LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DE LAS EMPRESAS EN PAÍSES SUBDESARROLADOS
Néstor-Hernando Parra
Hace ya varios decenios que la socialdemocracia asignó a las empresas europeas la responsabilidad de rendir cuentas ante la sociedad, más allá de sus resultados económicos y sus obligaciones fiscales y laborales. Además del balance económico tenían que presentar el balance social: dar a conocer el impacto ecológico sobre el entorno, el respeto por los derechos humanos, el mayor empleo generado, el bienestar social de sus trabajadores, su contribución a la solución de los problemas y desarrollo de proyectos de interés de la comunidad. Una especie de “accountability” en procura del objetivo de “sostenibilidad” ambiental y social que contribuye a la gobernabilidad. Se trataba de evaluar el grado de complementación que el sector empresarial hacía a programas y proyectos gubernamentales tendientes a satisfacer necesidades básicas de la población. Hoy, en plena era de la globalización, tal función es un nuevo elemento de competitividad empresarial.
El neoliberalismo ha traído a la mayoría de los países pobres, (perdón por el lugar común) más hambre, miseria y desempleo. Paradójicamente, menos consumidores. La reducción del tamaño del Estado ha implicado desentenderse de competencias sociales. ¿A quién, entonces trasladar esa responsabilidad en países subdesarrollados que están lejos de disfrutar efectivamente de derechos que los pueblos de naciones avanzadas sí lograron conquistar en épocas pretéritas?
El nuevo sistema ordena que el Estado debe limitarse a prestar servicios de seguridad nacional y a lo que hoy denominan “externalidades”, que contribuyen de manera directa al incremento de la rentabilidad económica: la educación y la salud básicas. Pasada la cuestionada ola de privatizaciones que sirvieron para negociados (sobra citar nombres en Latinoamérica, por sabidos) los Estados se encuentran más endeudados y las sociedades más pobres, sin excepción alguna. El supuesto de que la libertad de inversiones y de comercio traería mayor desarrollo económico y por ende social (?) Ahora adquiere la categoría de Tratados Públicos de Libre Comercio, entre fuertes y débiles, como si fuese la imposición de la ley del vencedor tras una guerra. Así se garantiza su cumplimiento, cuya vigilancia queda en manos de la Organización Mundial de Comercio –OMC- uno de los tres pilares de la economía hegemónica. Se compromete, también, el futuro de pobres y miserables, que representan, en la base de la pirámide, las dos tercera partes de la población latinoamericana.
Lo apasionante es que, en los últimos años, se ha extendido una corriente empresarial en plan de asumir el reto de la responsabilidad social de la empresa (RSE) como parte de sus competencias. Comenzó por las grandes corporaciones y se viene adoptando por pequeñas y medianas empresas –PYMES- que generan en Europa el 90% del empleo y que en un cincuenta por ciento desarrollan programas sociales. (La cifra oscila entre el 32% en Francia hasta el 83% en Finlandia). Según encuesta de la Comisión Europea, las motivaciones son de carácter ético en más de un 50%, aunque también se invocan algunos beneficios (mayor “fidelizacion”de los clientes, mejores relaciones publicas y empresariales, aumento de la satisfacción en el trabajo y superiores rendimientos económicos)
La RSE ha llegado a América Latina, aunque justo es reconocer que las empresas grandes de países como Colombia han venido, de mucho tiempo atrás, trabajando, través de sus respectivas fundaciones (Carvajal, Santodomingo, Corona, Restrepo Barco, entre otras) o por medio de agremiaciones económicas (ANDI, FENALCO, ACOPI, ASOCAÑA) o asociaciones católicas (Fundación Social y Minuto de Dios) en investigación comunitaria, superación de condiciones sociales críticas, principalmente en educación, salud y vivienda. Varias corporaciones trabajan en capacitación, organización y puesta en marcha de microempresas, en colaboración con el gobierno, despertando la autoestima de hombres y mujeres, entrenándolos en ciertas destrezas o habilidades, hasta convertirlos en empresarios. México presenta casos de indudable significación, particularmente en cuanto a la metodología empleada, al investigar el funcionamiento de economías informales, como en el caso de Cemex que incursionó en el campo de la autoconstrucción con resultados de gana-gana en el juego del desarrollo. Brasil ha asumido gremialmente esa misión desde hace varios años y también presenta logros ejemplares. “Mundo Verde” es caso paradigmático en generación de empleo, capacitación de empresarios jóvenes y educación para la vida sana. Panamá y Costa Rica están por encima de muchos países europeos, y Bolivia no se encuentra muy distante de Europa del Este. Eso muestran investigaciones presentadas en Madrid y Bogotá.
Lo cierto es que, afortunadamente, crece la conciencia de los empresarios en cuanto al rol estratégico que deben asumir en el campo social, sea por motivaciones éticas o por expectativas de mayores beneficios o por ambas razones. Crear valor en busca de sostenibilidad hace que el sistema económico evolucione hacia un nuevo marco de relaciones empresariales, que se aleja de la mera presentación de una cuenta de resultados, lo que genera una nueva ética empresarial, es lo que afirman fundaciones y organismos multilaterales, como la UE y el BID, que recientemente se han vinculado a la cruzada de la responsabilidad social empresarial.
Estudios realizados en compañías grandes indican que los consumidores prefieren productos de empresas que han asumido esa nueva función y que los índices de productividad mejoran más rápidamente en ambientes de trabajadores satisfechos. En Colombia, hace unos meses, La Revista publicó el caso de Crepes & Wafles –que hoy se extiende a Estados Unidos, España y México- empresa que ejecuta programas que no tienen nada que ver con la filantropía, sino que hacen parte de la “inversión” social en sus trabajadores y sus familias, tales como adquisición de vivienda, medicina prepagada y asesoría en temas familiares, con miras a que sus empleados vivan en hogares armónicos.
Bienvenida esta nueva “filosofía” empresarial a Latinoamérica. Sin embargo, nadie se atrevería a pensar que sus acciones sean suficientes pues, así se extendiesen al máximo, no alcanzarían a la población en estado de miseria, sino a la que se encuentra en el nivel de pobreza. Resolver situaciones de injusticia y de distancias sociales siguen requiriendo la atención del Estado y la solidaridad internacional.
Bogotá, octubre 5 de 2004
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