COALICIÓN COLOMBIANA POR
LA DIVERSIDAD CULTURAL
Como en el resto del mundo amenazado por las cláusulas leoninas del TLC, que solo favorecen a los Estados Unidos, en Colombia se organiza una coalición que busca proteger la diversidad cultural de Latinoamérica frente a la aplanadora estadounidense. El siguiente es el texto de la primera Declaración de la Coalición Colombiana por la Diversidad Cultural
Las negociaciones del Gobierno colombiano para suscribir el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (Alca) y el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC) tendrán un gran impacto en la actividad económica, social y política del país. Su efecto en el sector cultural también será enorme. Frente a esta realidad, quienes suscribimos la presente declaración nos constituimos en la Coalición Colombiana por la Diversidad Cultural.
En la mayor parte de los sectores industriales, comerciales y de servicios, se conocen las asimetrías que se presentan en las negociaciones. Pero en el sector cultural las asimetrías son de mayor dimensión: mientras el sector cultural colombiano genera cerca del 2.1% de la riqueza nacional, el de Estados unidos representa el 7.6% del suyo. Al mismo tiempo, la globalización ha acelerado la concentración de la propiedad de las empresas culturales, en la medida en que se han conformado grandes monopolios en la producción y distribución de contenidos, lo que constituye una amenaza para uno de los valores fundamentales de la humanidad: la diversidad cultural.
Esos desarrollos han llevado a incorporar en las negociaciones de los tratados el tema de la diversidad cultural, introduciendo tratamientos diferenciados para las actividades, industrias y empresas de la cultura. De esta manera las naciones buscan garantizar y preservar su soberanía, su derecho a desarrollar su identidad, manteniendo el poder de formular, reformar y diseñar sus políticas culturales. Lograr este propósito es otra de las tareas que asume la Coalición.
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LA POESÍA, OTRA EXPRESIÓN DEL SER LIBERAL
Piedad Córdoba.
CANCION DER BOGA AUSENTE
Qué trijte que etá la noche;
la noche qué trijte etá:
No hay en er cielo una ejtrella...
Remá!... Remá!...
La negra re mi arma mía
mientra yo brego en la má,
bañaro en suró por ella,
¿qué hará? ¿qué hará?
...los versos de este poema de Candelario Obeso, escuchado en los claustros antioqueños cuando cursaba mis estudios de bachillerato, acompañaban mis noches estrelladas en la Ciudad de la Eterna Primavera. Los repetía con íntima nostalgia para reafirmar, orgullosamente, mi condición negra. La política se cernía sobre mi vida como un misterioso llamado que aún no interpretaba con claridad, pero los poemas y los poetas eran para mí, ante todo, un sentimiento de apertura a la vida, una necesaria revelación de tristezas y alegrías leídas con pasión adolescente.
En el himno de Antioquia, cantado a coro en el patio del colegio, encontraba resonancias de libertad y de batalla que inspiraban una conciencia de rebeldía, llevo el hierro entre las manos por que en el cuello me pesa, sin importarme los colores que defendiera Epifanio Mejía. A veces es más significativa y trascendental la intención del poeta, la capacidad de sembrar en el corazón imágenes libertarias, que su filiación política.
Para la juventud de entonces la poesía también era humor. Repetíamos igualmente, como lo hicieron y aún lo hacen en los planteles antioqueños, los cantos populares de Ñito Restrepo, esos guiños festivos que nos acompañaban en los Centros Literarios de los que aún recuerdo los jocosos versos: Te desprecio, feísima hotelera,/por avara, por sucia y por ladina,/ porque quieres sacar de una gallina/ los tesoros que un rey ni en sueños viera,/ lo que en un año produce una gallera.
En aquellos tiempos la declamación era una expresión humanística y pedagógica que gozaba de aprecio en los centros educativos y hacía parte de los procesos formativos -junto a los concursos de oratoria, danzas y teatro-, de las legendarias semanas culturales, que pretendían abrir espacios de expresión estética a la juventud, como una manera de propiciar el surgimiento de líderes estudiantiles con vocación humanística.
Como lo cuenta Rodrigo Llano Isaza en la presentación de este libro, en aquella época me gané uno de esos concursos declamando la poesía de Jorge Artel, seudónimo del poeta cartagenero Agapito Arco, uno de los poetas colombianos que cultivaban la temática negra junto a Helcías Martán Góngora y Candelario Obeso.
Llegan a mi memoria como ráfagas fragantes las tardes de poesía con el maestro Jorge Artel; trasegaba entonces mis primeros años en la Universidad y lo visitaba en su casa del corregimiento de Santa-Helena, cuando él era inspector de policía de Medellín. Era un hombre mulato, como yo. Rodeado de libros y documentos que en compañía de Francisco de Paula Uribe acariciábamos con asombro. Su estatura descomunal sobresalía entre todos los habitantes de aquella aldea, donde alejado del ruido urbano se dedicaba a tejer cada día, cada hora, sus versos. Recuerdo mucho el asombro que me causaban sus grandes manos morenas, muy grandes, demasiado grandes para un poeta tan fino como él. Esa era mi pregunta ¿cómo pueden esas manos gigantescas producir versos y poesías tan delicadas? Naturalmente sus manos eran apenas el instrumento adecuado para recibir ese poderoso manantial de su musa grávida de ideas y belleza. Unas manos débiles no aguantarían la energía de esa música.
Tardes enteras dedicadas a disfrutar la música recóndita de su bello poemario, a regocijarnos con el son de ancestros africanos que flotaban redivivos en el mapa polícromo de su producción intelectual, a llenarnos de júbilo con los poderosos timbales de su estética social.
Se alegraba al vernos llegar y casi no nos dejaba salir. Y para nosotros el sortilegio de esa dulce y maravillosa aventura de observarlo mientras construía “sonetos que luego transformaba en poesías”, según Jorge Turner, era tan atractivo como escuchar sus disertaciones sabias con palabras que lentamente iba desgranando, soltándolas al desgaire para formar verdaderos discursos sociales. Una entonación profunda, diríase cavernosa, que sonorizaba elocuentes pensamientos, a través de los cuales iba engarzando temas de la más variada índole.
Por entre las sinalefas de su poesía brotaban los tonos ancestrales de los tambores y las pasiones de las gaitas que brindaban acentos de combate y celebración palenquera a sus versos sonoros: Y aquellos que no comprenden/ la voz que suena en sus almas/ y apagan sus propios ecos/ con las músicas extrañas,/ que se sienten en la tierra/ para que escuchen lo dulce/ que han de sonar sus gaitas. La poesía de Artel tocaba mis fibras más profundas y despertaba una conciencia marina de viajes forzados, una conciencia de clase, una conciencia de raza, donde resonaban los tambores de Biojó Benkos o de Barule. O esa otra veta de Artel que tiene sabor social expresada en su libro Poemas con botas y banderas del que destaco ahora de memoria unos versos de “Credo”:
Creo en los niños hambrientos
Cuyos padres son pasto de cañón
Y nervio de las fábricas,
Esclavos de la avidez capitalista
En una sociedad parasitaria.
Creo en la juventud sin cadenas,
Reivindicada de prejuicios,
Limpia de cuerpo y de alma;
En su pensamiento estremecido
Y en el poder de su palabra.
Creo en el intelectual insobornable
Que se enfrenta a la lucha y no se rinde
Ni con halagos ni amenazas;
Aquel que no enajena las ideas,
Con su angustia famélica de pie
Y no con su gordura arrodillada.
Creo en el poder de los humildes,
Los desterrados y los perseguidos
A quienes se niega el sol, la sal, el agua;
Creo en el triunfo postrero de los de abajo
Porque de ellos es el día de mañana.
También acompañaron esos amaneceres humanísticos, en los tiempos universitarios, los elevados pero musicalmente hermosos versos del Rey de los Panidas, el particular, el intraducible, el inconfundible León De Greif o Leo Le Gris o Sergio Estepanski ese heterónimo mágico con el que prefiero recordarlo. Versos que cito aquí de memoria: Cambio mi vida, juego mi vida, de todos modos la llevo perdida sin remedio. O ese otro hermoso poema que es a la vez estrambótica elegía o jocosa biografía: Poeta y amador tan sólo vivo/ para amar y soñar de enero a enero /sin medro alguno, por el gusto mero/ de gozar de las odas, casto y lascivo,/ y de donarme a ellas por entero.
Y esta otra bella ironía en la Balada de los buhos estáticos: “Y los buhos tejían la trova paralela/ y la luna estaba lela/, y en la avenida paralela/ las brujas del aquelarre/ torvas decían arre! Arre!/ escoba, escoba del aquelarre!
Aún conservo la pasión por la poesía. Y cuando los avatares de la política, mi compromiso vital con los excluidos y las excluidas, me lo permiten, propicio el encuentro con la palabra entre mis más cercanos amigos y amigas. A través de ellos y ellas, de sus deliciosas elucubraciones, en tertulias que quisiera interminables, regresan a mí los autores de mis afectos, o se abren a través de sus palabras versos de insospechada dulzura o de terribles admoniciones que claman justicia en la hora de las verdades
Por eso celebro complacida la iniciativa de Rodrigo Llano Isaza de darle forma definitiva a uno de sus altruistas proyectos: revisar la historia de la poesía para identificar los poetas y literatos colombianos, que además de cultivar el amor por la literatura, han comprometido su historia personal en defensa del ideario construido a lo largo del tiempo por Ezequiel Rojas, José Hilario López, Rafael Uribe Uribe, Soledad Acosta, Manuel Murillo Toro, Alfonso López Pumarejo, entre otros hombres y mujeres que abogaron por la igualdad, la justicia social y la libertad de los oprimidos.
Atizado por el azogue del deseo, con la claridad de que no es un erudito en preceptiva literaria, Rodrigo Llano nos entrega, ahora, una nueva veta de su condición de historiador, para demostrarnos que la poesía es otra expresión del ser liberal. Quien aborde este trabajo, no sólo encontrará una personal y refrescante selección de los poetas liberales, sino también los hechos que acompañaron la historia paralela de su ser como creadores y cultores de la palabra, su compromiso con la historia ideológica del país.
Rodrigo ha emprendido esta singular aventura. Su concepción de la investigación histórica, que no se agota en los métodos acartonados de la repetición interminable de citas, le brinda la tenacidad necesaria para bucear en los terrenos del olvido, en busca de sorprendentes hallazgos para sus juicios. Su condición vital lo invita a proferir herejías y a buscar los argumentos para confirmarlas. Tiene un carácter apasionado y una voluntad cerril que le obliga a concluir pronto sus proyectos. Y sobre todo, tiene la generosidad necesaria para reconocer con humildad los aportes de los otros al enriquecimiento de su trabajo. Eso lo diferencia de los historiadores con olor a naftalina que como intelectuales fatuos se pavonean con investigaciones históricas que no hacen otra cosa que girar en la noria de los piensos trillados y de los reconocimientos inútiles.
Como historiador Rodrigo Llano Isaza, sabe a ciencia cierta que su trabajo no agotará el universo poético que se esconde detrás de la historia oficial de la poesía colombiana. Concibo su libro como un texto provocador que le abrirá espacios a otros historiadores, a los estudiosos de las ciencias sociales, para que enriquezcan con nuevos trabajos, la pléyade de poetas liberales de las diversas regiones de Colombia cuya historia aún debe ser contada desde estas orillas de la vida.
Ah... y para terminar, un verso de Santos Chocano que huele a libertad, himno que impulsa nuestro trabajo socialista y democrático, una especie de Leit Motiv de mi existir:
El ave canta
Aunque cruja la rama
Porque sabe lo que son sus alas
Piedad Córdoba Ruiz
Octubre de 2004, tiempo de la lucha contra el autoritarismo (Tomado de Boletín Virtual. Organo del Instituto del Pensamiento Liberal, IPL, No. 34, Bogotá, Colombia)
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