Mario Lamo Jiménez
 
 
   

 
El bufón que se burló del rey

 

Hace mucho, pero mucho, mucho tiempo, en un reino muy, pero muy lejano, vivía un rey que era poco, pero muy poco inteligente, tanto así que nadie sabía por qué lo habían nombrado rey. Cuando hablaba, todos los pensamientos le salían al revés, de modo que nadie o casi nadie podía entender lo que en verdad quería decir. Solía decir cosas como éstas:

“Nuestros enemigos nunca descansan para hacernos daño y yo tampoco”, o “es para mí un honor estrechar la mano de este hombre a quien nuestros enemigos le cortaron la mano”, o “éste es un foro abierto para el pueblo, todos tendrán la oportunidad de oír lo que yo tengo qué decir”.

Así que la gente vivía confundida y atemorizada a la vez, hasta que un día sucedió algo increíble. El reino se vio atacado por las catapultas enemigas que amenazaban con romper las murallas que rodeaban el reino. De inmediato, los súbditos acudieron a avisarle al rey, quien estaba en una escuelita del reino, leyendo un libro sobre las aventuras de un chivo a los hijos de sus siervos.

“Estamos en guerra”, le dijeron al oído, “nuestros enemigos están destrozando las murallas”.

Entonces fue que el pueblo tuvo la oportunidad de ver la calidad de rey que tenía.

“Calma”, dijo “¿acaso quieren que salga de aquí corriendo y asuste a los niños? Primero acabaré de leer el libro”.

Y mientras él leía el libro, los enemigos rompieron las murallas, destrozaron la ciudad y dejaron muchos muertos por todas partes. Entonces, el rey salió al balcón de su palacio y para que las palabras le salieran al derecho, las leyó de un papelito y dijo:

“Mañana mismo cogeremos vivo o muerto a nuestro enemigo Nedal Nib Amaso y le daremos una lección que no va a olvidar”.

Y fue así que mandó a sus soldados a invadir un reino lejano, donde no dejaron piedra sobre piedra, pero Nedal Nib Amaso no apareció por ninguna parte.

Entonces el rey se asomó al balcón del palacio y leyendo de otro papelito, para que las palabras no se le enredaran, dijo:

“Mañana mismo atacaremos el reino de al lado de donde estaba Nedal Nib Amaso, no sea que también le dé por atacarnos”.

Y fue así que mandó a sus valerosos guerreros a destruir el reino de al lado y como allí tampoco estaba Nedal Nib Amaso, decidieron atrapar al rey de aquel otro reino para que pagara por el ataque y la destrucción de sus murallas.

Entonces el rey se asomó al balcón del palacio y leyendo de otro papelito, para que las palabras no se le escaparan, dijo:

“Ahora que atacamos a un reino que no pensaba atacarnos, vamos a atacar al reino de al lado del reino de al lado para que los que piensen atacarnos no lo hagan, porque sabrán que los atacaremos antes de que piensen en atacarnos”.

“¡Que sabiduría!”, dijeron unos en voz alta.

“¡Qué pendejada!”, dijeron otros en voz baja.

Sin embargo, los espías del rey escucharon a los que habían dicho que eso era una pendejada y le llevaron al rey la noticia.

“Señor mío, alguna gente se queja en voz baja porque atacamos al reino de al lado del reino de al lado antes de que pensara atacarnos”.

El rey lo pensó poco y dijo:

“El que no está conmigo, está con mi enemigo, debemos torturar a estos traidores hasta que confiesen lo que no han pensado”.

Y fue así como el rey construyó cárceles secretas por todo el reino y puso un espía debajo de cada ventana para escuchar las conversaciones de los ciudadanos de sus dominios, así se aseguraría de que nadie estuviera conspirando para atacar su reino desde adentro. Ahora todo ciudadano era sospechoso de colaborar con el enemigo y quien poseyera cualquier cosa que sirviera para fabricar una catapulta, así fuera un pedazo de madera, era detenido y llevado a una de las cárceles secretas, de donde nunca volvía a salir.

Entonces el rey se asomó al balcón del palacio y leyendo de otro papelito, para que las palabras no se le saltearan, dijo:

“Ahora sí estaremos perfectamente seguros de que nunca seremos atacados porque he declarado que de hoy en adelante todo el mundo es sospechoso de querer atacarnos y para su seguridad, todas sus conversaciones serán grabadas, sus pasos seguidos, sus cartas leídas y los libros que ustedes lean registrados para saber si están leyendo cosas que contengan pensamientos subversivos”.

“Pero eso no es justo”, dijeron unos.

“No todos somos criminales”, dijeron otros.

Pero para entonces, el rey ya no prestaba oídos, sólo escuchaba sus propios pensamientos y éstos le decían que todo el mundo era un potencial enemigo.

“Ahora sólo puedo confiar en mi bufón”, se dijo. “Lo invitaré a la plaza pública para que delante de todo el pueblo me honre con sus chistes”.

Y así fue. El rey se sentó en su trono y el pueblo, atemorizado, se sentó a su alrededor para escuchar al bufón.

Y el bufón, que era un hombre menudito, de gruesos lentes y absolutamente inofensivo, subió al podio y de unos papelitos leyó así:

“Es para mi un honor, estar aquí sentado, digo, parado, al lado de mi rey, el hombre a quien más admiro. Y la verdad es que el rey y yo no somos tan diferentes. Ambos pensamos con las tripas, porque como todo el mundo sabe, en las tripas hay más cerebro que en el cerebro mismo. Me gusta este rey porque como yo, no tiene muchas tripas, quiero decir mucho cerebro y puede decir cosas tan chistosas como las que yo digo sin que nadie se ría de él. Ya sé que a dos de cada tres personas de este reino no les gusta el rey, pero rey, señor mío, acordaos de la metáfora del vaso. Los pesimistas dirían que el vaso esta dos tercios desocupado, yo diría que al vaso le falta un tercio para estar vacío. Y en esto consiste la grandeza de este rey, no solamente no capturó a Nedal Nib Amaso, sino que ahora ve en cada uno de nosotros a un futuro Nedal Nib Amaso, ¿habríase visto mayor sabiduría? Ya no podrá haber terroristas en esta tierra, ¡porque todos seremos terroristas! Y si todos somos terroristas, ya no habrá necesidad de seguirlos buscando, ni espiando, ni torturando, ni encarcelando porque ya no habrá nada qué espiar ni confesar, …y además…”

Y en ese momento, el rey que no entendía si eso era una alabanza o un repudio, escuchó el rugido del pueblo que decía:

“El bufón dice la verdad, el rey es un bufón y el bufón habla como un rey”.

Acto seguido, el rey fue desterrado del reino por su propio pueblo, y el bufón, que ahora hace el papel de rey, gobierna con mucha seriedad, sin atacar a ningún reino ni espiar a nadie, y de vez en cuando cuenta chistes, verdaderamente chistosos.