La creación literaria a partir de lo cotidiano

Charla de Mario Lamo Jiménez en la Universidad de Texas Panamericana, en Edinburg, Texas

Puede sonar como algo obvio, pero una de las fuentes principales para la creación literaria es la observación de la vida cotidiana… Bueno, tal vez no sea tan obvio, ya que la vida cotidiana, a fuerza de repetición, a veces se vuelve invisible ante nuestros ojos. ¿Cuántas veces no hemos recorrido el mismo camino sin notar las huellas dejadas por el tiempo ni por los seres humanos, cuántas veces no hemos mirado el mismo árbol sin encontrar los secretos grabados en su corteza, cuántas veces no hemos mirado la misma ventana sin ver lo que había adentro o lo que en ella había reflejado? De la misma manera, gran parte del comportamiento humano permanece oculto ante nuestra vista: gestos, miradas, sonrisas, posturas, todos ellos nos cuentan una historia, que con un poco de atención y paciencia podemos empezar a narrar. En verdad, si observamos la realidad cotidiana con distintos ojos, veremos una realidad completamente diferente a la que estamos acostumbrados a ver. Lo que es más, notaremos que no existe una sola realidad, sino muchas realidades a la vez, pero que con nuestra visión selectiva del mundo, a veces solo lo vemos parcialmente e ignoramos por completo una gran cantidad de información.

Pues bien, una gran parte de la creación literaria es aprender a observar el mundo que nos rodea. Es indudable que grandes autores como Shakespeare o Dostoievski eran grandes observadores, pero que además utilizaban lo que observaban no solo para entender el mundo que los rodeaba, sino para crear una nueva realidad a partir de él.

Entonces, la ecuación literaria viene a ser algo así por el estilo:

La realidad que percibimos tiene muchos matices, la mirada es selectiva, ¿cómo podemos aprender a escuchar las vibraciones de la vida sin perdernos en el ruido cotidiano?

La primera regla es hacer que cualquier experiencia cotidiana se convierta en un evento extraordinario. Si miramos el más mínimo acto cotidiano con nuevos ojos, nuevos, nuevos oídos, nueva piel, descubriremos seguramente una maravilla que no estábamos esperando. Podemos empezar con nosotros mismos. ¿Cuáles son las cosas que hacemos mecánicamente y que si tomamos conciencia de ellas, nos resultan completamente diferentes? Tomemos un acto sencillo de cada día. Abrir una llave de agua. Abrimos la llave, el agua fluye, la usamos… pero, ¿estamos conscientes de todo lo que ha tenido que pasar para que el agua llegue a dicha llave? ¿Sabemos todo lo que esa agua ha recorrido? ¿Dónde estuvo esa agua antes? ¿Fue algún día lágrimas de dinosaurio, parte de la sangre de Gengis Kan, una gota en la copa de vino de la Última Cena? ¿Qué pasaría si abrimos la llave y no saliera ni una gota de agua? O, ¿qué si en vez de agua, salieran por ejemplo leche o mariposas? Qué tal si observamos algo más mundano en este proceso, ¿qué ruido hace el agua al salir de la llave, por qué gira en cierta dirección al salir del sifón? ¿Qué sentimos al contacto con el agua?

La experiencia del agua se puede aplicar a cualquier cosa de la vida diaria. La idea es mirar el mundo con ojos de admiración, como si no lo hubiéramos visto nunca. Buscar objetos, cosas y personas familiares y “descubrirlos”, mirar en ellos no lo que no habíamos visto nunca. Ponernos en su lugar e imaginarnos las sensaciones que las cosas a nuestro alrededor podrían estar sintiendo. ¿Han visto una planta moverse cadenciosamente al ritmo del viento? ¿Pero qué pasaría si no hubiera viento y la planta siguiera moviéndose? ¿Acaso nos estaría saludando, reconociendo nuestra presencia, o simplemente estaría siguiendo un ritmo interior, una música de las cosas que nosotros o alcanzamos a percibir?

Parte de la observación, son los detalles. Imagínense una escena callejera. Se trata de una calle por ustedes recorrida cada día, y un día deciden pintarla con la memoria. ¿Qué destacarían de esa calle, qué detalles hacen que esa calles sea especial y diferente a cualquier otra calle? ¿Qué personajes, árboles, plantas, edificaciones habitan esa calle? ¿Qué tiene de especial esa calle? Los espacios físicos no siempre son el mismo espacio, así como decía el filósofo que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, podemos afirmar que “nadie camina dos veces por la misma calle”. La misma calle es diferente a diferentes horas del día. Una calle es una de noche, otra al amanecer, una distinta al mediodía y algo completamente diferente en una tarde… ¿cómo se ve bajo la lluvia, en una noche de luna, en las diferentes estaciones?

Las observaciones de la vida diaria se pueden convertir así en “La metamorfosis” de Frank Kafka o en “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen. Si estos dos autores no hubieran sido grandes observadores de su entorno, además de las relaciones humanas allí contenidas, sin duda no podrían haber escrito sus grandes obras literarias. La misma cualidad que le da el realismo o la fantasía a una obra literarias, es muy similar a la que le da su calidad a una gran obra pictórica. Un pintor dibuja con pinceles, un escritor pinta con palabras, ambos escogen el tema de su obras, las tinturas de letras, el lienzo o material para escribir y un mundo de detalles que juntos forma una composición para la vista en forma de cuadro de luces o de letras. Ambos escogen detalles de un mundo para resaltar ante otros ojos. Es una visión parcializada y subjetiva de la realidad que alguien puede admirar y decir: “¡Nunca me imaginé que algo tan cotidiano fuera tan hermoso!”

Volviendo a nuestra primera regla de “hacer que cualquier experiencia cotidiana se convierta en un evento extraordinario”, podemos resumir esta idea como “ver el mundo con ojos de recién nacido”, simplemente maravillarnos de lo que hay a nuestro alrededor, como si fuera la primera y la última vez que lo fuéramos a ver. Entonces, la realidad así vista se vuelve una gran materia prima de la creación literaria. Es un primer paso de la escritura, una ventana que se nos abre a un mundo misterioso que tratamos de descifrar.

Hay muchos ejemplos en la pintura universal que nos podría servir de inspiración y de ventana a otro mundo.

Vamos a usar para esta parte una foto de un cuadro famoso del pintor holandés Johannes Vermeer, quien recientemente estuviera en las noticias a raíz de un documental que se hizo sobre su técnica, casi fotográfica, de pintura. A partir de esa foto escribí un poema, tratando de pintar con palabras no exactamente lo que veía en el cuadro, sino una alegoría, una metáfora de lo que el pintor mostraba en su cuadro.

La idea es dar un vistazo a la foto y pensar en algunas cosas que a ustedes les gustaría escribir a partir de la misma. Veamos la foto del cuadro:

 

No se trata de escribir ahora nada en concreto sino de tener un torrente de ideas de escritura. Fuera del análisis de la pintura, el cual dejaremos a los analistas de arte, tales como el uso de sombras y luces, la pose de la modelo, la perla que brilla en el oído de la chica que hace juego con las luces reflejadas en la comisura de sus labios y en sus ojos, su ropa etc., la idea es ver qué suscita esta imagen como tema de escritura.

Podríamos pensar por ejemplo, que ella se volteó a contestar una pregunta, que tal vez haya en su mente algo que la inquieta… que tal vez está a punto de contestar algo que no quiere responder… para mi ejercicio personal, traté de pintar con palabras lo que evocaba en mí la imagen, y este es un fragmento de lo que surgió;

sueña…
el mundo oscurece
a pinceladas
saborea el atardecer
con la mirada
tararea colores
se desviste de rojo
se florece en naranja...

———
Pasando ahora a la experiencia que sirvió de base a “La piñata más grande del mundo”, puedo contarles que la obra fue basada en la admiración y la observación. En 1987, el Smithsonian Folklife Festival presentó una muestra artesanal México-Americana. Entre los ilustres visitantes estaba un cocinero y fabricante de poñatas de Laredo, Texas, llamado Cipriano Cedillo. Cipriano, además de sus habilidades culinarias, estaba mostrando cómo hacer piñatas en el National Mall de los Estados Unidos, en Washington D.C. Pero, Cipriano, no era un fabricante cualquiera de Piñatas, ya que según él, estaba haciendo “la piñata más grande del mundo”. Tal vez algunos de ustedes no habían todavía nacido en aquella época, en que el actor Ronald Wilson Reagan era presidente de los Estados Unidos. Pues bien, Cipriano estuvo en Washington por dos semanas, fabricando piñatas, burritas panzonas, Mujeres Maravilla, barquitos de papel… y la piñata de un charro, con un gran sombrero… pero no habrían de creer quién era el charro dibujado en la cara de aquella piñata… ¡Era el mismo Ronald Reagan!

Yo había trabajado con el Smithsonian, haciendo documentales, y en aquel verano era el jefe de voluntarios de una parte del festival. Cuando conocí a Cipriano, supe de inmediato que estaba ante un auténtico personaje, que parecía salido de algún maravilloso cuento de ficción infantil. Fue así que observé atentamente, día a día, cómo fabricaba sus piñatas, con los materiales que había traído de Laredo. A la vez que fabricaba sus pequeñas piñatas, también le iba añadiendo elementos a su gran piñata. Poco a poco, la figura de un charro fue emergiendo entre el bambú y el papel crepé, hasta que llegó a la cara. La trabajó con detalle y delicadeza. Aparecieron la boca, la cejas, la nariz… cuando le puso los ojos noté una cara familiar que me miraba. Sin poder plenamente distinguir al personaje, le pregunté quién era. “Es el mero presidente, el señor que vive en esa casa”, dijo apuntando hacia la Casa Blanca. ¡Era la piñata de Ronald Reagan!

 

Fue así como llegó el día final del festival, el cual se celebraría al aire libre, frente a uno de los grandes museos del Smithsonian, con una fiesta de piñatas. Y, la primera piñata en regar el suelo de dulces fue la piñata del presidente.

 

La vida cotidiana de un fabricante de piñatas se convirtió en un evento extraordinario cuando en lugar de fabricar piñatas en su taller de Laredo, Texas, Cipriano Cedillo lo hizo ante un gran público en la capital de la nación. Pero el evento tal vez hubiera sido un evento más, hoy olvidado o simplemente reseñado en un párrafo de un libro, si a su vez yo no lo hubiera sido visto con ojos de admiración. La historia estaba allí, a la vista, solo había que darle un toque de fantasía. Fue así como escribí un cuento corto, titulado como la obra, “La piñata más grande del mundo”. En 1992 lo convertí en una obra de teatro y la obra recibió una mención de honor en un concurso de dramaturgia infantil en Colombia, de parte de un jurado internacional. En 2010 fue montada en México y hoy, nos tiene aquí reunidos para hablar de la vida cotidiana en la escritura creativa.

 

La pregunta entonces es, ¿por qué lo extraordinario a veces se escapa de nuestra vista? ¿Cómo podemos seguir viendo el mundo con ojos de admiración? Habíamos habla de una primera, “hacer que cualquier experiencia cotidiana se convierta en un evento extraordinario”, por llamarla de alguna manera “regla”, aunque en verdad la verdadera regla es que no haya reglas. Pues bien, al segunda regla que no es una regla, es saber reconocer lo extraordinario de lo cotidiano.

 

Para esto voy a recurrir un poco a la fotografía. La fotografía, como la pintura, tiene la propiedad de congelar un instante. De darnos una visión congelada de la realidad de un instante infinitesimal del tiempo, pero al mismo tiempo nos da la posibilidad de “zoom in and out”, de acercarnos y alejarnos de la imagen y evocar de una manera intelectual o literaria lo que estaba pasando en ese instante.

 

Los que estén familiarizados con el libro de Susan Sontag “On Photography” (Acerca de la fotografía), escrito en los años 70, tal vez recuerden lo que ella criticaba de la fotografía, que nos había convertido en una nación de voyeurs. ¡Eso antes de la proliferación de fotos de este mundo digital! Pues, bien, su teoría era que la persona que quiere tomar una foto no puede intervenir, y que la persona que intervine no puede tomar una foto fielmente. Aunque ella mismo refutó parte de su análisis de la fotografía publicado en 2003, sus ideas nos dan un principio de análisis semiótico de la imagen. Tal vez antes de la era digital, lo que decía Susan Sontag fuera cierto, ya que apuntar una cámara y tomar una foto era más complicado de lo que es hoy en día. Ahora casi podríamos decir que se puede ser actores y registrar al tiempo lo que hacemos u otros hacen. Aunque el punto de esta charla no es precisamente la semiótica, tenemos un punto en común, como si estuviéramos viendo un diagrama de Venn, en que la escritura creativa y la observación del mundo fotográfico se juntan. Vamos a ver algunas fotos que tomé como parte de un ejercicio de escritura creativa. En la primera, estaba recorriendo una calle conocida “para verla con nuevos ojos” y usando la fotografía como ojos aleatorios. En la foto que ven ahora, quedó la imagen de un niño que acababa de patear una pelota, de manera tal que se prestaba para sacarla de su contexto, un niño jugando en una calle y darle otro significado.

 

Nuestro ejercicio es que cuenten, verbalmente, o por escrito lo que cada uno ve en esta foto. Pueden hacerlo mentalmente y decidir si quieren compartirlo o no. No hay respuestas correcta o incorrectas, solo respuestas que expresen lo que cada uno ve. Pueden centrase en cualquier aspecto de la fotografía. El único requisito es que lo hagan de una manera creativa.

 

Ahora, voy a compartir con ustedes mi respuesta, para mí también era una de millones posibles, pero fue la que surgió en el momento de escribir:

 

De repente, de una puerta, salía un balón haciéndole malabares al mundo, y detrás venía un niño cargado de mundo, haciéndole malabares al balón. Cualquiera creería que era asunto de magia, el niño pegado a su sombra, y el balón despegado de la suya, parecía un planeta en miniatura, suspendido a medio metro de la tierra y a una patada de distancia de un golazo a la existencia.

 

Para concluir lo que hemos compartido hoy, podemos decir que existe todo un mundo de subtextos en la realidad, los cuales, inconscientemente estamos leyendo de una manera u otra. El milagro vivencial y literario consiste en hacer conscientes estos textos que nos están contando una historia, la cual, unida al pincel creativo de la imaginación, crea otra realidad, no menos real por ser literaria que la realidad que le sirve de base. El trabajo literario condensa la vida misma, nos cuenta grandes historias como La guerra y la paz, o Cien años de soledad, las cuales nos ayudan a tener una ventana a otro tiempo, a otras vidas, que la historia misma jamás podría contar, a la vez que nos abre una ventana a nosotros mismos, a nuestra forma de ver el mundo y de interpretarlo. En resumidas cuentas, estamos entrando a un universo paralelo, creado por la fantasía… pero que según la teoría cuántica, posiblemente esté sucediendo tal como lo contemos ahora, en algún rincón del universo.