Zotz, el murciélago de la muerte

 

Todos decían que se trataba de una leyenda más de la mitología maya y que Zotz, el murciélago de la muerte, nunca había existido, cosa que yo no dudaba. El murciélago, narraba la leyenda, había nacido del semen que Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, derramara por accidente en una piedra. La gente murciélago de Tzinacatlán aseguraba ser descendiente de ese Dios que tenía poder sobre la vida y la muerte.

 

Según la tradición oral, Zotz estaba atrapado en una gran ciudad escondida en medio de la selva, y aunque cientos de investigadores habían tratado de hallarla, nadie había dado con su paradero. Empeñado en esta búsqueda, la noche me había cogido a medio camino de la base, así que había armado mi cambuche en un sitio abrigado de la selva. A la mañana siguiente, una de mis botas apareció hundida en un agujero. Al meter la mano para sacarla, encontré una piedra, donde para mi asombro, estaba inscrito el glifo del murciélago de la muerte.

 

La excavación no se hizo esperar, y pronto, una gran ciudad emergió de las entrañas de la manigua. En la pirámide principal encontramos un fresco que, a pesar de sus dos mil años, parecía haber sido pintado ayer. Pero lo más enigmático era la descripción que lo acompañaba. Estaba escrita en maya antiguo y le faltaba una parte para poderla descifrar. De pronto caí en cuenta de que, como pieza de rompecabezas, allí encajaba la piedra que había hallado por accidente.

 

Contuve la respiración y leí el milenario mensaje: "Zotz, el murciélago de la muerte, volverá a la vida una vez que sus restos hayan sido desenterrados". Traté de verificar mi lectura del texto, y entonces sentí un escalofrío por todo el cuerpo: el glifo del murciélago se esfumó ante mi vista. Un Dios de la muerte con dos milenios de ayuno ahora andaba suelto.