LA CEIBA
Nuria Barbosa León
Recuerdo la llegada de la maestra Lucy al cacerío del Cuartón del Almendrón, en la municipalidad del Uvero en la Sierra Maestra. Era septiembre del año 1960 y se corría el rumor de la inauguración de una escuela en ese lugar donde sólo transitaban las mulas de arreos cargadas de café
Los muchachos hicimos círculo alborotando alrededor de ella. Nos imaginamos a una señora blanca, vestida de traje con zapatos de tacón, y llegó una muchacha delgada, mestiza, con pantalón verdeolivo y camisa gris, arrastrando unas pesadas botas enfangadas y con una mochila al hombro donde guardaba su hamaca y todos los enseres para alimentarse.
Aquella joven tendría la edad del mayor de nuestra pandilla, en un momento hizo la historia que procedía de Santiago de Cuba y que subió al Pico Turquino para graduarse como maestra voluntaria en el Primer Contingente de jóvenes que acudieron al llamado de Fidel para enseñar a los campesinos.
Nos llenó de orgullo saber que desafió a su padre cuando llenó la planilla de disposición y luego pasó penurias en el campamento La Magdalena, en la sierra bautizada como Minas del Frío porque no se saciaban los temblores del cuerpo producido por la humedad y el frío.
Contó de las largas caminatas, las comidas mal elaboradas, las anécdotas de no ser el hazme reír con la lentitud al caminar o el bautizo de “perder la moral” por las caídas de fondillo en los suelos fangosos y resbaladizos.
En breves palabras, dijo cómo aguantó las lágrimas en las mejillas para no regresar a su casa porque la movía la férrea voluntad de no ser un “rajaó”.
Lucy miró a los muchachos, preguntó los nombres y aseguró, -Mañana, todos temprano para iniciar las clases.- Alguien preguntó: ¿dónde? Ella ubicó la mata de ceiba y nos dijo: “Allí”.
En el primer día de clases, se cantó el Himno Nacional, se izó la bandera cubana, se habló de Martí y de la Revolución. En la jornada Lucy nos pidió que hiciéramos actividad productiva para reunir algunas piedras que sirvieran de asiento. También se consiguió pencas de mata de coco como pizarra, nos entregó un cuaderno a cada uno con un lápiz y nos enseño a coser libretas confeccionadas de papel cartucho.
Así mismo reunió a los adultos y les pidió construir la escuela y en breves días fue hecha con cuatro horcones de madera, techo de yagua y madera de palma. A ellos les enseñó las letras y los números, pero también a confeccionar zapatos de telas porque no quería alumnos descalzos en su clase.
Cuando la escuela estuvo terminada, vino otro joven dirigente a visitarnos, entonces se nos ocurrió la idea del nombre. Se propuso La Esperanza, La Luz, e incluso La Ceiba por el lugar donde se iniciaron las clases
Pero Lucy fue certera y se hizo un gran silencio de aprobación cuando llamó a nuestra primera escuela “Ejército Rebelde”.
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