La piñata más grande del mundo
por Mario Lamo J.
Cipriano Cedillo era el mejor fabricante de piñatas que jamás hubiera pisado las calles de Laredo. Y no sólo era el mejor, sino que también era el único. Sus dedos milagrosos trenzaban el bambú a una velocidad endemoniada y ante los ojos incrédulos de un niño de siete años, un óvalo comenzaba a tomar forma.
- - ¿Qué estás haciendo? - - le preguntaba el niño encantado.
- - A que no te imaginas qué va a ser esto - - le contestaba Cipriano y con una sonrisa pícara añadía,
- - ¡la panza de la burrita!
Minutos más tarde, un esqueleto cobraba vida, y una burrita esculpida en bambú se sostenía con sus cuatro paticas en el piso. Después vendrían los periódicos, que como carne de papel, recubrirían con sus tristes y atrasadas noticias las patas, el cuerpo, la cola, y las orejas de la burrita. Entonces la magia del engrudo le daría una forma sólida. Al pegarle el hocico que Cipriano ya tenía hecho, la burrita parecía casi lista para partir por el mundo en su vida de piñata. Finalmente, las multicolores maravillas del papel crepé la vestían para el carnaval de la alegría.
Todos los días Cipriano fabricaba más y más piñatas. En las cuerdas en que las colgaba a secar se veían navegar barcos de papel picado con velas aguamarinas, ovejas de ojos tristes y flecos blancos, mujeres maravilla de ojos azules y cara rosada y por supuesto, burritas de panzas redondas que rebuznaban como el viento del mediodía.
Un día, Cipriano decidió crear la piñata más grande del mundo. Los niños que cada día visitaban su taller lo vieron trabajar laboriosamente por toda una semana sin que él casi levantara la vista. Y de entre el bambú y el papel, el engrudo y el crepé, surgió un hombre muy bien parado en sus dos pies. Tenía un sombrero grande negro con adornos dorados como los que usan los charros y una estrella de alguacil con seis puntas. Sus cejas eran de cabuya negra y en su boca se asomaba una blanca sonrisa de cartulina.
Cuando Cipriano culminó su trabajo, lo miró complacido. Al colgarlo a secar, les dijo a los niños quien era.
- - Miren no más, es el mero Perico de los Palotes, nuestro presidente, en traje de piñata y vestido de charro para completar.
A la hora de cerrar el taller, Cipriano contempló orgulloso su última piñata, sin saber que, apenas él cruzara el umbral de la puerta, algo extraño habría de suceder. Todavía se oían sus pasos calle abajo, cuando las piñatas, como en un acto de magia comenzaron a cobrar vida. La ovejita blanca caminó por la cuerda floja, se bajó a la mesa y allí tuvo una suculenta cena de papel picado. El barquito navegó por olas de papel hasta llegar a una isla de cartón, donde la burrita, su única pasajera, se bajó con su carga de papelitos de colores para decorar el atardecer.
La mujer maravilla, tan rápida como el viento, recogió los restos de los materiales que nunca se habían vuelto piñatas para hacerse con ellos un vestido. Y así estaban las piñatas muy contentas, cuando de pronto se oyó una voz ronca que dijo:
- - A trabajar todo el mundo, porque en este mundo mando yo.
Al principio nadie pareció hacer caso, hasta que de pronto, la piñata más grande del mundo se descolgó del sitio donde la habían puesto a secar y exclamó:
- - Yo soy Perico de los Palotes, la piñata del presidente, y por consiguiente, el presidente de las piñatas. ¡Todo el mundo a trabajar!
Al amanecer, las piñatas estaban exhaustas, la piñata más grande del mundo las había amenazado con dejarlas caer en agua fría y volverlas pulpa de papel, si no hacían lo ella decía.
Cuando Cipriano llegó a trabajar por la mañana encontró a sus piñatas con unas ojeras tan grandes, que parecía que algún niño malo les hubiera pintado la cara con témperas azules. Tan sólo la piñata del presidente tenía la sonrisa más llena de dientes y parecía no haber sido afectada por aquellas extraña enfermedad de colores. Cipriano, con una paciencia infinita, compuso la cara de las piñatas para que así, en vez de cansancio, irradiaran alegría. No obstante, cada noche pasaba la misma cosa. El presidente de las piñatas obligaba a las piñatas esclavas a satisfacer hasta su más mínimo deseo. La burrita pasaba horas enteras planchándole al presidente las mangas de la camisa, mientras que la mujer maravilla le lustraba los zapatos del negro más negro y la ovejita le peinaba sus gruesas cejas de cabuya desordenadas por el viento. El barquito de papel, obligado a ser yate presidencial, estaba más que agotado de tener que pasear constantemente al presidente por el mar de los periódicos hasta la isla del pegante y sin siquiera tener un segundo para descansar.
No contenta con lo anterior, la piñata del presidente decidió que a las piñatas esclavas había que controlarles no sólo el cuerpo sino la mente. Entonces empezaron los decretos.
El lunes colgó un letrero que decía:
" Queda prohibida la alegría
todo acto de cariño
será declarado subversivo " .
El martes publicó una hojita en que anunciaba:
" Prohibido hablar sin permiso
o se les confisca la voz " .
El miércoles cubrió el taller de afiches que leían:
" Los ángulos rectos
quedan prohibidos
porque en este reino mío,
lo más derecho, es lo que está torcido " .
Y así cada día, hasta llegar el domingo, cuando sucedió lo inevitable. Aprovechando que Cipriano no venía a trabajar ese día, por un altavoz de cartulina, con su voz ronca dijo:
" Quedan abolidos los domingos, a trabajar todo el mundo, mientras yo, trabajo descansando y me quedo dormido " .
Entonces las piñatas decidieron que tenían que hacer algo, porque vivir en un reino torcido, era lo más triste que le podía pasar a una piñata que valorara en algo el engrudo que le circulaba por sus venas de papel.
Hablaron en voz baja para no despertar al presidente y al barquito de papel se le ocurrió una gran idea. Con una voz tan suave como la brisa del mar, dijo:
- - El presidente tiene un gran ego...
- - ¿Qué es un ego? - - lo interrumpió la burrita.
- - Un ego - - explicó la mujer maravilla- - es algo que todos llevamos dentro y que si nos descuidamos se infla con adulaciones y termina por reventarse.
- - ¿Qué son adulaciones? - - preguntó la burrita.
- - Adulaciones son palabras vacías, pero llenas de nada. - - contestó la mujer maravilla.
- - Pues, eso resume mi plan - - dijo el burrito- - le inflaremos el ego al presidente y....
Y así fue que las piñatas se dispusieron a poner su plan en marcha. Cuando el presidente después de una larga siesta abrió los ojos, lo primero que oyó fue la voz del barquito que dijo
- - ¡Qué buen provecho le ha hecho el sueño! Parece usted 20 años más joven. Hasta el papel de su sombrero parece como nuevo.
Y el ego del presidente hizo ¡FLUM! y se infló un poco. Y ya iba a dar su primera orden, cuando la Mujer Maravilla dijo:
- - No sólo está más joven sino más guapo. Miren cómo le brillan las mejillas.
Entonces el ego del presidente hizo ¡FLUM!,¡FLUM!, y se infló un poco más.
Sin darle tiempo siquiera para pensar, la burrita resopló y dijo:
- - Y mírenlo cómo está de esbelto, ha perdido por lo menos veinte periódicos de peso.
Entonces el ego del presidente hizo ¡FLUM!, ¡FLUM!, ¡FLUM! y se infló tanto, que en vez de reventarse lo empezó a elevar como si fuera un globo. El presidente deliraba de alegría, " Soy joven, hermoso y esbelto " , decía. Y sin darse cuenta salió flotando por la ventana y se empezó a elevar por el cielo azul infinito. Las piñatas, contentas, lo vieron alejarse, hasta que se convirtió en un punto diminuto en medio del firmamento.
Esa noche, las piñatas tuvieron una fiesta y al otro día, Cipriano vio maravillado que sus piñatas habían amanecido no sólo sin ojeras, sino que además habían encontrado la sonrisa de la felicidad perdida.