y tienen que ver con logros profesionales, algunos con amores tan intensos como fugaces....
¿Cómo quisiera que se le recuerde?
Como a una persona honesta....
* Doctor en Literatura latinoamericana de la Universidad de Iowa y docente universitario.
(1)Algunos acercamientos críticos sobre la novela de Triviño desarrollan una perspectiva de género que analiza el rol de la mujer marginal y marginada al igual que una propuesta de novela de formación femenina en la que se hace un rastreo a la protagonista. En este caso Clara se ubica como una niña inocente que va creciendo y descubriendo el mundo social que la acoge. Un contexto que la influencia de manera positiva y negativa hasta convertirla en una joven mujer, producto en buena parte del contexto familiar y social en el que crece. Cecilia Castro Lee se aproxima a la anterior perspectiva analizando Prohibido salir a la calle de Triviño bajo estas líneas teóricas al igual que con la narrativa de Rocío Vélez, Ketty Cuello y Silvia Galvis.
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