INFERNANDO
por Mario Lamo Jiménez
Todavía
no entiendo para qué se inventaron el infierno y me pregunto si su invención
fue una buena idea. Supongamos que uno se muere y le toca irse al infierno por
un pecado mortal menor, como falsificar la firma del jefe o por serle infiel a
la esposa. Llega uno al infierno de primíparo y es tan de malas que de
compañero de celda le toca a uno con Hitler. Imagínense no más todos los
problemas que esto puede acarrear, el hombre le hará a uno la vida o mejor la
muerte imposible si le ve a uno cara de judío, comunista o marica. Esto por una
parte, ¿pero qué tal si con todo ese trajín que hay en el cielo se embolatan
los papeles y cuando tengan qué decidir si uno se va para el cielo o para el
infierno no haya manera de saber? Imagínense que el encargado de darle a uno la
visa al cielo o al infierno sea un santo de tercera, de esos a los que nadie les
reza porque son flojos para hacer milagros, como decir San Pancrasio, y venga el
santo de marras y le diga a uno:
—Vea don Vitorino, resulta que no sabemos pa’donde le toca ir a busté, si
pa’l cielo o pa’l injierno, pero como hoy estamos de promoción, lo vamos a
dejar que descoja. ¿Quiere busté ir al cielo a rezar los mil Jesuses con la
Madre Teresa y Santa Teresa de Ávila o prefiere irse al injierno a cometer
actos deshonestos con Marilyn Monroe y Jane Mansfield?
Y yo le contesto: —Pues vea San Pancrasio que me la pone usted tan difícil
que no sé en cuál de esas dos mulas treparme. Yo desde chiquito había querido
irme para el cielo a tocar arpa y a tener guerras de flechas con los angelitos,
pero la verdad es que los mil Jesuses ya los he rezado mucho, pero con esas dos
que menciona no me ha tocado estar, y si no es mucha la molestia, dígale no
más a don Satanás que me vaya tendiendo la cama.
Y no más entra uno al infierno para gozar por toda la eternidad y de seguro que
con lo primero que se topa es con la suegra, que con ojo de águila y una escoba
no deja que uno ni siquiera se acerque a las susodichas y queda uno igual de
jodido que en vida, pero esta vez sin muerte que lo libere.
No más empieza uno a recorrer el infierno cuando se encuentra con un resto de
personajes célebres, que es como si uno anduviera por New York en su Quinta
Avenida. "Doctor Pastrana, gusto de verlo; presidente Bush, el gusto es
mío; don Pablo, a usted como que la muerte le ha sentado porque lo veo mejor
que nunca; Mr. Osama, ¿me puede dar una recomendación para que me cambien de
patio?"
Y después resulta que por buena conducta le pueden conmutar a uno la pena de la
eternidad a media eternidad, lo que de todos modos es un jurgo de tiempo. Todo
lo que hay que hacer es seguir al pie de la letra lo que el Chiras lo ponga a
hacer a uno y no rebelarse.
El demonio mismo lo llama a uno a su despacho y le dice:
—Vea Vitorino, usted que en vida no sirvió ni para hacer un buen chanchullo
ni para defraudar al fisco, a ver si de muerto sirve para algo. Regrese a la
Tierra para que ayude a organizar el despelote en una sucursal que tengo ahí
montada.
Y no más llego a Colombia le digo al presidente:
—Como este verraco país está en guerra, démosle más armas a la gente para
que se acabe de matar; como nadie confía en nadie, pongamos un millón de sapos
a sueldo para que se acabe de formar el caos; como la gente en el campo está
que pasa hambre y siembra coca, fumiguémoslos hasta que no quede ni una mata
viva; ah y se me olvidaba, una cosita final, declaremos una amnistía general
para los que hayan matado, violado, torturado o secuestrado al prójimo.
De vuelta al infierno, el Chiras me condecora con un par de cuernos de macho
cabrío y me dice que para malvado soy un verraco y que en vez de conmutarme la
pena me asciende a diablo de confianza y que me devuelva otra vez a Colombia
porque con esas ideas mías, de seguro por fin el enemigo malo va a ganar la
batalla final del mal sobre el bien. Y sin pensarlo mucho, yo le contesto:
—Mire don Sata y perdone la confianza, honestamente le cuento que en Colombia
hay muchos peores que yo, no más aguántese a que se mueran y verá que ésos
en un día le arreglan a usted el problema de su eterna lucha contra el Sagrado
Corazón, las siete mil vírgenes y el Divino Niño.
Y el Diablo, ni corto ni perezoso, ante mi sabio consejo, se trae de una a todos
los políticos colombianos para el infierno, pero tan de malas que el tiro le
sale por la culata porque inmediatamente se mueren los condenados, el país se
compone, y así yo, sin proponérmelo, resulto arreglando en un instante los
problemas de mi ex patria.
Y aquí estoy otra vez, pensando acerca del invento del infierno y por fin
entiendo para qué se lo inventaron y acepto que después de todo no era tan
mala idea.