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Número 7, Agosto 15 de 2013
“Trazo en sesgo la noche” de Luisa Fernanda Trujillo Amaya
Universidad Externado de Colombia, Colección “Un libro por centavos”, Bogotá, 2012.
Mario Lamo Jiménez
Tal vez una de las cosas más difíciles en el mundo de las letras sea escribir buena poesía, pero una de las cosas más fáciles es reconocerla cuando se la lee. Así es la poesía de Luisa Fernanda Trujillo Amaya, de belleza fácil de reconocer como quien contempla un amanecer esplendoroso… pero al mismo tiempo sutil, lleno de matices y de tonalidades cambiantes.
La poesía es algo más que palabras bonitas, tal como un amanecer es más que una colección de hermosos rayos de luz… hay misterio, hay intriga, hay sugerencia.
La poesía de Luisa Fernanda apela a los sentidos y con mucho sentido. Tiene poemas sensuales, de un lirismo extraordinario, que hacen del poema un momento de amor y de ternura compartido, escrito con toda la pasión erótica de quien siente lo que escribe y escribe lo que siente…
se lo bebió de un trago
de una sola vez
sació sus ganas mondando pieles
lamiendo sudores comiéndose a bocanadas
su miembro erguido
La arquitectura de sus palabras además construye mundos inesperados y de una manera muy ecológica; no se desperdicia ningún nombre, no sobra ningún adjetivo; ninguna palabra es espectadora pasiva de este mundo:
aserrado el viento empuño mis alas
libre de relojes que midan el tiempo
Como toda la buena poesía, deja una intriga en el alma del lector, el texto tiene un subtexto y este a la vez múltiples caminos para entenderlo o soñarlo:
cubiertas de escarcha
las almas deambulan las esquinas
buscan la calle
donde el sol
las toque
las derrita
En su lírica, la presencia del ser amado es un momento mágico, en el que un encuentro amoroso se vuelve un poema que se vuelve una unión de sentimientos y de sensaciones, y cuyo intermediario es la palabra poética:
¡aflójale la rienda al verbo!
deja a tu palabra golpear mi cuerpo
que rebote contra las paredes
que tus manos y tu boca se sumen
al juego del lenguaje
mientras mi cuerpo habla
Y, si la presencia en su poesía es el canto a los momentos de la vida que la hacen vivible y memorable, las ausencias nos muestran los vacíos que dejan las emociones, pero sin ser cicatrices en el alma, más bien huellas de que hemos vivido:
hay algo en la ausencia que corteja
una media luz que pule las esquinas
tapona los resquicios
curte los recuerdos
Los nombres de sus poemas, en la gran mayoría, solo tienen una palabra; “Asida, Desaliento, Abrazo, Entresuelo, Incertidumbre”, y es así que los nombres van formando otro poema, donde todo se dice con muy poco y lo dicho desborda la copa de vino poético en que se dijo.
Sus poemas no tienen mayúsculas, ni puntos ni comas, ya que sus palabras fluyen como cascadas de emociones, no hay partes más importantes que otras, ya que cada verso es de por sí como un remanso para descubrir un nuevo y vibrante universo.
En su poesía no hay ostentación literaria, propia del que no cree en su propia poesía. La magia de su poesía lo dice todo y Luisa Fernanda alcanza en este libro lo que logra una verdadera poeta con sus versos: mostrarnos su universo de una manera cálida, tierna, convincente, para a la vez hacernos parte del mismo y consumar así la última e íntima unión que debe existir entre el alma y la palabra, entre la escritora y el lector: el lector completa la existencia del poema cuando el poema entra en su ser y se convierte en sus propias palabras y emociones.
El poema escrito es la palabra lista a ser consumada, el poema leído y bebido por los sentidos es la palabra encarnada, y tal vez sea esto lo que resuma la poesía de Luisa Fernanda.