MORROCO NUNCA MUERE
(Basado en una leyenda del Amazonas recopilada directamente por el
autor.)
Mario Lamo J.
La
selva estaba más espesa ese día que de costumbre, hacía tanto calor
que hasta los peces se quejaban con sus burbujas del sofoco. Las
mariposas se ventilaban unas a otras batiendo sus mejores colores, y el
cachirre, con su jeta de zapato descosido, dormía boquiabierto a la
sombra de un caimito. Dio la casualidad de caer el morroco en la trampa
que el hombre había puesto para el báquiro, y a11í colgando de una pata
y contorsionándose como un chucuto en la copa de un árbol, lo encontró
el venado. Lo enderezó de inmediato y ya lo tenía listo para comérselo,
cuando el morroco le dijo al venado que le pusiera cualquier prueba que
quisiera y que en caso tal de salir é1 vencedor, venado le perdonaría
la vida. Venado le propuso que tuvieran una carrera. Entonces Morroco
le contestó:
—Hermano venado, me parece que usted es un poco ventajoso con el reto
que me pone, pero si usted me vence en esa carrera, me puede comer
ahumado si quiere. Inmediatamente, Morroco llamó a todo los miembros de
su clan para despedirse. Les contó su triste historia, los abrazó y se
alistó para la carrera. A1 silbido del tucán empezó la desigual
competencia. Morroco, con la lentitud de sus piernas de tortuga, vio
cómo el venado se perdía selva adentro, rápido como una cachivera. El
venado corrió con toda la fuerza de sus pezuñas. Cuando calculó que el
morroco apenas estaría sacando las patas de su caparazón, se detuvo a
la entrada del guachinacán y para calcular qué ventaja llevaba, llamó:
—Morroco, ¿dónde estás?— y para su sorpresa, la voz del morroco le
contestó más allá del árbol de pendare:
—Aquí estoy, hermano venado.
Confundido, el venado se echó a correr y no paró de galopar, hasta que
agotado, se detuvo a abrevar. Entonces le preguntó al mono chucuto por
el paradero del morroco. E1 mono chucuto le dijo que si le estaba
averiguando por ese ciclón vestido de morroco que había arrasado la
selva, que hacía mucho que lo había visto pasar. Saltó entonces a
correr el venado hasta que se le desangraron los cascos. Si el morroco
llegaba primero al salado, él se quedaría sin comida y sin prestigio.
¿Quién había oído de una tortuga más veloz que un venado? Y corría tan
de prisa, que pensaba que ya habría dejado atrás al morroco. Volteó la
cabeza y llamó un poco asustado:
—Morroco, ¿dónde vas? —y asombrado, escuchó la voz del morrroco que le
contestaba desde el salado:
—Aquí estoy, desayunando hermano venado.
Triste por la derrota, el venado se escondió selva adentro y nunca más
volvió a molestar al morroco. De lo que nunca se enteró fue que Morroco
había colocado a todos sus parientes a lo largo de la selva, para que
cada vez que el venado llamara, siempre hubiera una voz que le
contestara más adelante. Por eso es que Morroco nunca muere.
FIN